Opinión

Una razón para gastárselo todo

Estaba planeando un atentado para volar media Europa y de pronto me encontré un espía español triscando por el interior de mi ordenador. Pensé en inmolarme en ese preciso instante, pero me han dicho que duele bastante, y por otra parte, no sé cómo lograría terminar mi columna después de una decisión así. Me contuve y seguí con mis terroríficos planes. A la voz de “alto o Montoro”, solté el ratón y me separé de las teclas instintivamente. Del ordenador portátil que descansaba sobre mi mesa salieron hasta diez espías, uno tras otro, por la ranura de ventilación. Todos armados con modernos blocs de notas y lápices escolares. Esposado y contra la pared, supuse que, en efecto, el Gobierno de España está a lo importante y con esta operación de vigilancia informática acababa de asestarle un golpe definitivo al peligrosísimo itxuismo radical internacional. Pero no. Resulta que no. Se apoderaron de mi cartera a toda prisa, la desarmaron violentamente, se hicieron con un billete de cinco euros y gritaron “¡lo tenemos!” haciéndose un guiño cómplice. El más gordo se volvió hacia mí con el rostro cubierto por una malla y la ametralladora apuntando al cuadrado de mi circunferencia elevado al cubo.

¿De dónde ha salido este billete? –interrogó con voz fuerte y grave examinándolo cuidadosamente a contraluz.

Ummm…

¿De dónde? – gritó.

Pues mire no lo sé. Ahora mismo no caigo. – balbuceé tratando de esconder los papeles de la mesa.

¡Ajá! ¿No cae, no? – preguntó con esa media sonrisa que sólo saben poner los policías y los árbitros de la Liga de Campeones.

No estoy seguro. Estoy un poco nervioso. Creo que me lo dio el vecino anoche durante el fútbol, a cambio de unas latas de cervezas que tenía en la nevera, pero ya me hace usted dudar.

¡Lo sabía! Vamos chicos... –señal de retirada al grupo-

¿Eh? ¿Cómo? – pregunté desconcertado.

Delito, amigo. Estos cinco euros son dinero negro. Transacción soterrada y delictiva. ¿Puede justificarlos con papeles? ¿No, verdad? Le llegará notificación. Búsquese una buena excusa o dese por condenado. – gritó en retirada.

Oiga, que estoy planeando volar el planeta –razoné. Pues asegúrese de que tiene las facturas de los explosivos o volveremos –chilló a lo lejos el último de ellos, mientras se perdían de nuevo por la ranura de ventilación del ordenador-.

Estaba chateando con mi contacto en Argelia y, por error, me había dejado abierto el programa de contabilidad. Tres meses trabajando en un plan para emular al Dr. Gang del Inspector Gadget y destruir la Humanidad y los servicios secretos españoles se plantan en casa buscando una lavandería de capitales. Qué decepción.

Me dicen mis confidentes policiales que todo esto forma parte del nuevo plan de Montoro para combatir el fraude. No, no es broma: según ha publicado esta semana El Confidencial Digital, Hacienda lleva más de un mes rastreando ordenadores de empresas y autónomos en busca de cajas B. En concreto, a través de dos de los programas de contabilidad más populares. De momento, que sepa, no ha salido nadie del Gobierno a desmentirlo. Tampoco nadie de la oposición ha pedido cuentas por este asunto. Aunque, bien pensado, qué perdida de tiempo eso de investigar ordenadores ajenos en busca de pozos de dinero negro. A estas alturas tanto el Gobierno como la Oposición –si alguien pudiera demostrar empíricamente su existencia- deberían haber aprendido que la mejor contabilidad b se hace en libretas escolares, a boli, y con muchas y misteriosas iniciales.

Que la privacidad no existe no es ninguna sorpresa. Es el precio del siglo de las comunicaciones, que tiene sus comodidades. Si te gusta hacer la compra tirado en la cama desde el iPad, tendrás que asumir que Supermercados Paco sepa que te gusta más la cerveza alemana que la española, que compras ingentes cantidades de cacahuetes cada vez que hay fútbol, y que en cuestión de papel higiénico eres un incondicional de la doble capa. Todo esto debemos aceptarlo. Se mueve en un margen de legalidad muy relativo, y supongo, por momentos, moralmente justificado. En la era digital todo deja huella y confiar en que alguien que manda no la examine y utilice en tu contra es como pretender que un político dimita por un caso de un corrupción en Andalucía. En noches de insomnio y silencio, pienso en huir a la más retirada montaña, lejos de la civilización, y enterrar allí mi pasado digital. Supongo ingenuamente que entre vacas, aves rapaces, y anónimos agricultores nadie podría identificarme, ni seguirme la pista. Pero la realidad es que no hay escapatoria. Esta misma semana un tipo que lanzó su caña en un río paradisiaco en algún rincón recóndito de la planeta, creyó haber pescado el salmón más grande de su vida y lo que salió después de recoger el carrete fue un inmenso trozo de satélite espacial. La imagen ha dado la vuelta al mundo, claro. Y es en realidad un icono. Como un recordatorio de que la modernidad es ese tiempo en el que los extraterrestres se acercan a la Tierra a tirarnos cacahuetes a través de los barrotes.

Quizá sólo hay una manera de librarse de toda esta basura que nos impide dar un paso sin dejar huella. Sólo hay una forma de burlar el estrechísimo cerco de vigilancia al que estamos sometidos y es, según parece, montarse en un inmenso avión en Kuala Lumpur con destino a Pekín y perderse sobrevolando el Índico. Entonces, de pronto, reaparece el medievo por arte de magia y nadie sabe nada. No queda ni rastro. Tal vez porque ninguno de los pasajeros tenía cuentas pendientes con Montoro.

Pero que no desfallezcan. Aún tenemos una carta en la manga frente a al espionaje al que nos someten. La gran ventaja que tienen la mayoría de los ciudadanos del inmenso Gran Hermano es que sus comunicaciones son de muy discutible trascendencia. Al fin y al cabo, es probable que nueve de cada diez mensajes de Whatsapp interceptados revelen cosas como “Cariño, llego tarde a cenar”, “Acuérdate de comprar tomates”, o “Si no reenvías este mensaje a todos tus contactos en la próxima media hora se te caerán los testículos”.

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