Opinión

Los ricos también son personas

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Una copa con periodistas. De acuerdo, de algo hay que morir. Esta ciudad tiene la ventaja de que puedes salir sin dinero en el bolsillo y volver con un montón de billetes y eso no me había ocurrido antes en ningún sitio, desde que decidí dejar de veranear con El Cicatriz, El Tuerto, El Bombas y La Sorbetes en el Bronx. Hablábamos de lo bien que está la prensa española y tal vez por eso nos quedamos sin dinero acodados en la barra, que si no odiáramos a los Maná, como el chico de la canción de Pereza, tendríamos que cantar eso de “aquí me tienen… bebiendo tequila para olvidar”. Y con todo, siempre hay motivo de celebración, que aquí el papel está vivo, que yo no puedo quejarme después de quince años contando historias en la prensa española, y habiendo conocido incluso a algún colega de pluma sin demasiados antecedentes penales.

La crisis ha terminado. Porque me cuentan mis confidentes que estaban las terrazas anoche hasta la bandera en toda España. Y la gente venga a pedir lo más caro de la carta. Y más vino. Y más cerveza. Y qué más da, si son cosas de la edad. Y menos mal que nos queda Portugal. Y todas esas canciones que intentan calmarnos cuando la histeria nos invade en el camino hacia las urnas. Decía que hablábamos de España y de Rajoy y de la mediocridad política y de la crisis periodística, y a mi me invade un optimismo así medio idiota, como el que puso de moda Zapatero, que sonreía cuando le insultaban en inglés porque no entendía nada. Y era igual. Porque si lo entendía era peor. Que lo más peligroso de Zapatero era cuando creía entender algo y pasaba a la acción.

Desemboco en un clásico. La buena noticia es que Montoro se ha propuesto crujir a impuestos a todos los ricos. La mala noticia es que para Montoro tú también eres rico. Parafrasear al gran satírico norteamericano del último siglo resulta obligado a las puertas de la fiesta de las urnas. La derecha ha logrado inocular el virus del odio al rico, más incluso de lo que se había propuesto el propio Pedro Sánchez, que tiene la desgracia de que no le cae la parca igual que a González en el 80, que si se viste barato parece que va disfrazado, y si levanta el puño todos piensan que dentro esconde un billete de cien euros. Como hemos abandonado las ideas, el aspecto ya es todo en política. Supongo que Rajoy es la regla que confirma la excepción.

Anoche vi a un rico en un bar, así de cerca y en libertad, y confieso, con permiso de Hacienda, que tenía pinta de ser humano. En el rato que estuvimos charlando no asesinó a nadie, ni tampoco intentó asaltar la caja, y no le vi estrangular a ningún gatito, aunque por este último asunto no pondría la mano en el fuego. Montoro ha actualizado el ‘todos los hombres sois iguales’ a ‘todos los ricos sois iguales’ pero es una de esas grandes mentiras de origen esencialmente confiscatorio. Una gran parte de esos tipos a los que el Gobierno considera ricos asquerosos –excepto a los que se dedican a la política, que son ricos honrados-, son gente que gana dinero porque genera riqueza, que imagino que es el colmo de los delitos en esta nueva España soviética. Lo de heredar ya no se lleva y, además, la moda es gastárselo todo para evitar que en el traspaso salga ganando la banca.

Entre el humo de un cigarrillo, el ruido del bar, y esas chicas con sonrisa de sábado noche que adornan la ciudad, hablamos también de la gente de la calle, que es un concepto que a mi me encanta, por cuanto representa; que todo lo que no es gente de la calle, es gente a secas, y no es de fiar. Para ser honrado hay que ser de la calle, que lo han dicho los millonarios de Podemos, ahora que para ser comunista hay que poder pagárselo. O al menos que te lo paguen.

La cosa quedó en nada, por supuesto, como en todas las conversaciones entre copas, pero salimos con la extraña sensación de que todo iba a ir bien desde ahora. Que igual Rivera se nos hace al fin un Adolfo Suárez, y reina el consenso y el sentido común, y empezamos de cero con un gobierno de coalición de centro derecha de corte liberal, y quién sabe qué pasaría si el Congreso se abriera un poco más allá del viejo cortijo de las grandes familias de la política y la moqueta.

Es gracioso, no obstante, que los ricos teman a Pablo Iglesias, cuando a quien realmente deberían tener miedo es a esa parte de la derecha que ha descubierto ahora la socialdemocracia. Que esto no era exactamente lo que nos prometieron antes de las elecciones, cuando iban a bajar impuestos, liberalizar el entramado de operaciones empresariales, y perseguir la corrupción. Si bien es justo admitir que esto último lo han hecho los grandes partidos con bastante diligencia, lo de perseguir la corrupción. De hecho, más de uno la ha alcanzado.

Nos despedimos, como siempre entre periodistas, contándonos los dedos de las manos al echar a andar hacia casa. Y luego la noche se fue durmiendo, pero allí seguían los ricos en las terrazas, enriqueciendo a los fabricantes de gintonic, bebiendo con impunidad a plena luz de luna, como si esto fueran los Estados Unidos. Menos mal que en unas semanas llegará nuestro pequeño Lenin con el noble propósito de cubanizarnos y borrar todo rastro de riqueza y libertad. Lo dije anoche. Llegado el momento, tal vez prefiera que me devore un hipopótamo.

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