Opinión

SABINA Y USSÍA

Fue una noche hace años. Sabina y Krahe, en la barra del Honky Tonk. Alguien me empujó hacia el de Úbeda al grito de 'os voy a presentar'. Me revolví de sus garras y pedí un ron, discretamente, entre los brillos dorados del club. Eran las tres y pico de la madrugada. Sabina reía -lo correcto sería escribir que se descojonaba- a mi espalda, con ese tono tan grave y cavernoso que parece salirle del hígado. Acababa de editar 'Nos sobran los motivos', uno de sus mejores discos. Y no mentía: le sobraban los motivos para casi todo.


Mi amigo insistía en presentarme a Sabina pero yo no encontraba razones de peso para semejante cosa. Si algo me molesta es molestar. Si algo me incomoda es incomodar. Mi amigo, común de ambos, se indignaba ante mi falta de cortesía. Y Sabina seguía partiéndose de risa, ahora con un chiste malísimo de Krahe. Pero es que la noche madrileña es así. De pronto te lías y te ves 'con ese que canta'. Y no te apetece nada intercambiar birra y canutos como en la mítica canción.


A mi favor, un viejo del lugar: 'Sabina es un gilipollas'. Al rato, otro: 'si está Sabina en el Honky, esta va a ser una gran noche'. Y entre tanto el más rarito de la panda se deshacía en elogios a Krahe, mientras se abandonaba en licores. Después intentaba pedirle un autógrafo a un tipo con barba blanca que estaba más cerca de Panorámix que de Krahe, pero Panorámix prefería firmar lo que fuera antes que seguir soportándolo. Eran años en los que todavía se vendía absenta. Y pasaba lo que pasaba. Ahora los idiotas de toda la vida vuelven del baño asegurando que han visto al monstruo del Lago Ness en el pasillo. O fuman hortensias, que ya debería ser delito prenderle fuego a una planta tan bonita. No sé a qué narices se dedica el ministro del Interior.


Sabina sacaba un cigarro y contaba una anécdota de los viejos tiempos. Había tanta gente queriendo escucharla, acercándose sin disimulo, que me daba vergüenza ser testigo de algo así. Al fin, su borrachera no era muy diferente a la de los demás. Tampoco puedo asegurar que Krahe estuviera despierto. De nuevo, Sabina reía con todo el alma y, si no fuera Sabina, le habría dado un codazo en los riñones por ocupar mi trozo de barra sin referéndum previo ni nada.


Bebimos unas cuantas copas más así. Los codos encogidos para no chocar, los hombros levantados para ahorrar espacio, con un par de amigos comunes enredando, y sin una sola chica en el horizonte. Que luego supe que estaban todas alrededor de un actor de Los Serrano, que se encontraba en la planta baja.


A unos metros, yacía solo y amorrado a un vaso Ramón Arroyo, guitarrista de Los Secretos. Pampero era su marca. Un día me lo recomendó y nunca he dejado de beberlo. Me acerqué a saludarlo, siempre con admiración, siempre con cariño. Charlamos un instante, pero el griterío de las fans de la serie de Telecinco me aturdía, así que subí y recuperé mi lugar en la zona cóncava de la espalda de Sabina. Había trazado con mi brazo el matrimonio perfecto para una noche propia de 'equilibristas del tedio'. Le escuché entonces mencionar el nombre de Alfonso Ussía y a Krahe se le torció el gesto. Se puso serio, como si acabaran de comunicarle que se ha terminado el whisky. Siempre me quedará la duda de lo que dijo Sabina. Sé que el gran columnista lo había citado en unos versos semanas antes, y juraría que el cantante le había respondido en el mismo género desde Interviú, pero no estoy seguro. Y, entre ustedes y yo, no tengo ningunas ganas de documentarme.


Ussía y Sabina son dos caras del mismo talento. Alfonso Ussía, mago del humor de la derecha y creador del Marqués de Sotoancho, que es una mutación de sí mismo, y por eso es más divertido aún. Y Sabina, cantautor por excelencia de la música española, maestro y rey republicano de lo canalla, indiscutible propietario de la calle melancolía. Quizá son dos talentos para otro país, donde haya tipos capaces de disfrutar del arte de otro sin mirarle antes la matrícula política. Eso que con tanto acierto canta Santi Santos de Los Limones, al referirse al modo de ser de los españoles: '¡cuánto pedigrí, me sale el postín del DNI!'.


Alfonso y Joaquín se han cruzado siempre una correspondencia pública muy entretenida. Por mucho que se descalifiquen en sus palabras hacia la galería, algún misterio les une. Nunca he logrado descifrarlo. Noto en Sabina una cierta admiración secreta por las cosas de Ussía y viceversa. Con ninguno de los dos he hablado de esto, ni pienso hacerlo. Hay cosas que no es necesario preguntar. Pero que algo se oculta en ese legendario enfrentamiento está tan claro como que el columnista de La Razón es el mejor satírico vivo, y como que el viejo compositor ha firmado muchas de las mejores canciones de la música española.


Ussía vive en el humor, pero ningún columnista del último siglo ha descrito como él la calle melancolía. Y aunque Sabina vive en la calle del olvido del añorado Enrique Urquijo, nadie se ha reído del prójimo con tanta gracia como él. Tal vez su frase más trivial es la que más me divierte, cuando enumera la fauna que puebla España y menciona a la 'tribu de repatriados de Ibiza, que dejaron de ser hippies pero no de ser palizas'. Estoy seguro de que Ussía firmaría sin dudarlo tal cosa. Y estoy convencido de que a Sabina le fastidia tanto o más que al viejo columnista eso de no poder fumar en los bares.


A Ussía lo vi hace poco, lleno de inteligencia, y manejando la ironía como nadie lo hace en España. A Sabina, no. Me cuentan que ya no se deja ver, que la vida se le alegra sólo entre las paredes de casa. Hace unas semanas se me apareció en papel en una gran entrevista en XL Semanal. ¿Es usted creyente? No. ¿Con qué sueña? Con que la Virgencita me deje como estoy. ¿Pero no ha dicho usted que es ateo? Sí, pero por si acaso. Genio.


Sabina y Ussía. Qué cena más buena.

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