Opinión

Tener razón y tener sueño

Un grupo de científicos ha descubierto que dormir poco incide negativamente en las horas de sueño, mermándolas. Vengo hoy a corroborarlo. En efecto, debido a una serie de festejos fúnebres que se han sucedido en las últimas horas, escribo bajo los efectos de la modorra más salvaje, acunado este escritorio con los fogonazos de luz y calor de la chimenea. He arrojado al fuego ya varios folios de anotaciones, casi una decena de bocetos de columnas que nunca verán la luz, salvo que alguien logre leer las cenizas que surcan ahora el cielo de estas tierras castellanas. El columnismo es la destreza de la negación. Saber arrojar papeles al fuego, la victoria del escritor. Y la derrota.

En general, todos los articulistas deberían prenderle fuego a sus textos más a menudo. La prensa está llena de columnas que no se pueden leer sin caer en un profundo sopor, al menos con la resaca del festival de gintonics colgando de las ojeras, y la mente llena de nubarrones. Antes de sentarme a escribir he estado leyendo la prensa de papel, como siempre. Y he sufrido varios desvanecimientos. Me pregunto si los lectores de prensa nos merecemos tantos políticos frustrados perpetrando columnas, tantos lameculos con pluma, tantos gurús de firma cansina deseosos de abrirnos los ojos a nosotros, los ingenuos, los idiotas, los analfabetos. A la reducida élite literaria del columnismo español –que también existe-, la desprestigia el mar de predecibles, de sosos, y de correveidiles muy partidarios que la baña y asedia.

Agradecida la entregada labor de educación ideológica en los periódicos de hoy, adormecida la insistencia columnística en hacer de la levedad de la política española un gran artificio, he procedido a arrojar la prensa al fuego, dando gracias a Dios porque aún exista el papel, que de lo contrario tendría que lanzar el iPad a la chimenea, y no sé cómo reaccionan estos cacharros al calor. Seguro que alguno de sus componentes resulta altamente tóxico, incluso más que ciertos artículos que he sufrido en los periódicos del día.

Tener razón está sobrevalorado. Hay demasiadas personas seguras de que su misión en el mundo es convencer a los demás. Hay demasiada intensidad. Hay demasiada solemnidad en los más estúpidos planteamientos políticos. Y hay demasiados columnistas, demasiados tertulianos, y demasiados entrenadores de fútbol. Se habla más que se escucha, se escribe más que se lee, y se enseña más que se mira.

Nadie ha logrado cambiar el mundo con una columna en un periódico. Si lo pensáramos más a menudo perderíamos en intensidad, y tal vez evitaríamos muchos dolores a nuestros lectores. En general, el mero hecho de querer cambiar el mundo por cualquier medio me resulta enormemente cansino. El mundo está bien así. Hay cerveza. Hay buena música. Hay chicas. Los que sobramos somos los hombres.

Viendo ahora cómo arden los pinos en la chimenea, exactamente igual que cuando los periodistas íbamos en taparrabos y escribíamos con sangre de corzo en las paredes de la cueva, comprendo que el mundo debió ser un lugar ideal para vivir antes de la llegada de los hombres, las serpientes, y las arañas. Entonces era esto un lugar tranquilo. Había fuego, carne sin aditivos, fiestas salvajes, y un montón de oro sin adjudicar. Nadie había inventado el nacionalismo, ni el capitalismo, ni el comunismo. Y en general, era posible pasarse la tarde viendo la televisión sin que ningún idiota de cualquier operadora telefónica interrumpiera la película con una inoportuna llamada comercial. Aunque de esto último no estoy seguro.

Hace un par de días me apoyé en el piano del café teatro de las noches literarias, y discutí un rato con uno de esos amigos que saben mejor que nadie todo, todo, todo, lo que España debió hacer desde los Reyes Católicos hasta hoy. Conoce todos los errores de la Historia, está al tanto de todas las conspiraciones, sabe mucho más de la vida de los políticos que los propios políticos, y tiene la seguridad y el aplomo del que abraza el pensamiento único. Naturalmente, también posee la clave secreta para que el Real Madrid gane todos los partidos hasta final de temporada. Tiene –tenía- tantas cosas que decir, tanto que opinar, y tanto mundo por cambiar, que he estado a punto de alquilarle esta página, para su desahogo, y para evitar que reviente, henchido de sus propias convicciones, que lo pondría todo perdido de principios inquebrantables. Tiene que ser muy desagradable ver a un tipo explotar de pura razón en medio de un bar de copas.

Como prevención al viejo peligro del dogmatismo de columna, hace tiempo que practico el cambio de opinión. Es mucho más sano cambiar de opinión que cambiar el mundo, aunque venda peor en las camisetas de las tiendas para turistas. A menudo, cambiar de opinión es la forma más rápida de tener razón, excepto en las discusiones de pareja, en las que lo único realmente eficaz es mirar al infinito, entornar los ojos, y recitar Las Coplas de Jorge Manrique. No ganas, pero desconciertas. Técnicamente se llama TMR, Táctica Mariano Rajoy.

Supongo que solo hay algo peor que tener razón siempre. Y es tener sueño y no querer tener razón, ni principios, ni ideales, ni ambiciones, ni nada de nada. Dan las nueve en el viejo reloj del campanario, cruje la madera en la chimenea, y estoy dispuesto a desdecirme de todo lo escrito, a lo contrario, o a lo que ustedes quieran, con tal de poder apagar la luz, aspirar profundamente el silencio, y meterme en cama. Sin ver el telediario, sin tocar tierra, y con la imagen anaranjada de la chimenea en la retina. No creo que haya ningún problema en el mundo que no pueda esperar a mañana, cuando volveré a pontificar con alegría, a discutir con vehemencia, y a tener razón en todo como buen columnista.

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