Opinión

Lo que de verdad importa

Me estoy dando el primer chapuzón del año en la playa. Es posible que este hecho no modifique el curso de la Historia, pero si Cañete y Valenciano han podido tener su minuto de gloria en televisión, no veo por qué voy a ocultar algo que, a todas luces, es más relevante para la Humanidad. No he podido evitarlo. Mi propósito era escribir esta columna junto a la playa. Pero me ha salido el sociólogo que llevo dentro, y he sentido la necesidad de mezclarme con la chusma sudorosa. Lo del baño y los helados ha sido un efecto colateral que he admitido con abnegada profesionalidad.

Tras el chapuzón, tumbado al sol, escucho las caricias del mar a la arena, y un sinfín de conversaciones entre grupos de todas las edades. Predominan los jóvenes, pero también hay ancianos que parece que llevan en esta playa de forma ininterrumpida desde el puente de mayo de 1988. Esas jubilaciones a las que algunos lograron acogerse y que no veo cómo llegarán a nuestros hijos. Sepan que yo estoy muy a favor de que se acabe este sistema ruinoso, y votaré sin dudarlo a quien lo liquide, siempre que su final se haga efectivo en la siguiente generación.

Tantas horas al sol y paseando la orilla me han permitido hacer una buena encuesta sobre las grandes preocupaciones de los bañistas con respecto a las próximas elecciones. Observo que a los hombres mayores les preocupa sobremanera no ser más jóvenes, lozanos y musculosos. En cuanto a las mujeres de avanzada edad, la principal preocupación es la misma, pero sobre sus maridos. Ambos colectivos comparten una increíble inquietud sobre el tiempo que hace, el que hizo, el que hará, y el que va a hacer en las próximas semanas. También analizan sin descanso la media climática de los últimos doscientos meses de mayo asegurando que “nunca se ha visto nada igual”. Y es increíble. Desde que el tiempo cambia, está como siempre.

Las tres adolescentes de la toalla vecina tienen muy claro lo que desean de estas elecciones: se llama Jorge. Anhelan que un tipo que pasea sus cachas seis toallas más allá se decida de una vez a salir con Cristina, que es la más guapa de las tres, y también la única que coge aire entre subordinada y subordinada. No obstante, Marta y Noemí, consideran también un interés electoral legítimo que, si Jorge pasa de Cristina, se decida por ellas. Supongo que esto es lo que llaman “mal menor de la democracia”. No se descarta en ese caso un severo “voto de castigo” de Cristina, que en esta parte del debate chilla a sus amigas algo indescifrable de lo que sólo he entendido el final: “que las gallinas”.

A mi derecha tengo a un grupo de estudiantes. Sé que están en Derecho porque en vez de traerse toallas para pasar la tarde, están edificando un fuerte de varias plantas con dormitorios, sauna, y chimenea con almacén de leña para todo el invierno. Sus conversaciones no dejan lugar a dudas sobre la naturaleza de su voto: será esférico y se decide en Lisboa.

Definitivamente, esta es la auténtica generación europea. Sólo alguien formado en la Europa del siglo XXI puede situar el debate electoral fuera de nuestras propias fronteras. Más aún, hacerlo en un lugar como Portugal, país con el que se abrazan nuestras urnas, al que nos une la tolerancia parlamentaria, y con el que compartimos la mayoría de nuestros desvelos políticos geoestratégicos. Esto es el triunfo de la democracia y un gran logro de nuestro sistema educativo.

Coincido en la orilla con Ruth y Aliporenensio, a quien Dios no bendijo con un nombre bonito, pero en cambio sí lo ha hecho con una novia preciosa, que además ha tenido la fortuna de no preguntarle jamás a su chico por qué todos le llaman “Ali”. Así que todavía no lo ha dejado. Están haciendo planes para salir a cenar a un italiano este fin de semana. No es que sean caníbales, es que les apetece pizza. De su valioso testimonio deduzco que exigirán a su candidato electoral que en los próximos comicios las papeletas lleven extra de queso y masa esponjosa.

En la zona sur de la playa, la más poblada, tampoco se habla de otra cosa. Todo el mundo está preocupadísimo por el 25M. Bajo la nube de sombrillas, los bañistas plantan cara a los grandes retos de España en Europa. Debaten y debaten. Del grueso de esa espontánea concentración brota un grito unísono y reivindicativo: “¡Grourrrrrgggg… piffffsss! ¡Grourrrrrgggg… piffffsss!”. Es la hora de la siesta.

Diviso al fin a dos ancianos discutiendo a voz en grito en la orilla sur, preocupadísimos por la marcha del euro. Aseguran que no podemos seguir así, que es un despropósito y que todo tiene que cambiar. Están indignados. Me aproximo a ellos con la lupa en la mano, como quién acaba de descubrir una especie en vías de extinción. Y al fin, a su altura, el desengaño: alemanes. Turistas alemanes. Se les notaba en el acento y en ese color langosta en la chepa.

Vuelvo al mar, que no aguanto bajo el sol. Se me está calentando de tal manera la cabeza que hasta sería capaz de ir a votar el 25M. Pago veinte euros al vendedor de patatas fritas para que me vigile el portátil durante el baño. No es que me fíe de él, pero mientras flotas en la orilla es más fácil localizar a alguien con gorra roja con hélice blanca que a cualquier otro delincuente. Al volver del agua hablamos brevemente sobre sus preocupaciones. Al fin y al cabo, está trabajando de sol a sol, y supongo que deseará mejoras laborales y que tendrá decidido su voto. En efecto, lo tiene claro: “¡Aquí lo que hace falta es menos lirili y más lerele!”. Saco mi bloc de sociólogo amateur. Tres puntos para el partido del lerele. Voto de castigo para el candidato lirili.

Me retiro tras el trabajo a pie de campo. Hora de la cervecita en la terraza y del recuento de notas. Mi estudio, un éxito. Culmino desvelándoles que se ha producido además un suceso estadístico asombroso. La totalidad de los bañistas encuestados ha coincidido en una misma reivindicación política en la tarde de hoy: “¡Ozú, que caló!”.

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