Opinión

Cruz y cara

La misma película con dos finales diferentes. Por un lado, la intervención de la presidenta del Congreso de los Diputados, y por el otro, la del rey, a quien le correspondía “el honor y el privilegio de declarar abierta la XV Legislatura”. ¿Por qué decimos que con dos finales diferentes?, pues porque Francina Armengol se ocupó de construir una intervención pletórica de compromisos, más apropiados a una convención de su partido y exento de aquellas propuestas más propias de una cámara legislativa y el rey Felipe VI trazó un discurso en el que hizo hincapié a todos los valores tantas veces enunciados del “sentido constitucional, pues es expresión del vínculo de la Corona con las Cortes Generales”.

Como es lógico, estas aseveraciones tan rimbombantes, solamente fueron del agrado del Partido Socialista y de algunos de sus socios, pues otros no estaban presentes. “Es el peor discurso de un presidente del Congreso que he escuchado en mi vida”, dijo Alberto Núñez, quien reconoció que la titular el Congreso ejercía “como una diputada socialista pues se ha salido de su marco institucional”. Ni PP ni Vox la aplaudieron. Quizás porque estaban a la espera de que pronunciase sus palabras el rey, quien cumplió con todas las expectativas previstas, dado que, como decíamos, habló con solemnidad, con sobriedad, con firmeza y dejó muy claro a lo que venía a “representar al pueblo español, titular de la soberanía nacional”.

Y el jefe del Estado fue despedido con una gran ovación, que se prolongó durante 1 minuto y 57 segundos, con los aplausos del PP, Vox, PSOE e integrantes de Sumar. Todos los demás estaban ausentes, como es habitual. Recordemos que el bloque soberanista de ERC, Junts, BNG y Bildu han dicho que la monarquía es “anacrónica” e “incompatible con los principios democráticos esenciales en tanto que hereditaria y vitalicia”.

Y por cierto, el rey no tuvo un día brillante en la apertura de la XV Legislatura, pues nada más escuchar la interpretación del Himno Nacional, una de las cornetas desafinó, por lo que al inicio fue difícil reconocerlo. Fue una anécdota antes de cruzar el pasillo por el baldaquino que daba acceso al palacio del Hemiciclo.

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