Opinión

VANDALISMO URBANO, CUESTIÓN DE EDUCACIÓN

Hace unos días recogía el periódico una noticia relacionada con los efectos del vandalismo urbano en la imagen de la ciudad. Se aludía a las agresiones que sufren casi a diario los distintos elementos del llamado mobiliario urbano y en concreto, aquellos precisamente a donde el visitante puede acudir para obtener información sobre una zona o monumento de la capital.

Lo malo no es sólo cuando el deterioro afecta al propio mobiliario, sino cuando los desaprensivos hacen uso de su maléfica imaginación y spray en mano, dejan su huella, cuasi indeleble, en singulares edificios y monumentos. Es un mal endémico que padecen todas las ciudades, aunque eso no nos sirve de consuelo. Aquí de lo que se trata es de poner de manifiesto que todo esto es consecuencia de una total falta de educación por parte de quienes convierten la calle en su jungla particular. Una educación que, y ya lo hemos dicho en otras ocasiones pero seguiremos insistiendo en ello, sólo pueden adquirir en el seno de la familia, que es donde se asimilan estas normas de convivencia que empieza por enseñarte que para saber estar con los demás y ser parte de un conjunto de ciudadanos, es necesario respetar las normas que empiezan por el respeto. Respeto a las personas y respeto a todo aquello de nuestro entorno.

La calle es el mejor espacio, el más idóneo, para practicar la civilidad, que es lo mismo que decir que es el lugar público donde cada ciudadano tiene que exhibir sus mejores modales y hacer gala de un exquisito comportamiento. En la calle, además, los defectos aparecen mas acrecentados mientras que las virtudes, por ser más recatadas, tienen que responder a esa correcta actuación de la que hablamos. Es el escenario donde demostramos nuestro grado de civilidad y el marco más propicio, como cualquier ámbito de la vida pública, para desarrollar nuestros conocimientos de esa educación que hoy conforma lo que se entiende por Protocolo Social.

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