Opinión

¡El dia del Señor!

Para el creyente, el Domingo de Resurrección es el gran día, o si se puede decir de otro modo: el día más largo, porque se extiende, cronológicamente, por todo el recorrido del año litúrgico. Cada domingo es Día de la Resurrección del Señor; es más, cada vez que celebramos la Santa Eucaristía, es Día de Resurrección.

En aquel primer día, Jesús, que pocas horas antes había sido contemplado como el Crucificado en la dura realidad de la cruz, ahora, no solo se aparece y entra en el lugar donde se encuentran sus discípulos llenos de miedo, y creen que es un espíritu, como nos sucede tantas veces a los cristianos de hoy en día; sino que este Jesús no se aparece como un fantasma, ni hace un recorrido físico desde la puerta cerrada, que no fue abierta y permaneció atrancada, hasta situarse en medio de la escena y comenzar a hablarles a aquel grupo que temerosos no daban crédito a lo que estaban viendo con sus ojos físicos. Nos dice el Evangelio que Jesús, el Resucitado, se presentó en medio de ellos.

¡Hermosa lección nos da Jesús! Se deja encontrar y ver allí donde, a partir de aquel momento, del Día de la Resurrección, se encuentra siempre, incluso cuando no se deja ver. El Resucitado se hace presente en el centro de la comunidad de los Once, es decir, en medio de la Iglesia. ¡El Señor! No viene de afuera, está allí, en medio de ellos, como está hoy en medio de la Iglesia y es ahí en donde les dice a los suyos: tocad y ved, soy Yo, y les mostró las manos y los pies, y comió con ellos. El Resucitado es un hombre verdadero ¡mejor!, es el Hombre –el Ecce Homo mostrado por Pilato- y se nos muestra ahora como el Hombre en plenitud.

En este Año de la Fe es preciso que nos esforcemos por convertirnos en verdaderos creyentes para transformarnos en auténticas personas y así poder ver al Resucitado como persona viva, para siempre, en medio de nosotros.

Muchas veces, los cristianos preferimos quedarnos en el Viernes Santo, sacando en procesión fuera del templo, una vez en el año, las bellísimas imágenes de nuestros cristos yacentes, que implicarnos en el dinamismo de la fe que nos lleva a comprometernos en lo cotidiano y nos impulsa con una fuerte energía a transformar nuestro mundo de acuerdo con el proyecto del Resucitado. Quedarnos única y exclusivamente en una exteriorización plástica del misterio es bueno, pero no suficiente, y mucho menos hoy en día. Esto no nos compromete mucho, y que conste que no tengo nada en contra con respecto a las procesiones, todo lo contrario: son una expresión externa del misterio que celebramos en el interior de nuestros templos y queremos llevarlo a la calle para que nuestros conciudadanos, tengan o no tengan fe, la hayan perdido o esté adormecida, puedan percibir a través de las imágenes, cargadas de belleza e historia, los momentos de la pasión y muerte de Jesús.

¡Qué difícil nos resulta vivir la fe con autenticidad, y la frescura que surge de la certeza de que Cristo Vive en medio de nosotros! El Resucitado vive en la Iglesia, entre nosotros, y así seremos testigos creíbles de su Evangelio.

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