Opinión

El camino cuaresmal

El pasado 29 de junio de 2022, el papa Francisco nos ofrecía una carta con un título muy sugerente: “Desiderio desideravi”, que quiere traducir aquellas palabras que Jesús pronunció antes de comer la Pascua con sus discípulos y que fueron recogidas por el evangelista Lucas: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer” (Lc 22, 15). Con este documento, el Papa quiere hacerle descubrir al Pueblo de Dios lo importante que es la formación litúrgica, porque gracias a esta actividad de la vida de la Iglesia, cada uno de nosotros, cuando participamos activa y fructuosamente en ella, somos formados.

Teniendo en cuenta esta realidad, a través de una serie de gestos, ritos y palabras, un año más, iniciaremos el itinerario cuaresmal que tiene su sentido desde la clave de la celebración de los Sacramentos de la Iniciación, cuyo objetivo fundamental es rememorar el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. 

Aunque la Cuaresma es ese tiempo que hemos denominado “fuerte”, que se repite todos los años, siempre encierra en sí una gran novedad. 

En la medida en que nos abrimos a la dinámica de la gracia de Dios nos vamos haciendo cada vez mejores cristianos, porque jamás somos del todo cristianos en sentido pleno, es decir, “otro Cristo”, siempre hay un algo más, un plus de exigencia y de conversión, de ahí que ser cristianos supone siempre un recomenzar. 

Porque la vida del creyente jamás es acumulativa, siempre tiene sus progresos, a veces también se dan regresiones, claudicaciones, estancamientos. 

Por eso, aunque nos parece que toda Cuaresma es igual a las anteriores, esto no es cierto, ya que esta etapa no tiene sentido en sí misma, sino en cuanto nos encamina a vivir la Pascua, porque la Cuaresma, sin Pascua, no tiene sentido; de ahí que toda nueva Pascua supone siempre un nuevo comienzo, mejor, un “recomienzo”, o una constante “reconversión”.

Para poder vivir con tensión espiritual este tiempo litúrgico que afecta a la existencia creyente, es necesario emprender este camino de conversión personal y comunitario que encuentra su expresión en la austeridad de vida, en el ejercicio del ayuno, de la limosna, de la abstinencia y en una mayor dedicación a la lectura y contemplación de la Palabra de Dios.

Sería bueno que nos convenciéramos de que la Cuaresma es un don de Dios y no el resultado de nuestro esfuerzo. Es un tiempo de penitencia gozosa porque convertirse siempre supone alegría, una alegría y un gozo que encontrarán su expresión más acabada y desbordante.

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