Opinión

¡Haced esto en memoria mía!

Todos los años, dentro del marco solemne de la que llamamos Semana Santa, actualizamos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, aquel joven rabino de Nazaret, que murió en Jerusalén, la ciudad de la paz. Aquella entrega por amor a la humanidad –muerte del amor redentor- se hizo fuente de vida nueva, por eso, desde aquellos momentos, los cristianos sabemos que el verdadero amor es más fuerte que la muerte.

Ese Amor de un Dios que se hizo hombre, asumiendo todo lo bueno de lo humano en sí mismo para crear una humanidad nueva, hizo que el dinamismo y la fuerza de ese Amor se desplegaran a lo largo de la historia de la humanidad. Para lograr hacer efectivo ese prodigio del amor misericordioso escogió a unos hombres, frágiles, pobres, pequeños y pecadores y cubriéndolos con la fuerza del Espíritu Santo, los hizo sacerdotes para siempre.

¡Qué hermoso es poder revivir la institución del orden sacerdotal en el horizonte de la renovación de la Cena Pascual! Un acontecimiento que habla de entrega, de servicio, de fidelidad, ¡cuánto tenemos que agradecer a nuestros sacerdotes lo que han hecho y siguen haciendo con nosotros desde la cuna hasta la tumba! Jamás podremos pagar el servicio que realizan nuestros sacerdotes, de manera especial en el mundo rural, a veces tan abandonado de las manos de los hombres; sin embargo allí está el “cura” casi todas las semanas, o por los menos de quince en quince días. Él no sólo es un testigo-misionero del Evangelio de Jesucristo, sino también un auténtico agente de dinamización social y un custodio del patrimonio histórico-artístico de nuestros pueblos. Sin la presencia del sacerdote en muchos de estos lugares tan hermosos, su memoria viva ya habría desaparecido. 

¡Cuánto se ha dicho y escrito a lo largo de estos meses sobre los sacerdotes! Hoy mismo, dentro de lo que significa para el mundo católico el Jueves Santo, en algunos lugares de la vieja Europa se estrena una película en donde se mostrará a nuestros conciudadanos el lado siniestro de la realidad; pero una realidad que todavía no ha sido objeto de una sentencia judicial y que parece que ya, desde algunos medios, la sentencia se ha hecho definitiva. No defiendo, bajo ningún concepto, a aquellos que han cometido cosas terribles que han causado tanto daño a niños y jóvenes inocentes; un daño y un dolor que nos sólo afecta a las víctimas, sino que rompe el corazón de muchos sacerdotes, obispos, religiosos y laicos que aman a la Iglesia, y siguen luchando por ser fieles a la misión que Jesús les encomendó: Dejad que los niños se acerquen a mí y no se lo impidáis (Mt 10,13-16). Ellos siguen esforzándose por hacer de todas las labores de la Iglesia un lugar seguro para los niños ¡y para todos! 

Hasta ahora no ha habido ninguna institución, como la Iglesia Católica, que desde hace varios años haya creado una serie de protocolos de actuación serios y exigentes para lograr que todos, pero de manera especial los niños y las personas vulnerables, se encuentren seguros en los ámbitos de atención pastoral de la Iglesia. ¡A pesar de las miserias y crímenes de algunos!, en este Jueves Santo, debemos dar gracias al Dios que es amor por tantos, tantísimos sacerdotes que a pesar de la fragilidad de su existencia se fían de la gracia del Señor y viven con fidelidad y alegría esta vocación tan hermosa de ser sacerdotes de Jesucristo, servidores de los hermanos y constructores de fraternidad alrededor de la mesa de la Eucaristía. En esta jornada festiva, en la que también celebramos el día del Amor fraterno todos recibidos una invitación para descubrir, tras el rostro sufriente de tantos, a la persona misma de Jesús y, además, aprendemos a perdonar al que yerra, porque el amor siempre nos impulsa a perdonar, aunque condenemos con la mayor severidad la maldad de los hechos cometidos. Que Jesús, que permanece siempre en la Eucaristía nos ayude a reactualiza siempre el amor en nosotros y de cara a los hermanos, en clave de misericordia: Misericordia quiero y no sacrificios (Mt 9,13). 

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