Opinión

Jueves santo

Quién nos iba a decir que, otro año más, íbamos a celebrar las fiestas de la Pascua con ese sabor agridulce que nos presenta el covid-19 y la problemática en torno a las vacunas. Y, a pesar de los pesares, en este Jueves Santo, en muchos de nuestros templos –iglesias de puertas abiertas- vamos a celebrar, una vez más, la memoria de la Cena del Señor.

En este día, entrañablemente unido a las tradiciones y costumbres de nuestros pueblos y de sus gentes que, a pesar de las modas laicistas excluyentes, se sigue manifestando ese sentimiento profundo de unión a la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo que celebramos en estos días del llamado Triduo Pascual. Sin ninguna duda es el eje central, por su importancia, en las celebraciones de la liturgia cristiana.

Nuestros templos, que hasta hace dos años se llenaban en la tarde del Jueves Santo, ahora, en virtud de los protocolos sanitarios, no podremos hacerlo. Tan solo una pequeña representación del Pueblo santo de Dios tendrá cabida en esos espacios religiosos destinados al culto divino. Sin embargo, en el mundo cristiano, incluso en el no practicante, recordamos que en esta tarde se conmemora la Última Cena de Jesús con sus discípulos. En esta memorable celebración se instituye el sacramento de la Eucaristía y, para que este acontecimiento de vital importancia para los creyentes en el Resucitado llegase a lo largo del tiempo a todos los hombres y mujeres que creen en Cristo resucitado, el mismo Jesús dio el poder a “los Doce”; es decir, a los Apóstoles y a sus sucesores – los obispos – y a sus colaboradores, los sacerdotes, para que “lo hiciesen en su memoria”. Por ello en esa misma celebración, se hace memoria de la institución del sacramento del Orden Sacerdotal.

Desde esta perspectiva tiene sentido afirmar que es la Iglesia la que hace la Eucaristía, pero es también la Eucaristía la que hace la Iglesia. Es la Iglesia la que a través del ministerio de algunos de sus hijos, por ella elegidos, los sacerdotes, realiza este prodigio de amor gracias a la fuerza y el dinamismo que le da la asistencia del Espíritu Santo a sus palabras y hechos, por eso, en este día santo, el pueblo de Dios ora por la santidad de sus sacerdotes, suplica al cielo que le conceda “buenos y santos ministros del altar”.

Siempre que celebramos y vivimos la Eucaristía, tal como lo pide la Iglesia, Jesucristo mismo también se nos transfigura en los hermanos, de manera especial en los más necesitados, de ahí que en el Jueves Santo celebramos el “Día del Amor fraterno” en el que se nos recuerda el “mandamiento del Señor sobre la caridad”. Si no hay Eucaristía sin Iglesia, ésta, la Iglesia, es consciente ya desde sus orígenes de que el ejercicio de la caridad ha constituido una importancia constitutiva de su propio ser. Si no hay Eucaristía sin Iglesia, también es cierto que no hay Iglesia que no se abra al ejercicio de la caridad. Por eso es necesario repetir muchas veces que la Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra de Dios tampoco se puede sentir dispensada del ejercicio de la caridad. Nunca. los que quieren vivir bien su cristianismo, pueden olvidar que, a la esencia de su vocación cristiana pertenece el ejercicio de la Cáritas.

Este sería un buen propósito para en este día de Jueves Santo: sentir la Cáritas, parroquial o diocesana, como cosa nuestra y así estaremos viviendo en coherencia aquello que nos mandó Jesús durante la Última Cena: “Haced esto en memoria mía”. Y este sentimiento es tanto más apremiante cuantas más son las necesidades que nos estamos encontrando por la pandemia que nos afecta.

Feliz Pascua a todos.

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