Opinión

Seminarios, ¿para qué?

El próximo domingo se celebra el Día del Seminario. En los últimos años hemos llegado a escuchar: Seminarios ¿para qué? Resulta paradójica esta afirmación cuando en las visitas pastorales tanto al mundo rural como a las zonas urbanas me encuentro siempre con una petición que se repite: ¡Sr. obispo mándenos un cura! Tiene que enviarnos otro sacerdote que el nuestro está muy anciano y cansado ¡ya no puede más! Necesitamos un cura porque ya no podemos tener Misa los domingos como antes.

Éstas y otras muchas son expresiones que reflejan los auténticos sentimientos de los fieles con los que me encuentro con frecuencia. Eso quiere decir que para un buen grupo de la población, y especialmente para los fieles, la presencia del sacerdote es imprescindible y la labor de un buen sacerdote al frente de una comunidad hace nacer la esperanza, de manera especial en medio de esos pueblos que se sienten afectados, seriamente, por la despoblación y la ausencia de niños en su entorno. Pero esos sacerdotes no se improvisan. ¡Del seminario sale lo que al seminario se envía! De ahí que si queremos revitalizar las estructuras de nuestra Iglesia, todos tenemos que esforzarnos por ayudar al seminario. ¿Cómo podemos hacerlo?

En primer lugar, convirtiéndonos en constructores de esa “cultura vocacional” a través de la oración por la vocaciones. ¡No apaguemos con nuestros pesimismos y cálculos, excesivamente materialistas, las incipientes llamadas de Dios en el corazón de los niños y jóvenes!

En segundo lugar, os invito a que os acerquéis a los seminarios de nuestra Diócesis y que invitéis, vosotros mismos –porque los seminarios son de toda la Iglesia, y por consiguiente son de todos– a esos niños y jóvenes para que conozcan estos lugares donde conviven, estudian, rezan, se divierten y se forman los que han apostado por seguir a Jesús en el camino sacerdotal.

Por último, os ruego que ayudéis a nuestros seminarios con vuestras aportaciones y con la creación de becas, como hacían nuestros mayores. ¡Cuánto bien han hecho esas personas que al rubricar sus últimas voluntades se acordaron del seminario! Ellos sabían que Dios nos cuida a través de esos hombres que por medio de una vida sacerdotal entregada y vivida con pasión se convierten en cauces de la gracia y de la ternura de Dios.

Recuerdo a aquel sacerdote anciano que se preguntaba a sí mismo delante de los fieles: ¿Cómo se hace santo un sacerdote? Y él mismo respondía: ¡Ayudando a los demás en su camino de santidad! Toda su vida, su entrega, su labor pastoral hace del sacerdote un hombre para los demás. Le convierten en un apóstol para los hombres. ¡Tomemos en serio el Día del Seminario! y, si no podemos celebrarlo en este domingo cercano a San José, ¡hagámoslo en otra ocasión más oportuna!, pero hagámoslo siempre, porque nuestro pueblo debe saber que sigue existiendo y sigue siendo necesario para nuestro bien. Dediquemos un día a la semana a rezar por el seminario y las vocaciones. Procuremos que un día de las muchas novenas que se celebran en nuestra Diócesis lo dediquemos a reflexionar siempre sobre el seminario y las vocaciones. Si así lo hacemos estaremos construyendo una verdadera y auténtica “cultura vocacional” que asegurará nuestro futuro.

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