Opinión

Nace el Niño que revoluciona el mundo

Es cierto que Jesús de Nazaret no nació la noche del 25 de diciembre, como tradicionalmente celebramos. Sabemos que, lo mismo que con otras fiestas paganas, la sustituyó la Iglesia tras el reconocimiento por el emperador romano Constantino por fiestas cristianas. En esa época romana se celebraban las saturnales, en honor a Saturno, dios de la agricultura, coincidiendo con el solsticio de invierno, lo que significaba un nuevo año agrícola en el "nacimiento" del nuevo Sol, cuando los días comienzan a ser más largos. Las fiestas eran una mezcla de grandes comidas, con regalos, y disfraces carnavalescos. Difícil lo tuvieron los cristianos para eliminarlas, por eso hicieron coincidir el nacimiento del "nuevo Sol Jesús” con esa fecha. Existen aún costumbres, al margen de los regalos que aún perduran, pues los esclavos recibían de sus propietarios una generosa paga extra en forma de moneda o vino.

Leyendo los Evangelios que narran el nacimiento del Niño-Dios, este tuvo que ser en la conjunción de Júpiter y Saturno, que se repite cada veinte años, llamada triple al producirse tres veces en el año, y que en el año 7 AC se produjo en mayo, septiembre y diciembre, lo que coincide con lo escrito sobre la aparición y desaparición de la estrella que vieron los Magos. Esto me conduce a considerar que el año 7 AC es el más probable; que la visita a Herodes de los Reyes Magos se produjo en diciembre de ese año, coincidiendo con la tercera conjunción, y la estrella volvió a aparecer después de dejar el palacio de Herodes. Si añadimos que los pastores a los que se les apareció el Ángel estaban al aire libre y con una temperatura fresca, por la hoguera, consideró como más probables el nacimiento en el mes de septiembre de ese año.

El mensaje del Niño-Dios, desde su nacimiento anunciado por “paz en la tierra” (Lc 2,14), nadie lo duda, es la defensa de la libertad, la solidaridad y la confraternidad. A título de ejemplo, alguna de sus palabras: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mt 7,1), o el más directo: “Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos” ( Mt7,12), complementado: “No es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía” ( Jn 13,16).

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