Opinión

40 + 1

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photo_camera Ilustración: Alba Noguerol

DOMINGO, 4 DE JULIO

No pude escabullirme, no me gustan para nada los homenajes, me suena a algo así como si uno estuviese cerca de la tumba. Pero lo convocaron mis paisanos y amigos de la Biblioteca de Verín y era inevitable estar allí. Conque el sábado allí estaba yo en el Auditorio, rodeado de amigos celebrando el 40+1 aniversario de mi libro “Extraños en el2021-07-11 ANGULO INVERSO Ilust.jpg_web escaparate”.

Hay que joderse, hace 41 años estaba toda la Movida madrileña en la sala Sol de Madrid. Entonces, las cosas se hacían a lo grande desde la mítica editorial “La banda de Moebius”. Recuerdo aquella noche. Señoritas con bandeja vendiendo el libro en una sala atestada. Eran tiempos de sueños, de acción, de excesos y de creatividad. A lo grande, sí señor. Actuó en la presentación la imaginativa banda Glutamato Ye-yé. Los delirantes Aviador Dro y hasta Juanma “El Terrible”, que se atrevió con una personalísima versión de “Je ne regrette rien”. Habíamos invitado al grupo punk de Bilbao Las Vulpes, una pena, tuvieron problemas y no se presentaron. Presentaron el acto, el inolvidable Eduardo Bronchalo y uno de los jefes de Radio 3, Carlos Tena. Qué curioso, un mes después, Carlos llevó a Las Vulpes a su programa de televisión. Cuando descargaron el tema “Me gusta ser una zorra”, de inmediato los jefes le llamaron amenazantes y dos días después lo despidieron. Todavía eran tiempos de lucha por la libertad de expresión.

Qué barbaridad, 41 años después, aquí estoy en el Auditorio de Verín con mi entrañable colega de correrías de entonces, el poeta Antonino Nieto, como conductor del programa celebrando mi libro “Extraños en el escaparate”. Ay, Verín, que tantas veces bauticé como fronterizo y clandestino. Flashes pasaron por mi mente, el bar “Los amigos”, donde abrevaron varias generaciones con la gramola al fondo en donde Loren, nuestra Janis Joplin verinense fallecida, no cesaba de poner “Piece of my heart” y “Mercedes Benz”. Corría el dinero, qué locura, cuatro bares abiertos toda la noche. El bar “Alfonso”, donde de madrugada aparcaban los camiones pesqueros que hacían la ruta Vigo-Madrid. Era su estilo, engullían tres o cuatro copazos de coñac “Fundador” y partían veloces para subir las carreteras nevadas hacia Puebla de Sanabria y llegar a la capital a la hora pactada. La villa estaba llena de personajes originales y auténticos. Cuando me encuentro con el escritor zamorano De Prada, me cuenta siempre “Desde niño acompañé a mis padres a tomar las aguas a tu pueblo. Paraba en el hostal ‘Lugano’. Para mí, que venía de una ciudad silenciosa y monjil, Verín era como un espectáculo. Con el tiempo comprendí que era la fiebre de la frontera. Cómo te diría, los nativos tenían como algo secreto en la mirada. Al terminar de cenar, el local se llenaba de griterío, risas y se jugaban grandes cantidades de dinero al ‘Monte’. Pero mira tú, convivían en paz, todo era festivo y jamás vi una pelea”.

Mientras intervenía mi amigo Tonino, tuve otro flash, casi me resbalan lágrimas por la mejilla. Y así lo conté “Tenía siete años, pasaba las navidades en Arzádegos, y en el comercio había mucho brujuleo de portugueses, la ‘raia’ está ahí a escasos kilómetros. Doce mozos del pueblo esperan en la trastienda con sus fardos de treinta kilos a la espalda. Esperan la orden de saltar hacia Portugal. Mira tú, cómo de alguna manera yo participaba. Mi abuelo Claudio: ‘Jaimito, vete a ver si hay luz en la casa del cabo y de los guardias’. Allá salía yo como un cohete ‘Hay luz en todas, abuelo’. Ya saltan con paso legionario todos los mozos hacia Portugal”. Me detengo al contarlo y descubro mi técnica de escribir a los asistentes “Miren, yo busco escribir como el mozo contrabandista que va zigzagueando por el monte olfateando dónde está la pareja. Así olfateo yo el adjetivo exacto, sorteando los tópicos con la habilidad de la zorra vieja para llegar al destino que es la página soñada. Cuando la mercancía era mucha, mi abuelo le daba a un mozo un fajo de billetes apretados con una goma por si había que comprar a los guardias. Otras, el fardo del mozo estaba solo lleno de papeles y cartones, para que en caso de peligro, se dejase detener por los guardias y el resto pudiese escabullirse”.

Pero hermano lector, lectora, he de contarte las gratas sorpresas con que me obsequiaron los organizadores. Va Tonino y me dice “Primera sorpresa”. Y alucino, en la pantalla del escenario aparece Juan Luis Recio, el editor de “La banda de Moebius”, aquella editorial fantástica que buscaba nuevos escritores y los mezclaba con autores de prestigio para salir adelante. Allí nos dio cobijo a muchos de nosotros. Juan Luis es un canario generoso con los autores, su editorial marcó un hito en Madrid. “Segunda sorpresa”, me froto los ojos, en la pantalla está mi viejo amigo Miguel Ríos. Cómo es la vida, tanto le gustó “Extraños en el escaparate” que incluso decidió titular así su siguiente álbum. Cuántas reuniones en su casa y en el Café Comercial, y qué buenos temas compusimos ¿verdad, Miguel?. Cielo santo, ahora aparece en la pantalla el gran Patacho, que lideró Glutamato Ye-yé y actuó en aquella lejana noche de 1980.

Pero los organizadores del evento se lo trabajaron a fondo. Hay que joderse, ahora en la pantalla aparece Luz que me envía su mensaje desde el mítico teatro Olympia de Paris, donde es una reina. Me quedo sin habla cuando cariñosa y sonriente en un guiño me suelta “Gracias por poner tu talento a mi servicio”. Tierra trágame.

En la pantalla apareció también el generoso Julio Conde, que se trabajó con sagacidad gran parte de los vídeos que allí aparecieron.

Ay, no me podía faltar el entrañable Javier Cid: año 80, discoteca “Liberty” de Santiago. Allá nos fuimos mi editor y mis compadres de Burning a presentar el libro. Se nos unió Estramonio, la eterna esperanza verinense. Cuenta Javier “A mí me adjudicasteis encargarme del merchandising. Los libros se agotaron”. Esa noche está en el imaginario colectivo de Santiago.

(Ahora que la amistad ya es cibernética y pierde su lado sagrado, pasan por mis ojos todos los que colaboraron conmigo en aquellas movidas a tumba abierta. Entonces la amistad era más sagrada. Te juro, alguien se acerca y me dice “Algo habrás hecho bien, Jaime, tienes buenos amigos”).

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