Opinión

América no me ama

Sé, hermano, que tienes hartazgo de verlo tanto en los papeles: el futuro 'comandante en jefe' del mayor ejército del mundo. Lo sé. Pero permíteme que escriba sobre él; escribir me ayudará a desalojar su imagen arrogante de mi mente.


Te seré sincero. Por momentos sentí una secreta alegría: había derrotado a todos los lobbies de America. Pero no me uní a toda la masa que le sigue, tal  'Flautista de Hamelin Neoyorkino'. Antes me amarraría, como Ulises, al palo mayor de la nave que sucumbir a sus 'slogans' de sirena.


Ahí lo tienes: el lado salvaje de la democracia. ¿No ves la cólera en sus ojos? Ah, sus ojos inquietantes; sus pelos rojizos de pajar; su caminar avasallante; ese 'toque' que recuerda al mejor 'macho español' de los 60. Maiakovsky escribió: "soy dos metros de apéndice de corazón". Trump nos dice: "soy dos metros de mandíbulas que te tragarán".


Hay un libro por ahí del filósofo Aaron James que se titula: "Trump, ensayo sobre la imbecilidad". Puedes leer, por ejemplo: "Pertenece a una clase particular de payaso bobo y será el animador jefe".


Te cuento. Han terminado las votaciones. Hillary se encierra solitaria en la suite del hotel. Llama urgente a su médico de cabecera que le dice: "¿Qué sucede? / Ya sabe doctor, esta noche se agotarán las reservas de valium de todas las farmacias de Nueva York, a veces sucede lo que más temes". Ahora, Hillary se mira en el espejo. Ve sus labios apretados. Todas las cicatrices afloran en su rostro. La becaria que hizo la felación más famosa de la historia se ríe desde el cristal. Como a Dirk Bogarde, en la inolvidable escena junto al mar de "Morte a Venezia", también a Hillary se le desvanece el teñido y se dibuja un rictus de derrota en su rostro anciano.  Trata de repetir su mantra favorito: "he de seguir avanzando". No puede. Lee en el espejo: "The End". Ay, no habrá segunda oportunidad.


Bill llama a su puerta. Tarda en abrir. Él espera, sabe que las lagrimas del que pierde el poder son las más amargas. Entre y ella cae en sus brazos, gime -"mi amor qué tristeza, tengo cien años y América no me ama"-.
En el One World Trade Center , planta 111, el director de 'The New Yorker', engulle empalidecido un par de pastillas y un whiskey. Grita: "maldita sea, todo estaba preparado: 'Bienvenida Hillary'. Sus fotos mas radiantes estaban en las máquinas". Hay un silencio agobiante en la redacción. De pronto le 'escupe' a su redactor jefe: "titule a toda página: Acontecimiento Repugnante. Subtitule: La Casa Blanca será la Casa de los Horrores".
(Estoy viendo su foto. Pienso que 'Alien el octavo pasajero' puede ser un ingénuo niño a su lado. Ya habíamos aprendido a no tener demasiadas esperanzas de una vida cercana al arte, casi lírica. Pero este palo no. No lo esperábamos. El aterrador 'botón nuclear' yacerá bajo su almohada. Miro por última vez su retrato: es el Coronel Kilgore en 'Apocalypse Now': "me encanta el olor a Napalm por la mañana").

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