Opinión

Au revoir

Aprendiendo a vivir se va la vida”. Esta frase de un clásico es el lema de nuestra tertulia. Pero, hermano, estamos desolados. Cierto, mis colegas tertulianos y yo estamos tristes y desubicados. ¿Sabes?, una de nuestras normas es no descubrir dónde la celebramos. La verdad es que lo nuestro tiene algo de logia. Vamos, no somos La Rosa Alquímica, pero seguimos con fervor las reglas que marcó Sócrates. Uf, cómo era él. Condenado a muerte, antes de morir lavó bien su cuerpo para no dar trabajo a los sirvientes.

En la tertulia a veces nos sale el españolito que llevamos dentro. Se arma una bronca del carajo. Entonces aparece Puri y nos calma con su sonrisa enigmática y su estilo tan parisino.

Hoy, hermano, te descubro nuestro lugar de tertulia, nuestro pub favorito: el Irish Clan. Ahí, en la calle Cardenal Quiroga. Puri, la propietaria, cálida, ilutracion_alba_noguerol_resultprofesional, sonriente siempre, echa el cierre. Se va a vivir con sus dos hijas a Francia. Entrar allí es como hacerlo en un museo o en un templo. Un crepúsculo celta. Lo habita toda la lírica de Irlanda. Vagan allí espíritus, hadas, duendes benignos y malignos, ánimas, caballos alados y los ojos desesperados de Yeats. ¡Ah, Irlanda! Reconozcámoslo, allí nacieron los mejores poetas. “Nos sentamos silenciosos como piedras,/ sabíamos, aunque ella no hubiera dicho una palabra,/ que aún el mejor amor debe morir”.

Todo Irlanda está en el Irish. Acordeones reales, clarinetes, trombas, héroes deportivos, estrellas del cricket y los rostros de los más grandes líricos. Quizás no pueda ver más un retrato del local que me obsesiona. Allí está altivo, distante, enciende un cigarrillo George V, rey de Reino Unido y emperador de la India. Lo miras y en su gesto está toda la aristocracia británica.

Alguna vez escribí que ciertos días atormentados sigo el consejo de Hemingway y busco el lugar exacto en que beber ante la sabia mirada del barman. El escritor decía que le llevaba mucho tiempo hallar un lugar así en tiempos apresurados. Un día di con mis huesos en el Irish. Miré a Puri y me dije “aquí me quedo”. Ay, ella te mira paciente y silenciosa como quien arregla redes, parece decirte: “Quítate de pensar y sácate a ti mismo adelante”. Siempre me acordaré de aquel día en se me acercó un fulano a darme la vara y ella le dijo: “Déjelo, está esperando a su madre que le consuele”.

En la última tertulia hablamos de cócteles, por supuesto Puri no nos reveló su brebaje. César Antonio Molina dice que no hay mejor lugar en el mundo para ver pasar la vida que un café de París. Cierto, yo frecuenté y fui feliz en el Deux Magots en la plaza Saint-Germain-des-Prés. Allí abrevaron Picasso, Sartre y toda su generación. Qué buenos cócteles preparaba aquel escuálido ecuatoriano. Pero mira tú, te juro que el espíritu de Édith Piaf siempre rondó en el Irish. 

¡Ah, los cócteles! Auria, esta ciudad de artistas, bebedores y lágrimas rodantes también sabe beber. Alguien en la tertulia recordó el ya mítico bar Volante. La fórmula del “Tumbadiós” la creó un ourensano en un tugurio de Compostela. Ya fue la favorita de la etílica y combativa generación del 68 en Santiago. Sobrino, el creador, jamás reveló la fórmula. El bar Volante la imitó pero ya no fue lo mismo. Mira tú cómo era María, la propietaria. Solía decir: “Que todo el mundo esté feliz”. La ceremonia era un poco bestia, más bien mucho. “Venga, todos de espalda, la cabeza apoyada en la barra y la boca bien abierta. De uno en uno”. Primero los dos componentes conocidos del “Tumbadiós”: licor café y aguardiente. Después María continuaba, ahí va Licor 43, un poco de Martini, otro de coñac… La norma era que no podías tragarlo hasta que ella tomaba con sus manos tu cabeza y la agitaba. Cielos, si lo ve Hemingway, no saldría de allí.

(A veces los tertulianos quedamos en el Irish Clan hasta el cierre. El otro día nos dio un mal presagio cuando ella dijo: “Me gustaba más esta ciudad cuando la cubría la niebla”. Como cualquier noche, fue limpiando las copas abrillantándolas. Barrió meticulosa, todo en orden. No sospechábamos nada. Fue apagando las luces más despacio que de costumbre, casi con maneras de sacerdotisa. 

Alguien fue a pagar. Ella nos miró de uno en uno con una sonrisa misteriosa que jamás le habíamos visto. “Hoy se cumplen diez años desde que me hice cargo de este local. Lo he cuidado con instinto casi maternal, nunca ha faltado una marca de cerveza por lejana que fuese, he seguido el espíritu irlandés”. Hizo una pausa y lacónica añadió: “Hoy invita la casa. Me voy a vivir junto a mis hijas a Francia. Hoy el Irish cierra”. No sé por qué pensé a dónde irá aquel cliente que con letra pequeña escribía como si hiciese el recuento de su vida. Y quién nos dará cobijo a estos seis tertulianos un poco desquiciados. De lejos aún escuchamos: “Au revoir, caballeros…”)

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