Opinión

Calle Piamonte, 25

Alguna vez escribí sobre ella. Qué días de bourbon y bohemia. Ahora que se ha ido, inevitablemente tengo que contártelo. Ahora que está en una tumba en la tierra sin mármol y ninguna inscripción, como ella quería. 

Créeme, los dioses me la enviaron una lluviosa madrugada del 84. A veces la vida te hace regalos así. Pero te cuento. Había regresado de París aquel poeta canario, Popis, lugarteniente del inolvidable filósofo zamorano García Calvo. Se buscaba la vida escribiendo y localizando pisos, madrigueras y buhardillas que después alquilaba a los amigos. 

Así fue como di con mis huesos en la calle Piamonte 25, pleno centro, al lado de Barquillo y Almirante, donde se movían los chicos del lado oscuro y las primeras camadas de chaperos de la transición. Tendría poco más de 70 metros cuadrados pero algún inquilino con vocación de orfebre habilitó cocina, ducha y hasta un par de habitaciones. 

Conque allí me instalé. Era una casa de Madrid de toda la vida con portero fisgón, risas en la noche y escaleras de madera que crujían en los amaneceres. A los pocos días comenzó el desfile espectral. En la madrugada, allá hacia las cinco, alguien timbra largamente. Abro. Un desconocido entra de sopetón directo a la nevera y se tumba en mi sillón favorito. Me mira sorprendido: “¿Dónde está Ángela?”.

“Ya no vive aquí, ahora yo soy el inquilino”. Me tiende la mano. “Mira, soy Antonio, artista, después de andar por ahí estoy un poco perdido. Ella siempre me dio cobijo”. Te juro que llamaron a mi puerta todos los personajes de Cellini que viajaron al fondo de la noche: algún cantante conocido, pintores, algún tipo de vida disoluta y hasta el puñetero Máximo Valverde, con todo su glamour cutre. 

Qué iba a hacer. Eran los luminosos 80. Ya no creíamos en la revolución pero la solidaridad todavía era un valor en alza. Había que ser hospitalarios. Indagué quién era Ángela. Resultó ser una escultora con cierto éxito y muy popular entre la farándula. 

Una madrugada timbró una mujer. Abrí mucho los ojos. Eran sus buenos tiempos y en los cines brillaba su nombre en la película “Los santos inocentes”. No dijo ni preguntó nada, como si fuese su casa. Enseguida quedó dormida en una pequeña habitación. Por la mañana se fue muy silenciosa. En una mesa había una nota: “Hay una casa de ‘postas’ donde el destino cambia los caballos”.

Días después volvió a timbrar. Estuvo conversadora, me habló de su vida, de su hijo Carolo, que estudiaba en Sevilla, y de la desventurada Ángela. 

Dos o tres veces al mes timbraba en mi puerta. Con frecuencia, conversábamos toda la noche. Descubrió mi botella secreta de licor café. Me asombró, conocía a todos los poetas. Una madrugada se dedicó a escudriñar mi elegida biblioteca. De pronto, se detuvo como paralizada. Tomó “La casa de Bernarda Alba”, suspiró y se sentó en el suelo, a mi lado. ¡Ay!, entonces recordó a su padre. “Era una buena persona, créeme fue un buen padre. He sido tan débil que no llevo su apellido. Estoy convencida, fue una acusación falsa, él no tuvo que ver con el asesinato del poeta”. 

A estas alturas, hermano lector, ya sabrás que estoy hablando de Terele Pávez. No he conocido a nadie como ella, tan humana, tan mujer y tan herida. “A veces no me dan papeles, no valgo para cortesana porque tengo vergüenza y no sé lisonjear”. En la noche se revelan los secretos: “Mira, qué cabrones, hace nada me han puesto un cheque en blanco para que representase ‘La casa de Bernarda Alba’, cuánto morbo, qué colas habría. Jamás lo haré”. Me apresuré a poner en el tocadiscos “Non, je ne regrette rien” y volvió a sonreír.

Nunca me dio el teléfono. Pero yo sabía cuándo iba al Gijón. Se situaba en la barra, al lado de la puerta y siempre hablaba con el viejo cerillero anarquista que fiaba tabaco a los “sin un duro” y del que tanto escribió Raúl del Pozo. 

(Una mañana apareció muy elegante en mi puerta. Traía un gran bolso, un gesto muy alegre y me mostró dos billetes de avión. “Acompáñame a Sevilla a ver a mi hijo Carolo”. 

Puse no sé qué escusa y fui cobarde. Jamás volvió a timbrar en mi puerta.)

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