Opinión

Los del camión de la basura estáis invitados

MIÉRCOLES, 13 DE ABRIL

Qué triste, otro más, falleció el guitarrista Mario Martínez, uno de los fundadores del grupo La Unión. Yo le conocí allí en la sala El Sol allá a principios de los ochenta. Un tipo culto que amaba la literatura y a Valle-Inclán. Ya sabes el tema que los encumbró “Hombre-lobo en París”. Allí al fondo de la barra él me preguntaba sobre Romasanta, el mítico personaje alaricano “He visto seis o siete veces la película ‘El bosque del lobo’ que dirigió Pedro Olea, cada vez que la visiono José Luis López Vázquez me estremece, qué bien describe tu tierra galaica, llena de misterio y superstición”. Nunca le pregunté si su gran éxito bebía de las fuentes de la película, presiento que sí. Conque allí estábamos en la sala El Sol que inauguró un joven arquitecto en 1979. Él estaba decidido a montar una sala de rock y todos le decían que el lugar elegido no era el correcto. Él había localizado un local en la calle Jardines muy cerca de la Puerta del Sol, lugar habitual de las prostitutas. Él tiró palante. La otra mítica discoteca de Madrid, el Rock-Ola, comenzaba a decaer. Recuerdo bien aquel día, principios de los ochenta, actuaban por primera vez en la sala El Sol La Unión, un grupo casi desconocido sin mucho éxito. Pero te cuento, cuando Rafa Sánchez entonó los primeros acordes de “Hombre-lobo en París” la sala se llenó de duende, fue algo mágico. Recuerdo la letra, cielo santo, “La luna llena sobre París / ha transformado en hombre a Dennis / rueda por los bares del bulevar / se ha alojado en un sucio hostal”. Qué barbaridad, la tuvieron que repetir al menos tres veces, cierto, la gloria estaba ahí al alcance de las manos. Mario tenía su estilo, amaba la literatura y buscaba estribillos románticos y literarios. Lo recuerdo sonriente, irónico, muy cercano a la retranca gallega. Después, ya sabes, vendieron millones de discos. El guitarrista tenía un feeling a veces hiriente, siempre cercano a su amado Eric Clapton. Cielo santo, cuántos se han ido de su generación, Eugenio Haro, Enrique Urquijo, Eduardo Benavente, Antonio Vega. No es que fuéramos grandes amigos pero nos llevábamos bien. Te juro, a veces me vacilaba “Gallego, ¿no serás tú la reencarnación de Romasanta?” Él, como yo, estaba enamorado de Valle-Inclán.

Ya pasarán de los cuatro mil conciertos en la sala El Sol, había un público variopinto en aquellos años en que el punk agonizaba y Tierno Galván, el alcalde, empujaba a los jóvenes a la creatividad. Pues mira tú, por las bellas escaleras de concha de la sala bajaban con frecuencia el gran cronista de La Movida Paco Umbral que se sentaba al fondo rodeado de chicas. Hay que joderse, es bien cierto, más de una vez en su mesa se sentaron el filósofo Fernando Savater, el legendario “Lute” reconvertido en escritor y el propio Paco Umbral, siempre altivo. También acudían Javier Gurruchaga y Ramoncín, tan protegido por Umbral.

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Ilustración: Alba Fernández

JUEVES, 14 DE ABRIL

En la tertulia tocó hablar de la mítica sala Rock-Ola, situada allá en la calle Padre Xifré. Tuvo corta vida, terminó allá en marzo del ochenta y cinco. Lo que no se ha dicho es que el primer propietario fue un francés de origen argelino que perteneció a la OAS, una organización militar clandestina que luchó en contra de que Argelia se independizara. Se comentaba que había estado en duras refriegas y que su organización estuvo a punto de matar a de Gaulle en un atentado. Pero lo cierto es que la sala era una fiesta sin interrupción y por la sala grande y espaciosa pasaron las bandas de rock más prestigiosas. La primera fue Spandau Ballet que tanto influyó en las bandas de rock de La Movida. Eran los nuevos románticos, de estética futurista. Su tema “Through the barricades” sonó en todas las salas de este país. Qué tiempos entonces, los periodistas líderes Jesús Ordovás, Paco Pérez Bryan, Mariscal Romero, el temido Costa de El País. Ay, el olvidado Carlos Tena, tan a la izquierda que un día cambió Radio 3 por ayudar a la revolución en Cuba, y allá sigue. La anécdota es cierta, cuando la sala cerraba allá en la madrugada con los camiones de la basura a la puerta, no era un secreto que siempre eran invitados y compartían la mesa con los últimos bebedores de la noche.

De aquellas actuó en Madrid Ian Dury, nacido en Reino Unido. No podía ser de otra forma, llegó en el momento puntual a Madrid y dejó un mensaje que caló en esa generación. Yo estuve allí, Pabellón de Deportes del Real Madrid, su concierto habita en mi corazón. Escupió sus diabólicos versos ayudado de su bastón. No sé cómo se dice, discapacitado o así, pero su bastón fue el gran protagonista de la noche. Te hablo, hermano, de una leyenda olvidada, traía un recado, un mensaje que caló fuerte en esa generación, un himno “Sexo, drogas y rock and roll”.

(Esos años todos nos pasamos cantidad. ¿Cómo no iba a ser así? Incluso nuestro alcalde, el viejo profesor Tierno Galván, nos dio permiso desde el escenario presentando un gran concierto “Y ya sabéis, el que no esté colocado que se coloque…”).

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