Opinión

Canicas de oro y perlas

MARTES, 7 DE SEPTIEMBRE

Lo dice Joaquín, a veces va y el demonio se pone de tu parte. Y mira tú, hermana, hermano, por dónde me vino un soplo de alegría en este inquietante mes de septiembre. Ya sabes, el que escribe busca siempre más lectores. Me llama un editor y me sorprende: “Jaime, que sepas que tu libro ‘Extraños en el escaparate’ fue uno de mis libros de cabecera que cuidé de no perder en los tres o cuatro cambios de casa y para mí sería una enorme satisfacción reeditarlo”. Después añadió: “Quiero editar también tu primer libro, ‘Irrevocablemente inadaptados’. Ando desesperado buscándolo en mi biblioteca, supongo que aparecerá”. Las cosas parecen marchar bien y el editor está en la búsqueda de las ilustraciones originales en contacto con la vieja editorial tristemente desaparecida La Banda de Moebius.

A estas alturas, hermano, hermana, mi vanidad ya está cubierta. Pero te cuento, en la segunda edición de este libro, en la contraportada, aparecían críticas muy favorables. Créeme, hay que joderse, el crítico de una revista escribió: “Si no tienes dinero, róbalo”. Así salió en la contraportada. Hermana, hermano lector, la primera edición del libro salió allá en el año 1978. Eran tiempos de un Madrid convulso, comenzaba una confusa democracia, los llamados guerrilleros de Cristo Rey entraban en los locales progres amedrentándonos: “Todo el mundo a cantar el Cara al Sol”. En esos días, un ya mítico local, La Vaquería, en la madrileña calle de Libertad, saltó por los aires. Los guerrilleros pusieron una bomba y quedó completamente destrozado, como si cayese la bomba atómica. Cierto, este libro salió con una página en negro, censurada, porque era un canto antimilitarista. El otro libro, “Extraños en el escaparate”, que por fortuna también se va a reeditar, salió a comienzos de los ochenta. Su creación fue una fiesta. Colaboraron mis amigos. Para la contraportada, el fotógrafo García Alix, ya una leyenda, me hizo una foto totalmente underground. Ceesepe, uno de los líderes de la Movida, dibujó la portada. Antonio Lenguas y el propio Ceesepe ilustraron el libro. Incluso Miguel Ríos se enamoró de la obra, ejercí de letrista con él y decidió que su disco se llamase también “Extraños en el escaparate”. Eran días gloriosos, el libro se presentó en la Sala Sol de Madrid a lo grande. El editor Juan Luis Recio invitó a tres bandas de rock que tocaron hasta la madrugada. Bueno, Costa, el feroz crítico de El País tituló “Antipresentación poética en la Sala Sol”. “40+1”, sí señor, 41 años hace de aquel día de fiebre y esperanza.

VIERNES, 10 DE SEPTIEMBRE

Hoy no falta ningún tertuliano. El único que llega eufórico es el profesor, que parece mirarnos retador. Yo también miro alrededor y observo que algo ha cambiado en nosotros, los cinco tertulianos. Todos tenemos el gesto más adusto. Quizás estemos más desnudos de certezas y nuestros ojos no brillan como antes. El profesor no se arredra, bebe su gin tonic con autoridad y nos espeta: “Traigo una sorpresa, vais a conocer algo que cambiará el destino de la humanidad”. Como en nuestra tertulia todo puede suceder, nos disponemos a escuchar con cierta devoción lo que nos cuenta. El profesor luce una sonrisa irónica y se lanza: “Amigos, se acabaron los problemas mentales, las noches de insomnio por los malos recuerdos, se acabaron todos los traumas. Ya no necesitaremos psicoanalistas ni píldoras tranquilizantes. No nos morderán más las paranoias”. Los contertulios lo escuchamos sorprendidos y lo apuramos. “Pero dinos ya, hombre de Dios, ¿cuál es ese remedio milagroso?”. El profesor saca de su bolso unas revistas científicas francesas y unos folios escritos con letra muy pequeña. Nos larga: “Estas revistas y estos documentos ya desvelan un secreto muy guardado y anuncian la máquina. No, no, no es una máquina sexual, eso ya está muy explotado. Pero os cuento: Borges escribió en un cuento negando que Dios pudiera hacer que lo pasado no haya sido. Pero un grupo de científicos ha descubierto algo así como el espacio mental donde habita el recuerdo. Es un instrumento todavía muy elemental y que funciona así: colocan en tus sienes los electrodos, mientras tú ves en una pantalla cómo van pasando las heridas, las cabronadas que te han herido; aquella imagen en que el maestro de alas negras palpaba tus muslos inocentes en tu dormitorio. La máquina la puedes detener a tu gusto, por ejemplo en la imagen de aquella mujer u hombre que te hirió y dejó marcado para siempre”. El profesor se detiene, se empuja un largo trago mientras nosotros lo miramos consternados. Continúa: “Pulsando un botón tal un ordenador, la máquina limpiará nuestra mente de inmundicias. Te limpiará incluso los estigmas que nacieron cuando todavía estabas en el protector vientre de tu madre. Las heridas más íntimas que viven en tu alma; las culpas que te muerden implacables”. Interviene autoritario el psiquiatra: “Para, hermano, para con esa monstruosidad. Si desalojas las experiencias buenas o malas a lo largo de tu vida, quedarás con un encefalograma plano. Ya nos veo a todos caminando por las calles con una sonrisa beatífica”. Los tertulianos se excitan, ahora interviene un poco agresivo el abogado: “Esa máquina quebrará nuestras almas, derrotará nuestro sino, nuestro destino. Ya no seremos seres humanos”. Interviene el pintor, que ha escuchado todo en actitud muy reflexiva: “Pero no nos olvidemos, modificar el pasado no es modificar sólo el hecho, sino también anular sus consecuencias”.

(Hay un largo silencio. El profesor clausura la tertulia de hoy: “Mi generación creyó que la utopía sería otra cosa; por ejemplo que de niños jugaríamos a las bolas con canicas de oro y perlas preciosas para que la codicia fuese superada y el mundo fuese más hermoso”.)

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