Opinión

Ceniza en mi chaqueta

Desde su ventana vio como la muerte llevaba la guadaña al último afilador. La gata oscura maulló con malos presagios. Había que llamar al blues para salvarse.

Ayer, desalojado el maleficio, venía Paseo adelante, saludando aquí y allá, todo lo cálido que es él, firmando autógrafos a jovencitas embobadas: “Voy a llevarle el pan a un preso; dentro va la lima”.


Los malos tiempos han pasado. Hablo de Charlie, de Los Suaves, estar a su lado siempre es una fiesta. Todo sucedió en los últimos meses: “Cada día acudía a una vieja tienda de ultramarinos; el propietario todavía luce un largo camisón gris como en los años cincuenta. En ceremonia casi clandestina me despachaba un par de botellas de anís. ¿Recuerdas el anís del Mono que engullían nuestras abuelas en la aldea antes de encender el fuego? He llorado a escondidas. Las noches eran así: bajar a mi cubil donde está mi tesoro de miles de discos. Enseguida, los cascos en mi cabeza; al lado, el tabaco, las dos botellas. Los riffs de los más grandes guitarristas me acompañan. Yo era una locomotora ardiendo. Como al poeta Machado, “la ceniza se pegaba a mi chaqueta”.


Charlie guarda silencio. “Me vi en la caja rodeado de los que me aman. Me visitaron en sueños personas que escucharon la misma canción horrenda: personas que tuvieron mi mal, no le prestaron atención y son huéspedes de sillas de ruedas o están con los muñones al aire a la puerta de las iglesias”.


¡Ah, Charlie!, no te pregunto qué pasó. Siempre hay una mujer que nos hiere. Quizás las tres largas décadas de Los Suaves en el camino. Tal vez las voces de los músicos malditos te llamaban.


“Un día me desperté, boca pastosa e inmóvil. Tuve pánico, me dispuse de inmediato a curarme. A estas alturas, uno es su propio médico. El clásico dice ‘el mal se destruye incluso a sí mismo’. Me purifiqué en el agua caliente. Acudí al médico que todavía te palpa con las manos y percibe tu mal con la sabiduría del curador de la tribu”.

(Te queremos tanto, Charlie. Jamás saliste por la puerta de atrás después de un concierto. Siempre abres los brazos a cada seguidor que se aproxima.
Ayer, al encontrarnos, te pregunté por la noche más hermosa. “¿Sabes?, sólo fue media hora de actuación. Era el 81 y tocábamos con los Ramones en A Coruña. Fue un minuto enigmático. Dicen que el moribundo ve pasar toda su vida cuando expira. Al contrario, yo vi, te lo juro, todos los cuentos de mi infancia y la gloria que vendría. Vi también el rostro de aquel afilador que hace meses rechazó la guadaña que me persiguió.)

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