Opinión

Dos ciclistas contándome un secreto

JUEVES, 7 DE SEPTIEMBRE

Qué barbaridad. Es para estar orgulloso de mi generación. Todos andan haciendo conciertos de aquí para allá. Ya ves, hermano lector, Robert Plant, el viejo líder de Led Zeppelin, actúa en el Auditorio de Ourense. Incluso los inevitables Dúo Dinámico harán algunos bolos. Pero escribo esto sorprendido, nadie lo esperaba. Los Stones lanzan a la calle un nuevo disco, “Hackney Diamonds”. Fieles a su estilo, Richards explicó que el título viene de la jerga londinense y refiere a los vidrios rotos de los coches y escaparates después de un robo. Le preguntaron a Jagger: “¿Cuál es el secreto para que el matrimonio de Mick y Keith dure ya más de sesenta años?”. Fiel a la ironía, respondió: “El secreto consiste en reírse y no hablar demasiado a menudo”.

Ahí están los tres supervivientes, Mick Jagger, Keith Richards y Ronnie Wood, listos para la carretera. Les cuadra la cita del clásico: “Lo importante son las grietas del alma, no las del rostro”. Cuando yo los vi en el 73 en Amberes, terminaron con Brown Sugar. Son otros tiempos. Ahora, presionados por la censura, la desalojaron de su repertorio.

VIERNES, 8 DE SEPTIEMBRE

Fue la pregunta más envenenada de mi trayectoria periodística. Pero te cuento, hermano. Se acababa de morir Bahamontes, el mítico ciclista español que ganó el Tour y volaba al subir las montañas. Fue el gran héroe de los tiempos del general ferrolano. Es de sobra conocida su historia. Aprendió a correr de niño en las empinadas cuestas de Toledo. Un montón de veces, casi siempre, fue rey de la montaña en el Tour de Francia. Fue el campeón italiano Fausto Coppi quien le dijo que podría ganar el Tour. Trabajaron duro en Toledo y, en el 59, ante una España asombrada pegada a la televisión en blanco y negro, logró la proeza.

Pero no adelantemos sobre la pregunta venenosa. Cuenta Fernández Sobrino que, a los diez años, Raúl Rey, un niño nacido en Cudeiro en la fatídica fecha de 1936, cogía a hurtadillas la bicicleta de carreras de su tío. “Como el sillín estaba muy alto y no llegaba a los pedales, metía una pierna entre el cuadro para poder pedalear”. Tuvo suerte, tenía catorce años cuando por fin dispuso de una bicicleta en la que hacía los recados para el taller de muebles Formosel. Más tarde, al trabajar de carpintero, pudo comprarse una.

Allá se fue tras su sueño. Decidió con un amigo propietario de una Vespa irse a Barcelona al campeonato nacional de aficionados. Tres días por las casi intransitables carreteras. Atrás, la bicicleta desarmada que lograron llevar a su destino. Buenos comienzos, lo proclamaron campeón después de una carrera llena de incidentes. Logró fichar por los equipos profesionales de entonces, Licor 43, Ferrys y Kas. La leyenda dice que fue un excelente “doméstico” muy querido por los líderes. Claro que llegaba a Ourense y los aficionados le decían: “Quedaches dos últimos”. No entendían que su trabajo era atender al líder, llevarle agua, protegerlo.

Ganó la Vuelta a Levante. Pero su día de gloria sucedió el 30 de septiembre de 1962. Era la décima subida al Naranco. Un día de perros. Llovía y granizaba a lo largo del ascenso. Algunos días los jefes de fila le daban carta blanca. Ay, amigo, pero allí estaba Bahamontes, el idolatrado ciclista. A lo largo de la etapa los aficionados lo vitoreaban sin cesar. Todo el mundo pensaba que iba a ganar fácilmente y sin problemas. Cierto que corría también otro gran escalador, Julio Jiménez, que también había ganado el Gran Premio de la Montaña en la Vuelta y el Tour.

A pesar de la lluvia, multitud de asturianos aplaudían a lo largo de la etapa.En la meta no cabía un alma. Cielo santo, allá saltan Bahamontes, Julio Jiménez y nuestro hombre, Raúl Rey. Quinientos metros para el final. Se quedan solos Bahamontes y él. El toledano vio que Rey iba más fuerte. Entonces, se aproxima al ourensano, y le hace una propuesta.

(Era el año 79, yo colaboraba con un medio madrileño, La Calle. Nada menos que en el Chicote le hacían un gran homenaje a Federico Martín Bahamontes. Allí estaba yo, enviado por la revista. Periodistas avezados hacían sus preguntas. Yo tenía la mía. Ay, la pregunta venenosa. No me arrugué: “Dígame qué le propuso en la subida al Naranco, ya cerca de la meta, al ourensano Raúl Rey que obtuvo la victoria”. Me espetó una mirada casi asesina. Solo dijo: “Otra pregunta”. No me atreví a desvelar la frase: “Si me dejas ganar, el próximo año corres en mi equipo”).

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