Opinión

Conquistar Bizancio

En los 60 el seminario estaba lleno. Veías pasar a los seminaristas por la ciudad con su blusón oscuro, disciplinados, la mirada tímida y en nutridas filas .

Entre ellos iba un joven demacrado, traía la eternidad en sus ojos. Adolfo era un tipo especial. Cuentan, se subía a los frondosos arboles y los abrazaba como a dioses paganos. Después, se sentaba en una rama sólida y leía los versos del clásico. Meditó mucho sobre aquella cita de César Vallejo: “Nací un día en que Dios estaba enfermo”.

Largas noches de insomnio entre toses y movimientos inquietantes de una cama cercana; él sacaba una linterna y leía conmovido hasta el alba.

No tuvo vocación. Vagamente comenzaron las dudas: hacerse escritor o empresario en el negocio del padre. “El hambre anda suelta en la literatura”, le dijo un preceptor.

Viajó por Europa. Conoció grandes empresas. Allá en el 68 acudía a veces a la Sorbona. Presenció cómo aquella generación arrebatada tomaba París al grito de “queremos lo imposible y lo queremos ahora”.

En Santiago coqueteó con la política, conoció los calabozos. Tuvo un sueño vívido: tenía en las manos un trozo de arco iris y su nombre estaba escrito en las grandes avenidas parisinas. Tenia que elegir. Confiado en cierto oráculo, decidió que sobraban escritores y faltaban hombres de empresa.

La gloria llegó en la década de los 80. Era un habitual en la mítica columna de Umbral. “La arruga es bella” fue un salmo para diferentes generaciones. Lúcido, rescató el lino, del que gustaba el propio Sócrates.

Pero te cuento, trabajé a su lado en los años 90. Él ama el cine, produjo películas y ambos hicimos un guión que espero un día llegue a la pantalla.

He conocido a mucha gente, jamás supe de un hombre de tan férrea voluntad. Las eternas claves espartanas: cultura del esfuerzo, estilo de vida creativo, voluntad, olfatear los peligros y rodearse de los mejores. Tampoco olvida tener incienso en abundancia para no andar escaso con los dioses.

Austeridad machadiana. Recuerdo acompañarle a una conferencia en una ciudad importante. Al terminar le habían preparado un gran banquete. Para mi sorpresa, dijo: “Vámonos”. En el camino de regreso sacó de un bolso manzanas y otros frutos. “Hay que tener alma de guerrero y las alas desplegadas para conquistar Bizancio”. Cierto, yo traía conmigo el perfume de las extensas viandas que no comimos.



(Su placer secreto es escribir, le embarga una bárbara alegría. Sabe ser discretamente solidario: en tierras americanas habita un viejo cura, su maestro más amado en el seminario. De su mano paga los estudios universitarios a una extensa camada de prometedores estudiantes sudamericanos.

La princesa Letizia le acaba de entregar el Premio Nacional al Diseñador.

Él no gusta de laureles. Prefiere contemplar las flores blancas de un cerezo.

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