Opinión

Cuando el estómago ruge

ALBA FERNÁNDEZ
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“¿Alguna vez volveréis a juntaros?” Robert sonrió: “Ahora estoy feliz tocando con amigos y en locales más íntimos” 

JUEVES, 14 DE SEPTIEMBRE

Todavía me golpea el excepcional concierto de Robert Plant en el Auditorio. Lo he visto tres veces, una en el Paradiso de Ámsterdam en el 72, otra en el concierto de los mil años en A Coruña y este de Ourense. Quizás esta actuación fue la que más me conmovió. Fue distinto, nos empujó por los viejos blues y por los cánticos de los hombres de color en Nueva Orleáns. Cierto, y se despidió con un tema sorprendente. La banda hizo un círculo en el centro del escenario, como inspirados en el góspel de las iglesias sureñas estadounidenses, cantaron como en un ritual tal si dijesen una oración por todos nosotros.

Ay, quedan lejos los tiempos de sexo, drogas y rock and roll. A Robert siempre le gustaron las largas giras, a veces de muchos meses. Quizás porque su madre tenía ascendencia gitana. Se mostró comunicativo y humilde con todos los que estábamos allí. Contó cómo creció escuchando música galesa, celta y nórdica. Contó que le habría gustado ser profesor. En Allariz, en el Bule Bule, alguien le hizo la eterna pregunta: “¿Alguna vez volveréis a juntaros los miembros de Led Zeppelin aunque sea para un concierto solo?”. Robert sonrió: “Ahora estoy feliz tocando con amigos y en locales más íntimos. Aquello ya pasó”.


VIERNES, 15 DE SEPTIEMBRE 

Camino por la calle del Paseo, alguien me llama y se me acerca. Me espeta: “¿Pero es posible que no te acuerdes de mí?” Quedo sorprendido, va y me dice: “Año 68, Madrid, tú estudiabas allí y vivías en una buena pensión muy cerca de Sol. Carajo, Jaime, es bien verdad que algunos días nos quitaste el hambre a mí y a mis colegas del grupo Los Murciélagos que andábamos por allí intentando triunfar”.

“No me jodas, tú eres Alfonso Farrá, el cantante y guitarra rítmica de la banda”. Se ríe: “Recuerdo que tú hacías buenas migas con la camarera del hostal. Nosotros tardábamos en conseguir actuaciones, vivíamos en una pensión cutre de largos pasillos y olor a verdura. Algunos días no teníamos un céntimo. Tú venías a nuestras actuaciones. Pero el estómago rugía ciertos días, después las cosas mejoraron. Aquel día andábamos sin un céntimo, subimos con sigilo a tu habitación, llamaste a la chica y, sin que los dueños supiesen, nos trajo un par de tortillas que devoramos en un pis pas”.

Ah, Los Murciélagos, alguna vez escribí sobre ellos, pero no está de más recordarlos. Quizás fueron, con Los Posters, la eterna promesa ourensana. El ‘conjunto’, como decíamos entonces, había triunfado en Ourense. Incluso, tocaron tres meses en la discoteca Auria. Grabaron un disco como pudieron en el magnetófono de una emisora con cuatro temas, entre ellos una versión extrañamente dulce de Satisfaction.

Entonces, apareció el inolvidable Cholo como mánager, digamos un mánager atípico, muy seductor y con un pico de oro. Era tan embaucador que cuando la propietaria de la pensión llamaba a la puerta “Oiga, me deben ya dos semanas”, él lograba aplacarla lo cual no era fácil. Allá se los llevó a Madrid. Lo jodido es que llevaban un equipo de sonido muy elemental.

La historia que cuento es cierta. Cuando empezaron a actuar en la cadena Consulado, con su equipo lleno de carencias, aquello no sonaba bien. Entonces el astuto Cholo buscó la solución. Pum pum. Va y llama a la puerta del camerino del otro grupo con quien compartía cartel, y con gesto doliente, les dice: “Hemos tenido una desgracia, se nos rompió el equipo. Os agradecería que nos permitierais tocar con el vuestro”. Eran otros tiempos, más solidarios, siempre accedían. Cierto día no se dio cuenta y repitió la táctica con el mismo grupo. Claro, le dieron con la puerta en las narices.

Lo cierto es que Los Murciélagos gustaban y eran muy aplaudidos, especialmente por su magia en las voces y ese leve toque galaico. Basalo, Totó, Farrá y Pochi. Tardó en llegar el aroma del triunfo; llegaban de Ourense paquetes de chorizo y algún giro. Ya sabes, comprar dos cigarros Chester, un bocadillo de calamares e ir tirando. Por fin, comenzaron a ver su foto y su nombre en las calles de Madrid. Cielo santo, ya estaba su imagen en la Gran Vía madrileña. Ay, comenzaron las deserciones. Las novias de Ourense que no cesaban de llamar. Quizás por una mala conjunción de los astros, se fueron agotando las fuerzas de luchar. Maldita sea, justo cuando la gloria estaba al alcance de la mano.

(Conque estoy hablando con Alfonso Farrá en el Paseo. Hablamos de aquella excelente camada de grupos ourensanos de los sesenta: Los Wagners, Los Volcanes, Los Dráculas, Las Fugitivas… Nos despedimos, antes me toma del brazo: “Pero conservamos nuestra amistad, nos reunimos con frecuencia nostálgicos para tocar y rememorar viejos tiempos. Pero ¿sabes?, siempre notamos la ausencia de Totó, aquel músico tan soñador y con dedos de plata que arrancaba a su Fender riffs que nos herían).

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