Opinión

Dios no se presentará al juicio final

Aquí estoy de nuevo, hermano. Ojalá pueda hacerte pensar unos instantes, divertirte, inquietarte. Ay, ojalá pueda conmoverte.
"En marcha, mi musa, en marcha". Vamos allá, te contaré de mi mes de agosto. ¿Sabes?, algunos días me visitaron las aves tristes de la depresión.
No, no, me negaba a ir, pero alguien cercano me insistió en que lo acompañase breves días. Como un atolondrado más allá me fui a la isla, a Ibiza. Cierto es, no debes volver a donde has sido feliz. Y yo fui feliz allí en la década de los 70. Ay, entonces éramos jóvenes, amábamos los excesos, nos queríamos comer el mundo y la revolución estaba a la vuelta de la esquina.
En el vuelo iba una desmadrada camada de jóvenes con la tarjeta del hotel al cuello y la pulserita de 'todo incluido'. Bebían sin interrupción. Estos ya no quieren 'la revolución'.
Mientras el taxi me conducía al hotel, pude ver el lugar de la blanca casa, el molino y la arboleda, justo allí viví en los 70. No quedaban restos. Sólo el cruel hormigón.
Por la tarde caminé por las callejuelas. Sentí el frío de la isla ya sin alma. Qué tristeza de danza. Un altivo individuo bien alimentado me mira con displicencia mientras abre, ostentoso, una botella de champán. Alguien susurra el karma de la isla: "No temas, amor, gocemos, Dios no se presentará al Juicio Final".
De pronto, me doy de bruces con una especie de monumento que dice "Al hippy". Siento bochorno y me golpea la melancolía. Todavía no habían llegado los mercaderes que cubrieron de asfalto la Isla. ¡Ay!, cómo vibraba en el 74 llena de jóvenes espirituales de ropa oriental y mirada mística. Qué ingenuos y cuanta inocencia, 'paz y amor'.
Demasiado. Allí vi caminar a todos los miembros de Pink Floyd que preparaban la banda musical de la olvidada película "More". ¡Ay!, plasma el lado más oscuro de aquella generación. Allí los tenía, cercanos y cálidos, en la barra de la mítica discoteca "Lola's Club".
En el taxi, de vuelta, pude leer en la pared "Estamos hartos, turismo no". Salí indemne. Subí al avión con los ojos extraviados tal si saliese de un mal sueño. Desde el aire vi la isla: una mujer que se retuerce y baila tal el diablo ante la cruz.

(Te contaré mi día más feliz de este verano. Asómbrate, fue en la agobiante playa de Samil un domingo, no cabía nadie más. Caminé a una zona retirada. Sonaba un acordeón. Me senté al lado de una extensa familia portuguesa. Allí estaban desde el bisabuelo hasta la 'criança' que bebía del seno de su madre. Allí permanecí toda la tarde. Todo era tan humano, tan auténtico. Abundante la comida, intermitentes las risas. Si llegaba un vendedor africano, de inmediato, lo invitaban a la mesa, le preguntaban su nombre y, si tal, adquirían algún objeto.
Hermano, créeme, estaba feliz. Recordé una vieja canción lusitana que escuché en mi infancia clandestina y contrabandista. Le dije al músico “¿Conhece voçé 'O Malhao Malhao' de Amália Rodrigues?” El hombre se plantó solemne ante mí. Anunció 'esta cançao é para este homem que parece bom'. Todos se levantaron y me rodearon. Una lágrima resbaló por mi mejilla.)

Te puede interesar