Opinión

Los dioses en Formentera

Justo en un julio como este, del `73´, andaba yo por la blanca y luminosa Formentera. La isla estaba virgen, no se habían levantado monstruosos hoteles y el asfalto no había crecido como una mala hierba.

Te cuento, Jaime, ahora que te vas allá a jugar al fútbol. Ya no verás la isla conquistada de tipos con ropas orientales, mirada mística y sandalias humildes de franciscano. Recuerdo aquello: me sube un escalofrío cálido por la vértebra.

Los nativos contemplaron incrédulos aquellas camadas de `hippies´ que llegaban con gesto arrobado. Venían, sobre todo, de los Estados Unidos y centro Europa. Los vecinos miraban con sorpresa: los acogían con benevolencia distante y los brazos abiertos. Los veían pacíficos, espirituales y con libros de poemas en los bolsillos.

Muchos huían del Vietnam en llamas, de la ciudad hostil y de los `gurus´ del poder. Conocí a un taxista neoyorquino que aprendió con los paisanos a hacer quesos y se integró. ¡Ah!, Jaime, conocí chicas muy bellas de largas melenas y miradas lánguidas que te decían, por ejemplo: "ámame más de la cuenta".

Entonces yo estudiaba periodismo en Madrid. En cuanto podía me largaba a Formentera. Decían: allí esta la paz y el amor. Fijate, por allí anduvo, errático y anónimo, Bob Dylan. Allí, Pink Floyd compuso canciones y la banda musical de la película `More´. Por allí vagabundeó el mítico Robert Fripp, líder de King Crimson, que compuso la olvidada `Lady Formentera´.

Grandes artistas, poetas y músicos conocieron las habitaciones de aquel extraño hotel, “Fonda Pepe”, el único de la isla. Un bibliotecario de Quebec fundó una biblioteca en donde podías leer a todos los escritores contestatarios de la época. Incluso habilitó una sala de audiciones donde habitaba toda la historia del rock.

¡Ah!, yo llegaba de un Madrid gris y policial, alucinaba: me las arreglaba para entrar en una comuna donde el amor era libre y todo era de todos. Vamos, como soñaron los voluntarios libertarios de la CNT en Teruel allá en el nevado 37.

Déjame que te cuente, Jaime. Todo aquello tuvo algo de cuento de hadas. Aquella generación de soñadores duró un tiempo. Los especuladores olfatearon el negocio. Los paisanos presintieron el dinero. Grandes edificios robot se hendieron en el limpio corazón de la isla. Los poetas huyeron, los versos ya no acudían a la llamada del tan tan.



(¿Sabes?, Jaime, los dioses abandonan la isla en verano. Llegará septiembre y podrás echar el hilo de la cometa: la jauría regresa a la ciudad. Cuando llegues, ahora, con tus botas de fútbol y tu alma abierta al mar, camina descalzo, convoca a los hados protectores, vete al faro de La Mola, contempla la puesta del sol. Quizás veas, como yo, una comitiva de ninfas. Eso no lo han arrebatado.

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