Opinión

Dónde están los Quijotes

Enseguida nos cobijamos en torno a ella. Paula, atrevida y valiente, nos trae las lágrimas de Aldonza Lorenzo, ¡ay!, la Dulcinea del Toboso. Pronto anduvo suelto el duende por el escenario. La bailarina, tal un contador de cuentos de la plaza de Yamaa el Fna de Marrakech, nos conmovió con los versos tal vez más grandes de la historia.

Te los recuerdo, hermano lector, léelos despacio: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida”. 

Cierto, el gran Cervantes nació bajo el sino de la mala estrella. Desgraciado personaje y escritor sin fortuna. “Hidalgo”, llamaban así a los de noble corazón. Sufrió guerras, presidio en Argel, tormentos y el furor de una mujer. Escuchó el tremendo retumbo del cañón en Lepanto. Una cimitarra mora segó su brazo.

Qué lección tolerante para estos tiempos grises y mezquinos. Escribe el maestro más o menos: “Un soldado cristiano y otro musulmán se conocen en la toma de Orán, toman té y se despiden: ‘Tu Mahoma a ti te guarde, Alí’. El árabe responde: ‘Tu Cristo vaya contigo, Álvaro”.

Te cuento. Paula Quintana nos trajo “Amarga Dulce”, su obra y su alma. El escenario austero como una casa manchega. Sólo una vieja lavadora, imaginé era el acordeón de la memoria. Cerca de mí, vi resbalar lágrimas furtivas. Acude a verla, si la ocasión te la acerca.

Danza Paula y me lleva por la Vía Láctea. Por momentos, salen sus genes “granaínos” y zapatea flamenca. Parece caminar por el verso de aquel poeta zamorano huido a México como tantos, León Felipe. Dicen enamoró a Sara Montiel, nunca regresó y lo cantó Serrat: “Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura, en horas de desaliento así te miro pasar... Y cuántas veces te grito: ‘Hazme un sitio en tu montura y llévame a tu lugar…”

Lírica, mueve los brazos Paula. Ahora son los molinos contra los que, airado y desafiante, arremete el Caballero. Ahora lanza y ristre contra la “cuerda de presos” que ha de rescatar. Ahora sus brazos recuerdan los latigazos sobre el escritor cuando rema cautivo en la flota en que luce la media luna. Ahora son Rocinante que cabalga presuroso como el viento. Ahora sus brazos son el Caballero que descansa y sueña que el sol arde en los cabellos de Dulcinea. 

Algún día iré a los húmedos callejones de Argel, a la cueva donde Cervantes sufrió al verdugo y cinco años de presidio. Cuenta Emilio Sola que en su desvencijada puerta alguien colocó un mármol y una plegaria. Te invito, hermano lector, tiéndete en la hierba y abre por donde te parezca el Quijote: lo encierra todo y nos sana.

(Paula entra como en estado de trance. Se queda inmóvil, como un cuerpo exánime. Se levanta, nos mira certera y nos hace interrogarnos: Dónde están todos los valientes del mundo, su patria el pedazo de tierra donde socorrer a un oprimido. Dónde están los viajeros a Ítaca. Dónde los que se abren a los caminos. Dónde los que se lanzan a nuevas aventuras. Dónde los que aman la utopía. Dónde están los que luchan contra los nuevos censores que prohíben los libros. Dónde están los Quijotes de hoy día. Dónde los que gritan “mejor la sabiduría que las armas”.

Ay, dónde están los que luchan contra los que nos matan los sueños.)

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