Opinión

Duelo en la plaza del Hierro

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Ourense ciudad, tarde de Carnaval, cae esa lluvia fina tan ourensana. Tres charangas recorren el casco viejo de la ciudad. Ay, jamás vi la ciudad tan espectral. Martes de Carnaval y no hay ni dios en las calles.

Estoy en la plaza del Hierro. Hoy está más telúrica que nunca. Parece habitarla esa antigua fatalidad que tiene Auria en sus entrañas. Los músicos arrancan con un clásico, “Adelita”, esa canción que habla de las valientes mujeres mexicanas: “Y si acaso yo muero en la guerra,/ y mi cadáver lo van a sepultar,/ Adelita, por Dios te lo ruego,/ que por mí no vayas a llorar…”

Me pregunto dónde está todo el mundo, en la plaza sólo veo a dos fulanos que parecen haber engullido todo el licor café de la ciudad. Los tres somos los únicos espectadores que estamos allí. Maldita sea, ya sé quién es el enemigo. Desde un bar cercano oigo un aullido colectivo: “¡Gol!”. Ah, está jugando el Madrid.

Conque me acerco al que toca la trompeta, que debe de ser el líder. Estoy por decirle: “Soy el concejal, iros para casa”. Pero sólo le digo: “Aquí no hay nadie, hermanos. Iros a vuestro hotel”. Va el músico, me mira sorprendido y me espeta: “Somos maragatos, de la misma Astorga, no nos importa el público, no pararemos de tocar aunque suenen las trompetas del Juicio Final. Así que tocamos para usted y para esas dos almas en pena”.

La lluvia arrecia, los músicos se refugian bajo los soportales pero no paran de tocar. ¿Pero será posible lo que veo? Cierto. Calle de la Paz adelante, inmutable a los elementos, avanza otra charanga, marcial y arrogante tocando “El tractor amarillo”. Se detiene a unos cincuenta metros de los astorganos, que hacen una pausa. Los recién llegados lucen en el bombo “Terra de Trives”. Carajo, no creas que se miran bien unos a otros. Más bien se miran como rivales. Así que toca una con fuerza y responde con mucho brío la otra. Bueno, yo les daría un empate. Cielo santo, desde la calle Lepanto viene la tercera charanga.

Las entrañables canciones de toda la vida todavía me persiguen. Qué maldición, de nuevo gritan “¡gol!” desde el bar cercano. Pero los músicos permanecen inmutables. Te cuento. Se acercan dos máscaras que apenas se sostienen en pie. Menos mal, ya somos cinco los que contemplamos el fiero combate. Si unos tocan la mítica “Ay campanera”, los otros le responden nada menos que con “Paquito el chocolatero”. No hay nadie en la plaza, pero con los ojos del alma veo bailar todos los espíritus de la ciudad.

Ahora cae una lluvia del demonio. Escribió el poeta: “Afortunados los que en noches como esta tienen unos brazos en que refugiarse”. Qué barbaridad, no te miento hermano lector, va el trompeta, desafía la lluvia y toca en el medio de la plaza.

Ay, el espectáculo me conmueve. Recuerdo mi viaje al Rif, allá en el Marruecos profundo. Allá me fui en los noventa, siguiendo los pasos de Kerouac y Bowles para escuchar a los músicos maestros de Jajouka. Tuve suerte, llegué en luna llena. El danzante no cesó de bailar los siete días que duró el ritual. Sus instrumentos: la rhaita, la darbuka y el pequeño tebel electrizaron. También los alucinados tambores y las pipas de Kif que tanto amó Valle Inclán. La mayoría de los que estuvimos allí te juro que entramos en trance. Su música te da baraka, ventura y tiene poder de sanación. Mis amigos y yo regresamos silenciosos, iluminados y más sabios.

En la soledad de la plaza del Hierro en la que estoy casi a solas con los músicos, danza un ballet de sombras. Allá al fondo creo ver sonriente a la Xeración Nós. Ay, casi todos crecieron alrededor de esta plaza.
(Hermano lector, en estas líneas quiero homenajear a las anónimas charangas que tocan sin cesar hasta el amanecer por pueblos y ciudades. Son animosos y valientes. Hay que ver por ejemplo a cinco o seis abuelos, viejos músicos de aquellas legendarias bandas de música que, a pesar del trajín, ya un poco derrengados, aguantan como campeones. Son de la generación de la posguerra, vivieron tiempos difíciles y se sostienen en pie hasta la madrugada.

Saben que están en la calle para darnos eso tan olvidado que se llama alegría.

Sí, un hurra por estas charangas ahora que cada día es más penoso vivir. Un hurra, sí, porque con orgullo y calle adelante nos recuerdan que el hombre busca que siempre sea primavera. Ay, el buen trompetista de Astorga que tocaba solo bajo la lluvia me recordó el mensaje “el show debe continuar”.)

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