Opinión

El chaquetón eterno

14 de abril. Cumplo un antiguo rito y camino por el cementerio de San Francisco recordando a los republicanos ajusticiados, muchos de ellos ante las paredes de este hermoso cementerio. Qué guerra sanguinaria. Por los dos bandos. Hay que recordarla, hermano lector. Fue hace nada, hace 80 años. Días tristes, las lecheras bajaban silenciosas a la ciudad y murmuraban: “Hoy hay consejo de guerra”. Los paisanos bajaban temblorosos de los coches de línea: “Hoy van a fusilar a dos hombres”.

Pero te cuento. Hoy camino melancólico entre las tumbas y panteones. Ya nadie escribe epitafios. Algún día visitaré en Baltimore el mármol de Allan Poe: “Dijo el cuervo: nunca más”. También el de Emily Dickinson: “Me llaman”. Pero en San Francisco tenemos un epitafio genial, el de Ben-Cho-Shey: “Ten o gusto de lles ofrecer aos seus amigos o seu novo domicilio no cumio do cimiterio de Ourense, onde os agardará ata que o boten de alí os ediles de turno. / Quedan suprimidas tódalas homenaxes postmortem porque as cousas ou se fan ao seu tempo ou non se fan”.

Ay, en la próxima generación nadie llorará ante nuestras tumbas. Qué ingenuo soy al pensar “quizás alguien lleve flores a mi sepultura”. Medito sobre esos viejos cementerios olvidados alrededor de las iglesias. El desolado cementerio de Larache. El de Tánger, cuánto medité allí. Y aquella tumba solitaria de un sargento del Tercio cerca de las playas de Alhucemas. Los tanques nazis avanzando poderosos sobre las sepulturas de soldados desgraciados en Stalingrado.

Se me está yendo la olla; yo quiero escribir sobre los republicanos. Camino por San Francisco y me detengo ante el memorial que alzaron los Amigos de la República. De pronto, me invade la melancolía. Año 73, París. Aquel entrañable café de Montparnasse. Allí di con los últimos republicanos ya ancianos que habían huido en 1939, atravesando los nevados Pirineos. Me pregunto. ¿cómo se llamaba aquel hombre que todavía tenía en su cartera el arrugado carné de la CNT? Sí, era Juanito: “Soy de la tierra de la canción de Dolores, de Calatayud”. Él lideraba la tertulia de aquellos hombres que habían jurado no regresar a España hasta que muriese el general ferrolano.

Qué ingenuos, ya estábamos en el 73 pero insistían: “Enseguida va a caer, sé de buena fuente que el pueblo pronto va a rebelarse”. Ya no vivirá Antonio, el conductor de tanques, siempre silencioso en la mesa de los tertulianos. Pude arrancarle algo de su historia: “Yo estaba en la columna de la 9.ª Compañía de la 2.ª División Blindada, al lado de Amado Granell aquel agosto de 1944, nadie nos quitará la gloria de haber sido los primeros en entrar en el París liberado. Los franceses siempre lo han querido ocultar, pero allí estábamos nosotros, los primeros”.

El que sí hablaba era Juanito, el de Calatayud. Yo lo escuchaba con mucha atención, tenía la sensación de suplir al nieto que intuyo no pudo tener. “Al final de la guerra, cuando lo del Ebro, nos hizo mucho daño la lluvia y el lodo, los puentes construidos se nos venían abajo. Ellos tenían mejor armamento y más disciplina pero, créeme, amigo, los de la CNT teníamos más cojones”.

(Inevitable, viene a mi mente el último maqui, Camilo de Dios, guerrillero antifranquista. No hace tanto estuve en su apacible casa en Sandiás. Ay, rondará ya los 90 años. De vez en cuando voy a visitarlo y él, solidario, sonríe triste cuando muy discreto va a buscar su eterno chaquetón de cuero con el que anduvo por los montes. Me lo pongo. Qué bien hecho está, tiene un porte militar y abriga. “Me lo hizo un sastre de la calle de La Paz que tenía nuestras ideas. Nos hizo uno para cada uno de nosotros jugándose la vida, la ciudad estaba llena de delatores y falangistas. Fíjate cómo pesa, parece nuevo, hecho ayer. Cuánto trabajó de noche para hacerlos”.

Mira tú, alguien los delató, aquel Día del Padre, 19 de marzo de 1949, bajó con los suyos a bombazos Montealegre abajo. Mal orientados se dieron de bruces con este viejo cuartel de San Francisco. Los objetivos eran dos crueles jefes, un falangista y un militar. Triste día aquel. Corrió la sangre. La ciudad se conmocionó. Refugiados en la casa de la plaza de Las Mercedes, los disparos no cesaban. El resto es pura historia.

Seguro que en tu mesa estará todavía El Mundo Obrero de este mes.

Ay, Camilo, una tarde me mostraste un secreto. Cumplo.

Pronto iré a ponerme de nuevo el chaquetón.)

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