Opinión

El gemelo dorado

Alba Noguerol
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MARTES, 14 DE DICIEMBRE

Los cinco colegas de mi tertulia llevábamos tiempo sin reunirnos, pero estos días inquietantes y navideños decidimos juntarnos con más asiduidad para dialogar, discutir, poner patas arriba el mundo y, sobre todo, para no caer atrapados como pececillos de colores en las inmensas redes. Contra el gélido “móvil”, buen remedio es sentir cercana la cálida respiración del amigo. Llega el pintor y me suelta un chiste muy cínico. Me pregunta: “¡Qué! ¿vas a pasar la Nochebuena bien o en familia?”.

Te cuento, andan a la greña dos tertulianos. Hoy se miraban con ojos torvos y había cierta tensión que ni los gin tonic aplacaban. No te digo más, ya sabes, por cuestiones políticas que me reservo de contar. Así que estábamos todos muy callados y había que terminar con aquel malestar como fuese y fue el psiquiatra el que intervino: “Esto parece un funeral, así que podemos repetir la escena de Valle-Inclán en su tertulia del Café La Montaña en la Puerta del Sol de Madrid. La discusión era sobre eso tan español que es el honor. Terrible frase española: ‘Mejor honra sin barcos, que barcos sin honra’. En el café se hablaba de un duelo a primera sangre. Valle lideraba la discusión que se alteraba por momentos. En esto, entra un periodista llamado Bueno que contradice al escritor gallego, que le dice: ‘¿Usted qué sabe de esto? Majadero’. Enseguida toma una botella de agua y golpea al periodista. Entonces, Bueno le da un bastonazonoguerol.jpg_web con tal mala suerte que el gemelo dorado de la camisa del escritor se incrustó en su carne. No le dio importancia y cuando pidió atención médica, el cirujano le espetó: ‘Hay que amputar el brazo desde muy arriba’. Cuentan que mientras serraba el cirujano, nuestro escritor fumaba un puro. Sus compañeros de tertulia del Café La Montaña montaron una obra teatral para recaudar dinero y comprarle un brazo ortopédico. Él jamás lo usó. Cuando se despidió del cirujano le dijo: ‘Lo que más me duele es no poder abrazar a mi hija’. Pasaron los días, el genial escritor regresó al café, mandó llamar al periodista Bueno y, frente a frente, el inmortal autor le dijo: ‘Mire, lo pasado, pasado está. He perdido un brazo, pero aún me queda otro para estrechar su mano”.

En la tertulia hubo un lapsus, un silencio casi prolongado. No había otra, de pronto huyó el rencor, huyó el enfado y no hubo venganza.Los dos tertulianos se levantaron al unísono, se miraron a los ojos y se abrazaron. Después, ambos mandaron llenar nuestros vasos de gin tonic.

JUEVES, 16 DE DICIEMBRE

Estoy con Antón, un viejo colega de internado de aquel colegio tan querido, el Cisneros. Pero te cuento, hermano, hermana lectora, Antón tiene un oficio singular, un poco tétrico. Lleva toda la vida en una empresa líder ourensana de pompas fúnebres. Se especializó en maquillar los rostros de los difuntos: “Tengo trabajo bastantes días a la semana, las familias quieren que estén presentables y hoy hay ungüentos en que el muerto aparece pacífico y sereno”.

Nunca le hablé de este tema, pero hoy bebimos unos chupitos de vodka del que, los rusos dicen, empuja a la confidencia. Así que le pregunté a bocajarro: “¿Eres capaz de distinguir el rostro de un suicida de otro por muerte natural?” Se echa a reír Antón: “Vaya pregunta. Pues te diré, son muchos años en que mis manos labran los rostros de los fallecidos y a estas alturas creo descifrarlos. Cómo te diría, la mueca, un leve gesto, hay algo en ellos que para un tipo experimentado como yo, delata el suicidio”. El tema es inquietante, el vodka espabila su lengua así que le digo: “Antón, tú sabes mucho de esto, los periódicos dicen que tenemos tres suicidios al mes en Ourense y que después de Asturias estamos a la cabeza. Yo no me lo creo para nada, siempre se maquillan estas cifras, las familias hacen lo posible por ocultarlo”. Antón ríe: “Joder, no sé quién da esas estadísticas tan falsas, hay meses en que atiendo a bastantes más. Hace nada atendí a un joven con sobredosis; personas se tiraron desde sus balcones, alguno en plena calle del Paseo; el Miño vomitó algún ahogado, no te quiero decir de quienes engullen un montón de píldoras y se van de este mundo tal vez cansados de sufrir. Ya sabes, las familias sienten vergüenza y los doctores son benévolos en sus informes. La pospandemia también ha disparado las cifras. ¿Sabes, Jaime? En este país faltan estrategias para combatir este tabú que va creciendo”. Para quitarle drama le digo a Antón que ya no hay suicidios románticos como el de Larra o el de José Asunción Silva, qué tío, le dijo al médico: “Pínteme el lugar del corazón en el pecho, ya sabe, soy mal tirador”.

Aún le pregunto: “¿Tú crees que es mejor ocultar los casos?”. “Yo creo que no, que eso de que empuja a otros al suicidio es un camelo. Estamos en un tiempo en que hay que afrontar el problema con absoluta naturalidad”. Antón me da una palmada: “Anda, deja ya el tema y hablemos de tu equipo, el Atlético de Madrid”. Mi amigo Antón se despide, aún le espeto: “Ojalá no tengas mucho trabajo esta Navidad…”

(Dice Patti Smith: “¿Qué haremos, humilde monje? / Tener buen ánimo”.)

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