Opinión

Era la una de la madrugada…

Lo más importante en este puñetero mundo es que cuando tu cadáver esté expuesto en la sala, nadie diga ‘fue un cabrón”, escuché en la cena de comadres de Verín.

García Márquez insistía: “Escribo para que me quieran”. Sabes, el jueves, como pregonero, me sentí arropado en mi sagrada tierra ‘raiota’ y eso me hizo feliz.

Te cuento. Me disfracé de mí mismo. Tomé una túnica ‘hippie’, me colgué el símbolo de la paz, me coloqué mi peluca y mis redondas gafas John Lennon. Qué paradoja, así vestía yo hace veinte años cuando me lancé a los caminos, allá por las islas de Ibiza y Formentera, con aquella generación cándida que gritaba ’paz y amor’. Fíjate, íbamos a cambiar el mundo.

En Verín me encontré con miles de mujeres vestidas con imaginación. Era su día. Celebraban la vida con desbordante alegría. Combatían el frío con licor café, el néctar de los dioses; listas para vivir un Entroido liberador.

A mi lado tenía a Don Carnal, el mítico Prieto, el último de una generación de esplendor carnavalesco. Puede pintar como loa ángeles, aguantar una semana completa de farra. Corre el rumor de que en viejos tiempos hizo el ‘cosido’ para reparar la virginidad de mozas pecadoras.

Ay, Doña Elena, la eterna reina del Entroido. Como Afrodita, la diosa protectora de Troya, ella extiende su manto protector sobre el valle de Monterrey. Antes de dar el pregón me dijo: “Dile a mis súbditos que no tengo ningún parentesco con esa princesa de cartón piedra y su guapo jugador de balonmano. Diles que declaro ‘aforados’ a todos los que hoy habitan esta plaza. Los dioses me lo han transmitido, daremos bula y un devenir sin tristeza a todo el que viva este carnaval”

Bajamos todos, antorchas en mano, en procesión alucinada, desde el castillo. Sentimos la presencia de los hados y de aquella generación ‘excesiva’ del ‘Grolo’, el inolvidable barbero; el ‘Pescadilla’, que vivió para hacer felices a los demás; el ‘Legionario’, aquel pobre hombre que enjaularon todo un día y una noche en el medio la plaza. Fue un acto cruel que reflejaba una época en que estaba prohibida la alegría.

(Era la una de la madrugada y allí estaba yo, pregonero, ante miles de festivas mujeres en la ‘plaza general del mundo’. Sentí un leve temblor secreto. No tuve miedo. Estaba entre los míos. Invité a mis paisanos a recuperar el lado clandestino de nuestros genes fronterizos. A vivir el lado oscuro y salvaje de nuestro carnaval.)

Te puede interesar