Opinión

Flores en el fango

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El miércoles me visitaron dos periodistas de Madrid, expertos en música. Leo Cebrián y Paco Manjón. Qué jodidos, conocían las letras de todas las canciones que compuse y muchas cosas de mi azarosa vida en Madrid. Es más, traían todos los discos en los que intervine, libros, fotos y hasta las hojas de promoción de los vinilos.

No sé por qué comenzamos a hablar de Juanma “el Terrible”, un intrépido cantante un poco ingenuo y sin suerte. Mira tú, el otro día Paco P. Bryan, el compañero de Luz, también me recordó aquella extraña noche. Paco dirigía un programa nocturno, roquero y de gran audiencia justo a las doce, “El Búho”. Ya hablé de ello, pero no está de más recordarlo. Nos volvimos a partir de risa. Un viejo Volkswagen desvencijado de cristales tiznados en negro aparca a la puerta de la emisora. Baja Juanma y sus músicos con ropa militar, gesto malote y gafas Ray-ban negras. Altivo, entra y tapa con su mano el micrófono: “Esta noche sólo va a sonar aquí la música de mis cassettes caseros. Esta emisora está tomada, es un secuestro”. Después, Paco le hizo una entrevista, puso un par de canciones y con mano izquierda logró que el fulano depusiera de su actitud. Ay, cómo era Madrid en aquellos ochenta. Tan lleno de ángeles de los suburbios.

El día era primaveral y quedé con los periodistas en la terraza del Latino. Créeme, pasamos doce horas grabando, dialogando y recordando sin cesar. Amigo lector, a estas alturas bien sabes que mi vanidad es cero, pero los madrileños sostienen que el mejor disco de rock español y las mejores letras son el primer disco de la banda Banzai. (No te mosquees, Yosi, hermano.) Qué agobio, ante las cámaras tuve que hablar de una en una de las canciones de ese disco.

Te cuento. Banzai fue un grupo que fundó el guitarrista Salvador Domínguez. El tipo toca tan rápido que te estremece. Tiene una larga historia. Incluso trabajó con la legendaria Suzi Quatro. 

Aclaro, Salvador había compuesto conmigo el tema “Banzai” para Miguel (Ríos). Un par de años después, a su grupo le puso el nombre de su canción: Banzai. Recuerdo aquellos días con verdadera “saudade”. La casa de discos nos buscó una finca en las afueras de Madrid para preparar las canciones. Uf, recuerdo las noches creativas, hechizantes, llenas de discreciones y de riffs de orfebrería estilística. Pienso ahora que la clave del éxito de este vinilo es, sin duda, la autenticidad que desprende.

Lo que sucedió después fue una gran lección para mí. Allá estábamos en el despacho del ejecutivo inglés que dirigía la compañía de discos: “A ver, chicos, qué me traéis”. Primero escuchó la música, que pareció fascinarle. Era mi turno, yo llevaba las letras de las canciones en unos folios impolutos. Pensé, hay dos o tres letras muy agresivas y este cabrón me las va a censurar. Como te lo digo, hermano, el tipo iba pasando lentamente los folios, justo separó los tres folios que temía. Me dije “estoy jodido”. Ay, amigo, mira cómo traga todo el sistema. Las grandes mandíbulas del sistema. Va y me espeta: “Colega, me gustan, sobre todo estas tres. Son tiempos en que protestar duro vende más. Enduréceme el resto”.

Ay, la historia de la banda fue una fatalidad. Lo habitual es que el cantante sea la estrella, pero aquí el líder era Salvador Domínguez. Corría enloquecido guitarra en mano por el escenario. “El Chino”, el cantante, mantenía el tipo y cantaba con “feeling”. Me imagino, engullía anfetas a destajo. Salva tocaba tan veloz que se comía a cualquiera. En aquellas fiestas de Madrid en el Retiro, fue su último concierto. Al terminar, “el Chino” parecía un zombi desorientado. Lo llevamos a su casa. Las historias del rock a veces tienen un final sombrío. Días después sus padres lo internaron en un centro psiquiátrico. Sé que un colega suyo le mandaba mensajes de sus canciones: “Amigo, yo soy como tú./ Amigo, te hablo con amor./ No olvides que las flores nacen en el fango./ Yo soy como tú…”

Los dos periodistas de Madrid me tiraron de la lengua y les conté una parte de la historia que sólo conozco yo. El padre del cantante era un veterano camarero del carismático café Comercial de Madrid. Allí acudía yo todos los días. Él sabía de mi relación con su hijo. Pocos días después del desventurado concierto, cuando entro por la puerta giratoria del café, aquel hombre clavó sus manos en mis hombros: “Llevo días buscando a ese fulano que destrozó a mi chaval y no lo encuentro. Dime, por Dios, dónde para”.

(Cuánto me alegré cuando Leo y Paco me contaron que había renacido entre los seres pálidos que caminan en la noche del asfalto. Ya hace de nuevo conciertos por ahí. Su repertorio son las viejas canciones que compusimos en aquella finca un abril del año 83. Estoy convencido que sus conciertos son un acto de exorcismo de aquella fatal noche en el Retiro. Un día arrojó el mogollón de pastillas por la ventana. “No estés tan deprimido./ Unas copas, unos amigos y un poquito de rock and roll”. 

Los sueños que la vida no corroe lo salvaron.)

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