Opinión

El grito griego

Tempus fugit. Leo en la hemeroteca diaria de este periódico, ‘Historia en 4 tiempos’, que a mediados de los 60 debutaba en la inolvidable sala Auria el mítico grupo Los Murciélagos, quizá el mejor conjunto de rock que por entonces dio la ciudad. Lamentablemente se quedaron en la eterna promesa ourensana.

Me siento el ‘abuelo Cebolleta’, pero Juan Marsé afirmó: “El escritor, o es memoria o no es nada”. No me resisto a contarte la aventura del grupo cuando se lanzó a la conquista de Madrid en los 70. 
Yo estudiaba periodismo y vivía en una pensión un tanto cutre y maloliente en la calle Arenal, cerca de Sol. Estaba llena de chicos que opositaban a ‘policía secreta’. Conque llegaron a Madrid los cinco componentes con su ‘coro’ de voces antediluviano. Al frente, su manager, el incombustible y ávido Cholo. Les ayudé a buscar una pensión barata con largo pasillo de mala muerte. Ay, jodidas pensiones, siempre había que pagar por adelantado como a las putas.

Los comienzos fueros difíciles. Las salas no se arriesgaban por un grupo foráneo. Enseguida aprendieron: colarse en el metro, comprar bocadillos de calamares en la Plaza Mayor, dos cigarrillos ‘Chester’ a cinco pesetas, patear la ciudad y, a media tarde, acudir a la cafetería de moda, Manila, en Gran Vía. Allí, un barman ourensano y amigo les preparaba ‘por lo bajini’ selectos platos combinados.
Las actuaciones eran escasas. El batería se derrotó, regresó a Ourense, y por fortuna lo suplió un madrileño que le quitó el aire provinciano al grupo. El dinero no daba para más. Por suerte, yo tenía un lío con la ‘muchacha’ de la pensión. A veces, los cinco subían clandestinos a mi habitación y ella les preparaba jugosas tortillas de patata. Las degustaban como ambrosía, el alimento de los dioses.

Llegaron los buenos tiempos, días de vino y rosas. El debut en Consulado, el templo de los locales madrileños, un éxito. Las chicas lucían sus minifaldas con garbo en la jaula que presidía el local. Grandes carteles en Gran Vía comenzaron a anunciar sus actuaciones, una discográfica se interesó por ellos… Maldita sea, cuando el futuro era luminoso, llegaron las cartas de sus novias apremiándoles, ‘si no regresas te abandono’. 

Justo cuando el ala de un ángel les rozaba comenzó la deserción en cadena. Cholo suplicaba, ‘no puedes romper el hilo de la cometa cuando tienes veinte años’.

(Ayer me encontré con Carlos Basalo, el último en abandonar aquel barco de los sueños. En el fondo de sus ojos todavía quedan restos de la vergonzosa derrota. Lo veo ahora, en la vieja Estación del Norte, con el rostro marmóreo, ojos líquidos, raída maleta en mano. Todo él era como el grito griego, “es hora de morir”. Al despedirnos dejó entre mis manos la púa favorita de su guitarra. Y con ella el devastador verso: “Lo más terrible es que mates tu sueño”.)

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