Opinión

Helado de mantecado

Días pasados alguien postuló en las páginas de opinión de este periódico un nombre para ejercer de cronista oficial de Ourense. Es un puesto honorífico, vacante desde hace siete años, que creo ha de ejercer un periodista. Alguien que haya mostrado amor, conozca el alma, sepa los secretos más escondidos y escuche los gritos telúricos de Auria. Inevitablemente esa persona has de ser tú, Maribel. 

El hermano lector sabe que no soy amigo de lisonjear. Ya escribía el ruso Chéjov que elogiar demasiado le trae mala suerte a la persona. Pero hablemos de ti, Maribel Outeiriño. Seguro que tus lectores, como yo, leen con avidez tu “Historia en 4 tiempos”. Resumes lo sucedido hace largas décadas en la provincia. 

Cómo no sonreír con los discursos y multas de aquellos gobernadores civiles de bigotito estrecho y mirada taladradora. Cómo no conmoverse por ejemplo, con las crónicas de los ourensanos de la División Azul en las heladas estepas rusas a las puertas de Leningrado. Cómo no estremecerse cuando nos traes los nombres y el día en que fueron fusilados los republicanos, allá en el 36, ante los paredones del viejo cementerio. Cómo no reírse cuando rescatas anécdotas y chistes, por ejemplo de nuestro favorito Forges. O cuando nos recuerdas los nombres de viejas artistas que actuaban en los cafés cantantes. 

Una leve lágrima asomó en tu mejilla el día que cerró para siempre La Ibense. Ay, por momentos volviste a ser la niña con trenzas que jugaba en el Parque de San Lázaro y con una moneda de duro corría ansiosa por un helado de mantecado. Muy cierto: Maribel se entristece cuando cierra algún local de los de toda la vida.

Nos conocimos en los 70. Éramos jóvenes, intrépidos y casi felices cuando estudiábamos en el caserón de la escuela de periodismo de Madrid. Te recuerdo risueña, pizpireta, vestías con cierto estilo progre, estudiabas regular y todos sabíamos que estabas muy recomendada. Tu “escarabajo” se llenaba de gente al salir de clase, después nos ibas dejando en nuestros domicilios. 

Pero vayamos más atrás en el tiempo. Era ineludible y obligatorio para ti ser periodista. Creciste de la mano de tu padre, visitabas con frecuencia la vieja redacción de la calle que hoy lleva su nombre: Alejandro Outeiriño. Corrías entre las mesas de aquella camada de periodistas de raza que tecleaban veloces. Te maravillabas observando el teletipo que escupía sin interrupción noticias. Ciertos días cuando acudías al caer la tarde, escuchabas boquiabierta a los componentes de la Xeneración Nós que solían hacer tertulia en la redacción. Los viste a todos por allí. Después fueron tus amigos. Risco, con su mirada sombría; Luis Trabazo, altivo, sabio y desafiante. ¡Ay!, Blanco Amor, que volvía locos a los de talleres con sus constantes correcciones en sus artículos de líneas apretadas. 

Qué enjambre de periodistas. Manolo Rey, el sagaz cronista de sucesos. Qué tipo audaz: logró la amistad con los jueces de la época, hasta le llamaban discretos para que los acompañase a levantar un cadáver. Sus colegas no entendieron jamás que se les adelantase siempre en los sucesos. 

(Qué tristeza, Maribel, cierran periódicos y revistas. Interviú, en el que aprendimos periodismo de investigación con Perfecto Conde, aquel amor imposible, casi como todos los tuyos.

Pero tú, Maribel, no te arredras jamás. Tu lema es “No desistas”. Quizás como yo, en noches de insomnio, buscas el reencuentro con la vieja Olivetti. Despacio pulsas en sus teclas los cadáveres de algunos de nuestros sueños. Ay, tengo tu foto con Fidel, cuando te lo presentó Felipe González en La Habana. Una pena, a pesar de que lo intentamos, no pudiste cumplir tu más íntimo deseo: ser la cantante de una buena orquesta y recorrer los caminos. Aquel Ourense en que Toñito Patata cantaba y nos hacía felices con sus andanzas.

¡Ay, Maribel!, se me ha ido un poco la olla. Lo que quiero es reivindicarte como cronista oficial de la ciudad que más amas).

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