Estoy atrapado por la segunda cadena. Todas las noches a las diez me siento ávido y feliz ante la pantalla. Te invito a que tengas esa cita cada noche. Pasan todo el cine de la prolongada posguerra. Ya sabes, familias numerosas, himnos y ejércitos victoriosos.
El otro día pasaron “Calle Mayor”. La he visto tantas veces, y continúa conmoviéndome. Italo Calvino decía: “Un ‘clásico’ es una obra que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.
Ah, “Calle Mayor”. Ahí está toda la historia generacional de los que nacimos en los 50. La ves y te observas caminando por la Calle del Paseo, ‘hola y adiós’ a cada vuelta. Una pareja se toma de la mano tal si saliera de la ‘adoración nocturna’. Ojos turbios se miran clandestinos.
Ay, si miras al fondo de sus ojos, sabes que los habita el miedo. Educadores fálicos prohibían soñar. Eran tiempos en que la vida venía con vileza. Alguien me dijo: “La dictadura es como el infierno sin tranquilizantes”. Un mujer de mirada perdida, “mi alma es un campo devastado”.
Escribí una vez: “¿Quién desalojará los escombros de mi mente?”. Recuerdos heridos, maestros de alas negras, el rostro asexuado de la catequista. Alguien que llama a tu puerta: “¿Qué haces diez minutos encerrado en el baño?”. Los traumas se retuercen dentro de ti.
Ah, “La tía Tula”, “Cómicos”, “El desencanto”, la España profunda de entonces. Y si no la has visto, anota en tu agenda “Los chicos”, acosada por la censura: demoledora. Aquel kiosco en el centro de Madrid, 1950, Cine Callao, “es para mayores, enséñame el carné”.
A todos los que atravesamos esas sombrías décadas debieron reunirnos en la ‘plaza general del mundo’. El chamán debió soplar sobre nosotros, posar su mano luminosa en las frentes y abrir un orificio para que saliera la larga procesión de nuestros huéspedes mentales.
(Recuerda, eras niño y, en la madrugada, atravesabas temeroso el pasillo, abrías la puerta de la habitación de tus padres y decías “papá, tengo miedo”. Qué feliz te sentías protegido por su cálido brazo.)
