Opinión

Jamás me verás ceñudo

En su canción “When the Deal Goes Down”, Bob Dylan entona con desgarro: “En este reino terrestre/ preñado de dolor y decepción/ jamás me verás ceñudo”.

Seguro, lo habrás visto en la calle del Paseo con su guitarra, su gesto impávido de animal herido, muy triste, probablemente versionando, indiferente, su melodía favorita de Santana. Hay días extraños que este hombre interpreta, obsesivo, insistente, el mismo tema, en una frígida actuación que parece no tener final.

Es como si los dioses le condenaran sin remisión a situarse en el mismo sitio. Como una estatua. Como si tuviese que pagar alguna culpa kármica e inevitablemente el destino lo plantase justamente allí, inmóvil.

No sé tu nombre, hermano. Tampoco soy amigo de consejos. Te escribo entristecido. Hace muchos meses que tienes a tus pies un indefinible cartel: “Si tienes buen corazón, ayúdame”. Te contaré algo de un colega tuyo que tocaba solitario en Central Park. Tenía tu mismo gesto en la cara. Solo algunas míseras calderillas salpicaban el fondo carmesí de la funda de su guitarra. Pero él, como tú, resistía. Un día pasó por allí alguien, se inclinó en ademán de generosidad, pero en vez de depositar unos centavos, tomó su letrero que portaba un ruego semejante al tuyo y, con decisión, lo suplió por otro: “Pronto llegará la primavera”. Se fue no sin antes susurrarle al oído: “Sonría”.

Sucedió que, al anochecer, el autor del nuevo mensaje pasó por allí y, cierto, donde antes había apenas unos centavos ahora brillaba una abundante capa de monedas.

Hermano músico, te cuento esto porque ya es tiempo de mudar. Es la hora de sacudir el semblante contraído de tu boca. ¿Sabes?, es como si estuvieses agarrotado, como si te arrebataran el alma. Disimulas tu mirada bajo tu reclinada gorra. Excúsame, eres como una entumecida lágrima de la ciudad. Estoy decidido a emular a aquel aficionado neoyorquino y un día, por sorpresa, ¡zas!, arrebatarte ese puñetero cartel y suplantarlo por otro: “Estoy aquí para darle alegría a la ciudad”.

Ay, los transeúntes pasan por tu lado indiferentes, sorteándote. No transmites hechizo. Un músico que toca con alma en la calle nos hace mejores seres humanos. Nos alivia con la alegría de ser nosotros mismos. Como canta Dylan: “Noche tras noche,/ día tras día/ te despoja de esperanzas inútiles”.

Mira, compañero, atrévete, por ejemplo, a componer una canción sobre el multimillonario que levanta muros. Dile que los construya con versos ilusionados, alegres ritmos y notas musicales y que a través de ellos, hombres y mujeres, como Burning sugería, “muevan sus caderas palante y patrás”.

(Aleja tus temores. Los que viven en el miedo nunca serán libres. Estás en una ciudad que presiento con destino glorioso. Aquí nacieron los mejores cerebros del siglo XX del Noroeste Ibérico. Invócalos. Acude a la gitana, que te dará el talismán Dylaniano para que nunca “jamás te verás ceñudo”.)

Te puede interesar