Opinión

La bala maldita

ALBA FERNÁNDEZ
photo_camera ALBA FERNÁNDEZ

JUEVES, 22 DE SEPTIEMBRE

Hoy la tertulia está muy silenciosa. Algunos días nadie dice nada en un largo lapso, que también es una manera sabia de comunicarse. De pronto, el profesor se levanta, pide La Región y busca la página de Historia en 4 Tiempos. Dice: “El heroico soldado ourensano Miguel Bejarano murió defendiendo la patria en las llanuras de Annual. Ya sabéis que Ourense fue una de las ciudades que dio más legionarios y soldados que fallecieron el 22 de julio de 1921 en aquella masacre, quizás la página más triste de la historia militar española. Sucedió en aquella retirada precipitada y caótica de la que fue culpable aquel general Silvestre. Tardaron meses en llegar los legionarios españoles a la llanura de Annual. Cuando por fin llegaron, fue como cuando Aquiles visitó el Hades y al volver contó a Eneas que prefería vivir en la miseria a vivir en el reino de los muertos”.

El profesor sabe de mis correrías por Marruecos, va y me pregunta: “Alguna vez te oí decir que habías visitado aquella llanura y que hasta tienes los restos de una bala”. Le respondo: “Aquello no está muy lejos de Melilla, es un lugar propicio para las emboscadas. Es un lugar desolado. El día que estuve caía un sol abrasador. Qué te voy a decir, sentí frío y un miedo muy antiguo. Conmovidos, mi amigo y yo rezamos una oración. Os juro que regresamos invadidos por una lacerante angustia”.

“He leído mucho sobre ese tema y, cierto, caminé mucho por allí. Lo que más me dolió fue ver los cementerios y tumbas abandonadas en que yacían nuestros héroes. Pero lo que apenas se sabe es la historia de aquel millonario vasco, Horacio Echevarrieta. Era republicano, progresista, amante de la democracia y casi media España llegó a ser suya. Tenía un lema: ‘La esperanza renace después del fracaso’. Abd el-Krim, el líder rifeño, informó que tenía seiscientos soldados prisioneros y pidió un alto rescate. Las arcas del reino de Alfonso XIII estaban casi vacías. Pero allá se fue Horacio Echevarrieta a negociar con él frente a frente. Cuentan que Abd el-Krim llegó a tener aprecio por el vasco”.

Hoy soy yo el protagonista y mis contertulios me escuchan con atención. El profesor me pregunta: “¿Cuánto le pedían al Gobierno por liberar a esos seiscientos prisioneros?”. Cuento yo: “Una barbaridad, el millonario Echevarrieta llegó a las playas de Alhucemas con veinte toneladas de monedas de plata. Pero quedaban sólo trescientos soldados, el resto había muerto en el cruel cautiverio. Gran hombre, Horacio Echevarrieta. Permaneció en la playa de Alhucemas hasta que Abd el-Krim liberó al último hombre. Lástima que entre ellos no estuviera ‘el heroico soldado ourensano’ Miguel Bejarano. Aquella bala es una lágrima que guardo”.

VIERNES, 23 DE SEPTIEMBRE

Me siento al lado de mi amigo el músico callejero que toca por el centro de la ciudad. Hoy está triste: duda si conseguirá los siete euros que le cobra un fulano por dormir hacinado en un piso. Es un tipo culto, reflexivo y observador. Me dice: “Observa mi gorra, sólo hay monedas de cinco y diez céntimos”. Los ciudadanos pasan y los veo cada día más mansos y domesticados. Veo sorprendido que asoma en su bolsillo aquel libro que marcó a nuestra generación “El guardián entre el centeno”, de Salinger. Va y me dice melancólico: “Me he dado cuenta que los músicos callejeros estamos en extinción. Nos ha salido un enemigo que poco a poco nos va derrotando. La mayoría no se detiene a escucharme y caminan abstraídos con el jodido móvil en las orejas. Dentro de poco ¿para quién vamos a tocar? Mira tú, de niño soñaba con una ciudad llena de músicos, los ejecutivos vestidos de payaso y los bancos transformados en bancos de alimentos. A veces me digo ‘no luches, déjate vencer, permite que te aplasten’. Pero no soy de los que se derrotan, continuaré con mi guitarra yendo de aquí para allá”.

Le invito a fumar y le comento: “Dicen que hay mucho okupa en la ciudad”. El músico mueve la cabeza: “Yo creo que eso fueron tiempos, la cosa está muy difícil y mira que la mitad de los pisos de la ciudad están vacíos. Los vecinos están muy agresivos. Hace poco le prendieron fuego a una casa con okupas dentro. Y a dos okupas casi les alcanza el fuego. Lo que más me sorprende de esta pequeña ciudad que me atrapa es la cantidad de enganchados que rondan por ahí. Cómo logran el milagro de los panes y los peces, reunir tanta pasta cada día. Mira mi gorra, sólo hay céntimos”.

(Mi colega músico es un poco mi ONG. Le suelto cinco euros y él, con melancólica resignación, sonríe. “Gracias, tocaré para ti ese tema de Bob Dylan que dice ‘No mires alrededor que te avergonzarás”).

Te puede interesar