Opinión

La mejor zurda

JUEVES, 24 DE FEBRERO

Tal cual, te cuento, camino Paseo adelante y alguien se me acerca y me espeta como una orden: “Escribe sobre Gelo, tenía la mejor ‘zurda’ de Galicia, y no olvides que también fue un barman ‘enrollao’; mira que mi cuenta iba siendo ya muy abultada en su pub y jamás me reclamó nada. Allí en la mesa siempre estaba mi cerveza Estrella”.

Tuvo lo más hermoso: todos le queríamos. Cierto, cuando tocaba jazz era como si los dioses pusieran una mano en su hombro. Y cuando era rock duro era como un espíritu flamígero. Algunos días le escuché solos excelentes, siempre breves, certeros y sin pavonearse. Qué grandes noches de jazz puro con su banda Almendra allá en la década de los setenta. Aún anda por ahí un video del programa de televisión “Jazz entre amigos” que dirigió tantos años J.C. Cifuentes en que la banda ourensana lo borda.

Me cuenta de él, entristecido, el entrañable Daniel Bouzo: “Ya lo conocí de adolescente, mira tú; entonces los dos tocábamos la guitarra en unas misas especiales en la iglesia de Santo Domingo, interpretábamos temas de Bob Dylan, Joan Báez y gente así”. Ángel Barrio, Gelo, creció en aquel Ourense ingenuo, feliz y pandillero. De aquellas, cada barrio tenía su panda que marcaba su territorio. Yosi pertenecía a la belicosa pandilla del Jardín; su hermano Charly se movía entre los chicos duros de la Alameda. Gelo, al fin un chico bien, pertenecía a la cuadrilla del Parque, los suyos eran arrogantes en un Ourense en que se marcaba mucho la diferencia de clases. Eran el blanco favorito de los hijos del extrarradio. Siempre contó sonriente: “Alguna hostia me llevé”. Abría entonces el primer club de la ciudad, el Mr. Flinn, en donde su generación bailó el rock más auténtico. Cuántas horas pasó Gelo en la Alameda en las fiestas pegado a los coches eléctricos; cierto, por sus altavoces sonaron por primera vez temas de los Rolling Stones.

De aquellas, los padres con posibles colocaban a sus hijos en los bancos y cajas de ahorro. Y allá en una oficina dio con sus huesos nuestro hombre. Allí estuvo él tras la ventanilla, hasta que un día lluvioso, como en el texto de Cervantes, “caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada…” Al día siguiente compró una buena batería, supo ya que su destino era salir de la sombra y hacerse músico. Había que arriesgarse.

Pero dejemos que lo cuente Daniel: “Yo trabajaba en la cadena Cope y formé una banda de rock con el nombre de Clan Cope. Me fijé en él y lo invité a formar parte del grupo, creo que ese fue su comienzo. Éramos cuatro roqueros llenos de sueños, mira tú: Carlos Basalo al bajo, el gran Humberto a los teclados y Gelo en la percusión. Después cada uno hicimos nuestro camino. Humberto recorrió tres continentes como pianista de hotel. A mí la vida me llevó a Madrid como disc-jockey de la discoteca Cleofás. Basalo vivió su aventura con Los Murciélagos, una banda ourensana que llegó a tocar en la gran cadena Consulado y en las salas más importantes del Foro”. A Daniel, siempre discreto, no le gusta contar ciertas cosas, pero Clan Cope logró un contrato para tocar en aquellas históricas elecciones de misses por toda Galicia. Pero en ocasiones vieron el lado oscuro, cómo fulanos rondaban como buitres entorno a ellas en aquella España en blanco y negro. Ya sabes, alguien del jurado le dice a la cándida chica: “Ya sabes que vas a ser miss pero tienes que ser buena conmigo”. Era un espectáculo ver cómo algunas madres avisadas velaban policiales por sus hijas. Cierto que el organizador, el mítico Pepe Garalva, un buen tipo, hacía lo posible para que no ocurriesen “accidentes”. Allí aparecen el inolvidable Moncho Lusquiños y aquel croata ourensanizado, Goro.

Pero volvamos a Gelo, entrañable, con carisma, la sonrisa siempre colgando, su mirada con exceso de melancolía y su humor inteligente con una mezcla entre inglés y la retranca galaica. Ahora es Charly, el eterno bajista de Los Suaves, quien me cuenta de los catorce años de Gelo en la banda. “Mira que hicimos viajes, estuvo catorce años con nosotros, inevitables noches de excesos y alcohol. En toda nuestra historia no tuvimos un año sabático, siempre de aquí para allá. Con frecuencia, teníamos el cuerpo hecho unos zorros. Imagínate, en esto del rock hay muchas broncas y no recuerdo un solo día en que se enfadase Gelo. Era perfecto, nunca le vi un error. Al fin, él en la percusión y yo en el bajo, siempre estábamos atrás como tapados, pero él no tenía ese ego de tantos percusionistas que necesitan montar su número. Tenía camaradería, sentido de equipo y también eso que llaman humildad. Si las cosas se ponían feas, él mediaba hábil y pacífico. Ya sabes, las estrellas son el guitarra y el cantante, pero a él no le importaba, es más, tocaba para que brillaran”. Después se buscó la vida, abrió el pub O Jato Negro, pura sociología de la ciudad, donde siempre sonaba buen rock y él siempre tenía tiempo para ti. Jamás perdió su rebeldía tenaz y comprometida. 

(Se fue con setenta años y quizás con la sensación de la vida cumplida. Supo vivirla líricamente.)

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