Opinión

La niebla bíblica

Se van a cumplir cien años de la Xeración Nós. ¿Cómo pudo ocurrir aquello? En quinientos metros cuadrados, alrededor de la Praza do Ferro nacieron, se criaron y vivieron las mejores mentes del siglo XX. Es la única generación que se definió como la de "os bos e xenerosos". El tópico, el cliché es cierto, en esos años éramos la Atenas de Galicia.

Yo conocí a algunos de ellos. Veo, ahora, entrar a Xocas vestido de negro penitente a dar su clase en Cisneros. Cuarto de bachiller. Se sienta. Comienza con los castros, después los celtas primitivos y al final, con su voz grave, sus ojos velados, nos enreda con la Santa Compaña. No se oye una mosca, no toma lista, la sala está a rebosar y muchos rostros boquiabiertos.  Ahí va López Cid leyendo un libro, quizás el libro de su vida, a combatirse en el juego de ajedrez en el Hotel Parque. Asoma Risco. Despotrica Trabazo. 

Más tarde aún hubo otra generación llena de creatividad. La lideró el inolvidable Jaime Quessada. Donde estaba él había vida, arte y allí asomaba Sócrates. Mira tú, en torno a él se movía una generación de pintores de talento. Que amaban la bohemia y la noche. Recuerdo ahora a Zapata, aquel pintor reidor y un poco extravagante. Lo cierto es que cuando falleció Jaime todos pensamos que lideraría la ciudad su gran amigo Alexandro. Pero no. Hubo como una estampida, como si anduviesen sueltos los hados de Valente. Alexandro, al día siguiente, desalojó los austeros enseres de su cubil ahí en la calle de la Paz. Le pregunté: “¿A dónde vas Alexandro, a dónde? ¿De qué huyes, de qué huyes Alexandro?”.

Otra generación de artistas. Los músicos. Este trozo de mundo vio a grandes músicos y grandes orquestas de la década de los sesenta. Orquesta X, Continental, Reñones, tantas y la mejor: la orquesta Auria de los hermanos Cudeiro.

Qué tío, todavía se lanza a la carretera el último de aquella raza: el eterno Pérez. Me cuenta: “Allá en los cincuenta iba con mis músicos en caballerías a lejanas aldeas. Era entrañable. Dormíamos en aquellos colchones de lana de los vecinos. La mejor parte del cabrito era para nosotros, los músicos. No paraban de llevarnos vino al escenario y seguíamos sin pausa hasta el amanecer”. 

Los jóvenes no se quedaban atrás y surgieron conjuntos, bandas de rock, algunos de ellos actuaron en las mejores salas de Madrid, Los Posters,Los Murciélago… Nueva Democracia, el grupo del circo Ciudad de los Muchachos.

Llevamos ya casi veinte años de siglo XXI. Quizás ocurra, la rueda de la suerte y del destino nos premie con otra generación luminosa. Maldita sea, un aura levemente fatal cubre la ciudad. Caminas por ella y seres espectrales se asoman desde balcones desvencijados. “Se vende”. La ciudad parece vacía. Parece como si los inquilinos hubieran salido en estampida por un extraño maleficio.

"Se alquila", cantan los duendes. Ay, se alquila hasta el alma de la ciudad. Hermano, en la estación de Empalme multitudes de jóvenes parten a buscarse la vida. Se los lleva el agujero negro de los tiempos. 

Como en la novela de Thomas Mann "Muerte en Venecia", los ourensanos parecen esforzarse en esconder un mal hado que cubre la ciudad. Una cierta fatalidad que nos habita, que dijo Valente.

Cien años se cumplen de la Xeración Nós. Tal vez sea un tiempo chamánico. Hacia la luz.

(Ayer vi caminar al último de su estirpe por la herida de la Plaza Mayor. Él los conoció a todos. Caminó con Risco, se sentó con Blanco Amor, escuchó las palabras flamígeras de Trabazo. Caminó con Jaime por olvidadas ciudades de Europa. Observó tembloroso cómo el viático atravesaba las calles con paso apresurado para atender a un moribundo. Desde detrás de unas matas descubrió asombrado el secreto: las lecheras orinaban dentro del cántaro para potenciar su mercancía. Presenció las mañanas frías cuando antes de construirse las presas, una niebla bíblica cubría la ciudad. Enterró, ya de niño, sus manos en el barro para construir una vasija. Mozalbete, participó en las airadas tertulias en la redacción de La Región. Amaneció con otros artistas en la sala privada de ‘Paraíso’ cuando la calle Villar era el mejor barrio del norte de este país. Vio en la feria las dificultades de los ganaderos para subir sus terneras al autobús, aquel autobús mitad para personas, mitad para animales. Su obra se expuso en prestigiosas galerías y salas de todo el mundo.

Ahora se refugia en la aldea. Me cuentan que lleva a pacer a las bestias. En el prado se sienta a mirar los ojos sabios de las vacas. Dialoga con los filósofos de la lareira. Trabaja en secreto. 

Cuando lo vi caminar por la plaza traía un siglo de Auria atado a su cintura. Caminaba Acisclo solo y pensaba: “Ojalá aquella generación de la que se cumplen cien años y que amé, vele y sople por nosotros”).

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