Opinión

La última hora

MIÉRCOLES, 27 DE OCTUBRE

Mi amigo Luis trabaja en una agencia de pompas fúnebres desde hace ya muchos años. A veces nos encontramos y dialogamos sobre la vida, pero él evita contarme nada de su trabajo. Mira tú, es amigo mío desde la infancia. Cuando me lo encuentro, me fijo que su rostro va adquiriendo un poso melancólico, una cierta tristeza que cuelga de los ojos, una seriedad, como un gesto severo.

Algunas veces me habló de su trabajo, muy pocas. Cuando saco mi lado periodístico y hago preguntas sobre su profesión, él sonríe vagamente, me da unas palmadas en la espalda y calla. Pero te cuento. Mira que habrá visto cosas en su trabajo, pero anteayer venía con un plus de tristeza sobre lo que es habitual en él. Los periodistas de mi generación aprendimos a olfatear cuándo es el momento de hacer preguntas, cuando percibes que tu interlocutor está debilitado. Bueno, al fin nuestro oficio es contar la vida.


ALBA FERNÁNDEZ

Estamos en la barra del Frade. Nos empujamos un buen vino Alma de Monterrei, va y me dice muy bajo, como si se confesase “No vayas a escribir sobre lo que te cuento, nuestro trabajo es delicado y hemos de guardar secretos. Pero es que aún no me he repuesto de lo que me sucedió ayer en un pueblo de la provincia. Me tocó asistir a un fallecido ya muy mayor, de esos que pagan cada mes una cuota a nuestra empresa. Llegué enseguida, el cadáver todavía estaba casi caliente. Cuando entré en la habitación, vi una estampa que me entristeció, y mira tú que he visto muchas cosas a lo largo de mi vida. Allí había un jaleo tremendo, gritos, empujones, insultos. No encontraba el momento de meter el cadáver en el ataúd. Las cosas iban a más y se ponían violentas. Entendí pronto lo que sucedía. Al lado de la cama del difunto había un gran reloj de pared, de cerca de dos metros de altura, de esos que al dar las horas se escuchan en la calle. Estaba lleno de adornos, las horas en números romanos, sin duda un reloj fabricado en Suiza. La cuestión era que cada uno de los familiares que estaban allí quería arramplar con él como fuese: ‘Este é pra min; Non, lévoo eu, que a min queríame moito…’. Así estaban las cosas. Lo empujaron tanto que el hermoso reloj se estrelló en el suelo con gran estrépito. Estalló la madera, se rompió el cristal y las agujas estaban esparcidas por el suelo. Hubo un extraño silencio, aprovechamos para colocar al difunto, mientras alguien nos decía ‘Acaben xa, unha cousa rapidiña e ao cementerio enseguida. A cousa non está pra gaitas”.

Mi amigo Luis y yo casi damos cuenta de nuestra botella de Alma. Mira tú, él se pone melancólico y nostálgico “En un garaje de nuestra empresa aún están dos viejos coches fúnebres, de aquellos tirados por caballos. Recuerdo de niño cómo a veces aquellos caballos percherones llenos de adornos relinchaban, se detenían y no querían avanzar. Muchos mal pensados decían que esto sucedía porque el difunto había sido una mala persona. Qué tiempos, los transeúntes a su paso sacaban el sombrero, se persignaban y a veces decían una breve oración”. Yo le recuerdo aquella magnífica película de Berlanga ‘Plácido’ cuando los artistas se cruzan con un entierro y muy fervorosamente se santiguan. En esas imágenes están nuestros largos años de posguerra. Mi amigo y yo guardamos un largo silencio. Él vuelve a tirar de sus recuerdos “Sobre todo de joven, cuando entré a trabajar en mi empresa, presencié en más de una ocasión justamente lo contrario. Llegaba yo a alguna aldea, siempre muy enlutado, mi compañero y yo metíamos al difunto en el ataúd con delicadeza. Más de una vez, tuvimos serios problemas para sacarlo de casa. Al llegar a la puerta, la viuda y los familiares cercanos se abrazaban con fuerza al féretro y teníamos dificultades para sacarlo”.

(“Bueno, Jaime, qué cabrón, hoy me has tirado de la lengua. Pero a lo mejor hacemos negocio. Tú vas siendo ya madurito y seguro descuidaste tus últimas voluntades. Para personas descuidadas como tú, tenemos una buena oferta con ataúdes muy sencillos hechos en China y unos recibos mensuales muy apañaditos…”. Yo me quedo pensativo y hecho mano de una cita de Mallarmé “Ojalá me cubran las estrellas”.)

JUEVES, 28 DE OCTUBRE

Conque estoy escribiendo en mi mesa favorita del Café Latino. De pronto, entra alguien y escucho un vozarrón “¿Dónde está Jaime?”. Levanto los ojos y ahí está Emilio Rojo, el gran Emilio Rojo, mi amigo que sólo con seis mil botellas conquistó a Woody Allen, a Amancio Ortega y al propio Bill Clinton. Una leyenda. Siempre hablamos de nuestros felices años internos en el colegio Cisneros. A veces le digo, no por cochina envidia, sino por ver su reacción “Así que Emilio, hoy eres millonario, te manejas en Porsche, dicen que llevas guardaespaldas y vives en un apartamento de gran lujo”. Alguna vez le he soltado ya esa cita “Pero has cambiado las viñas que heredaste por oro”. Emilio encaja sin inmutarse, muy británico “Fue mi decisión, rondo los setenta, doblé mucho la cerviz en mis viñas, dormí abrazado a mis cepas en días nevados. Cuando tienes tu vino en los mejores restaurantes y te llaman de aquí a allá casi con desesperación para conseguir una botella, pienso que el sueño está logrado. Pero no creas que me distancié de mi marca ‘Emilio Rojo’. Soy un ‘sénior’ en la empresa, mis opiniones son escuchadas con atención, no hace tanto presentamos en el hotel Ritz de Madrid mi nueva cosecha”.

Le digo “Sé que has dejado tu Leiro amado y te has ido a A Coruña”. Responde él “Sabes que soy un sibarita y desayuno con champagne. A Coruña es una ciudad burguesa y elegante, vivo en el centro y si siento nostalgia, estoy a cien quilómetros de mi imprescindible Leiro”. “¿Y el amor, Emilio?”. “No soy un buscón, espero que los dioses me envíen una mujer madura, que no se enfaden las feministas, pero no hace falta que sea inteligente. Quiero una compañera que camine a mi lado”. Le pregunto cómo siente Ourense “Se está quedando muy rural, los ourensanos parecen flagelarse, parecen no apreciar lo suyo. La veo atrapada en corsés de otro tiempo. Es una pena, creo que aquí hay mucha gente inteligente y creativa. El secreto para triunfar es ofrecer algo original con sello ourensano y aquí hay mucho de eso. Hay que viajar, leer, espabilar y arriesgar. Esta ciudad que está sobre un volcán tiene algo hechizante y muchas posibilidades”.

(Emilio me enseña las palmas de las manos “No creas que sólo soy un hedonista. Vengo de vendimiar en las viñas de una amiga asturiana, recogí las uvas como uno más y le aporté mis ideas. Este tipo de cosas, el altruismo, nos hace mejores personas”.)

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