Opinión

La vida era eso

LUNES, 20 DE DICIEMBRE

Llegó el AVE.

En las grietas de mi memoria bulle aquel verso eterno de don Antonio Machado “Yo, para todo viaje / siempre sobre la madera / de mi vagón de tercera / voy ligero de equipaje. / El tren camina y camina / y la máquina resuella…”.

Ah, el tren de tres vagones, dice el clásico, pasado, presente y futuro. Ay, el tren tan presente en mi vida, tan presente en las canciones de Bob Dylan. Aquel tema de The Doobie Brothers “El tren de largo recorrido”: “Ella empacó sus maletas, me dejó atrás / compró un billete en la línea central / en noches mientras duermo oigo silbar gimiendo al tren”. Ah, Rosendo “El tren / sube a mi tren azul / su dulce chimenea te puede dar / algo que hace tiempo buscas tú”; toda una invitación al viaje lisérgico. Esta sí la conoces: “O tren que me leva pola beira do Miño / me leva e me leva polo meu camiño…”.

Cielo santo, el tren tan presente en mi vida. Sin duda el tren es el destino.

Te cuento, hermano, hermana, de mis experiencias. Por Verín no pasa el tren. La leyenda dice que el ingeniero que había trazado su línea por el valle sufrió un atentado. Los caciques palurdos no querían que atravesase sus tierras. Allá, cerca de A Gudiña está la curva “Ingeniero España” por donde se estrelló su automóvil. Generaciones conocen bien la llegada del tren de Madrid a las cuatro de la madrugada a A Gudiña. Allí siempre hay un frío de muerte. Te refugiabas en la sala de espera que calentaba débilmente un humilde radiador. Allí estábamos, entumecidos, esperando hasta las ocho en que partía el autobús hacia la villa. Kerouac en su mítico libro “On the Road” cuenta cómo su generación llamada Beat, atravesaba todos los Estados Unidos subida a trenes de mercancía siempre llenos de vagabundos y con frecuencia esquivando a los revisores. También yo viajé unas cuantas veces sin billete. Entonces éramos jóvenes, intrépidos y, cómo no, un poco alocados. Aquel día queríamos llegar al carnaval de la villa. Lo jodido fue que Antonino Nieto y yo nos gastamos el dinero en un concierto del grupo Status Quo. No era tan fácil colarse, si usabas el viejo truco de esconderte en el retrete cuando el revisor pasaba, era muy probable escuchar desde fuera “Billetes, por favor”. Aquella noche nos pilló el revisor justo en Puebla de Sanabria, sólo nos faltaba una estación para llegar a nuestro destino. Mira que le rogamos, pero el imperturbable fulano de bigotillo estrecho ordenó con frase militar “Bájense o llamo a la Guardia Vivil”. Imagínate, ni para un café, grandes copos de nieve caían sobre nosotros. Hubo suerte, un camionero andaluz nos hizo sitio y al vernos ateridos puso la calefacción al máximo.

Kerouac cuenta de la astucia para sortear al cobrador huyendo de él pasando de vagón en vagón.

Estamos en Navidad de finales de los setenta. Mi compañero de aventura fue el gran Emilio Rojo, que hoy se mueve en Porsche y es una celebridad. Él es testigo. Otra vez sin un duro entre la multitud en la estación norte de Madrid. Subimos con decisión. Siguiendo las enseñanzas de Kerouac, llegamos hasta Medina del Campo sin problemas. Pensamos que el demonio estaba de nuestra parte, pero no. Justo allí, en Medina, en donde el tren se detenía un largo rato, apareció la figura fantasmal del supervisor. Nos escupió lo que no queríamos oír: “¿Billetes?”. Salimos del paso diciéndole algo así “Los billetes los lleva mi tío, un momento, que voy a buscarlo”. El fulano, como un sargento, escupió “Antes de que se ponga el tren en marcha, me enseña los billetes”. Teníamos veinte minutos, también teníamos imaginación y otra vez nos salvó Kerouac. Los vagones iban atestados, y allá nos fuimos los dos uno por cada lado de vagón en vagón contándoles a los viajeros que habíamos perdido una bolsa con los billetes. De aquella, España era todavía un país muy humilde y solidario, un duro aquí, tres pesetas allí, y allá nos fuimos con todas las monedas en una boina junto al supervisor que nos miró espantado. ¿Recuerdas, Emilio? Todavía nos sobraron seis pesetas.

Hasta no hace tanto, los trenes de asientos de madera de los que habla Machado, partían de la estación Empalme en los años sesenta llenos de emigrantes desolados que partían a trabajar a Alemania. Siempre había soldados rumbo a Melilla. Siempre escuchabas los ronquidos ensordecedores de algún viajero. Siempre un policía secreto “¿Carnet, por favor?”. La imagen de El Lute saltando del tren y escapando de nuevo de los guardias.

(Llega el AVE y es quizá el tiempo de recordar a los “carrilanos” que trabajaron con sueldos miserables en los largos túneles de la ruta Zamora-Ourense. Veinte mil hombres. Aún se canta la copla “Túnel 12, túnel 12 / a cuatro mil hombres diste sepultura...” . En el túnel número 12, seis largos kilómetros, allá en el año cuarenta, tras la guerra, miles de presos políticos cavaron allí sin descanso. Allá en los años treinta, cuando se pararon las obras, los obreros se levantaron con furia y hasta tomaron la villa de Verín. Aún resuena el eco del grito asustado de los paisanos “¡Ahí vienen los de la vía!”. Todos afiliados al legendario sindicado libertario de la CNT. Ay, la gente moría aquí y allá y se decía “Es el mal de la vía”. Era la terrible silicosis que arrampló con tantas vidas. El 28 de julio de 1957, el general ferrolano saludaba desde la ventanilla del tren a los parroquianos de Vilar de Barrio. Quedaba inaugurado el trágico tramo Zamora- Ourense. Llegó el AVE, pero no es tiempo de olvidar.)

JUEVES, 23 DE DICIEMBRE

2021-09-26 ANGULO INVERSO Ilust.jpg_web
ILUSTRACIÓN: ALBA FERNÁNDEZ

Troiti, el veterano barman del Auriense me dijo “Todos estamos tristes, ya no le serviré más su ron con cocacola y sin limón”. El domingo, incluso el flautista que recorre la ciudad sin interrupción guardó silencio.

Jaime Mateo no buscó la gloria, fue un creador renacentista. Hizo teatro, radio, escribió poemas, pintó cuadros y sobre todo fue compositor y músico. Era de esas personas que saben que la vida era eso, estar en marcha, ser creativo y cuidar del amigo. Estoy escuchando “Hey, Hey, My, My”, “más vale partir pronto que desvanecerse lentamente”. Aunque le conocí poco, le vi actuar y estoy viendo sus vídeos. Tenía un swing personal, como si conociese el latido secreto de Auria, la ciudad que amó. Tenía humor y alegría. El veterano barman me dijo: “A su lado estabas cobijado”. Presiento que, a veces, su percusión y su voz daban recado, como si tocase para que no sucediese lo que temía. Recordemos al clásico “Aunque la vida perdió, dejónos harto consuelo su memoria”.

Te puede interesar