Opinión

La lágrima del delantero centro

MARTES, 20 DE JULIO

Cuando a veces conversaba con él a la búsqueda de algún secreto, me hablaba de la nostalgia del gol: “Cuando el balón golpea la red, sientes como si hicieras un agujero en el universo, sobre todo en los goles cruciales. Entonces, el corazón se pone a tumba abierta. Cómo te diría, sucede algo así como un extraño orgasmo. Cuando eres centro delantero, buscas el gol con verdadera ansiedad. Es un momento hechizante, sientes cómo tus compañeros te abrazan y esos momentos están cerca de eso tan ambiguo que llaman felicidad. Cuando me retiré, ciertas noches en sueños visualizaba, a veces, cómo pasaban como una procesión de espectros por mi mente y sentía como un temblor secreto”.

Wilson es una leyenda, no sólo en Ourense, sino en el futbol español. Y mira tú que esta ciudad dio buenos nueves como Romasanta, que también logró fichar por el Real Madrid; Manolito Conde, que siempre me dice: “Yo era muy joven y Wilson, con el que coincidí, fue algo así como mi maestro”. No nos olvidemos del verinense Zurria, de poderoso chute, o del atlético Carballeda. Pero hablar de Wilson son palabras mayores.

Ay, amiga, amigo lector, un día le dijeron a Santiago Bernabéu que había un gallego medio inglés que no cesaba de meter goles de cabeza. Me lo contó en su café favorito, el Marinto. “Llegas de una pequeña ciudad y te encuentras ante una nube de fotógrafos y periodistas en el estadio Santiago Bernabéu. Hay que joderse, por mi apellido insistían en que era inglés. Tuve que matizar muchas veces con orgullo que mis antecesores eran ingleses pero que yo había nacido en O Barco de Valdeorras. Imagínate, un cateto como yo que entra en los vestuarios y allí están nada menos que todos mis ídolos: Rial, Puskas, Gento, Kopa… Yo los trataba de usted, pero ellos me acogieron con calor y venga a decirme: ‘Bienvenido, inglés’. Yo me frotaba los ojos, qué bárbaro, ser delantero centro del Real Madrid, campeón de Europa.

Alba Fernández

”Pero la vida a veces te la juega y en eso llega de Argentina al equipo el mejor jugador del mundo, delantero centro como yo: Alfredo Di Stéfano. La prensa decía ‘Llega la Saeta Rubia’. La verdad, siempre fue muy cercano y cordial conmigo, venga a llamarme: ‘Te mando este balón, inglés’. Jamás vi a un futbolista tan brillante y a nadie con tanto espíritu de ganador. Pero yo siempre hacía patria diciendo que era de O Barco de Valdeorras. No podía ser de otra forma, y al banquillo. Pero yo tenía orgullo y no quería ser suplente aunque fuese del mejor jugador del mundo. Y allá me fui al Zaragoza, donde fui muy feliz”.

Tuve la suerte de verle jugar sus dos últimas temporadas, ya de regreso para retirarse al Club Deportivo Ourense. Yo era un adolescente, pero qué tardes más hermosas viví. Lo recuerdo bien; cuando había un córner a favor de nuestro equipo, los aficionados conteníamos el aliento y había un silencio en el estadio. Y sucedía con frecuencia. El extremo lanzaba el balón buscando la cabeza del valdeorrés. Él se erguía sobre todo el mundo, parecía sostenerse en el aire unos segundos desafiando la vieja ley de la gravedad. Su ojo avizor buscaba el hueco, su físico imponía, e inevitablemente... gol. Cierto, era valiente, no se arredraba jamás ante aquellos defensas que eran verdaderas guadañas. Tampoco era un santo y sabía imponer la ley en el área. Los entrenadores, desesperados, ponían siempre dos defensas con la misión de anularlo.

(Caminando a su lado por el Paseo, una noche logré que me revelase algo que jamás comentó y que cambió su manera de ser, de pensar e incluso sus ideas políticas. “Fue a finales de los cincuenta de la larga posguerra española. Yo jugaba en el Zaragoza, todo eran aplausos, abrazos y dinero, vivía como un rey. Aquella lejana tarde que me marcó para siempre, nos desplazamos en un anticuado autobús a Málaga para jugar un partido de liga de primera división. Al atardecer, nos detuvimos en un pueblo malagueño, donde el delegado había encargado una opípara merienda. El autobús se detuvo en la plaza y allí nos acomodamos en la terraza del restaurante. Menudo revuelo se armó a nuestro alrededor, muchos vecinos nos observaban a corta distancia, al fin éramos jugadores de primera división. Recuerdo que comentamos: ‘Aquí debemos de tener muchos seguidores’. Pero yo percibí algo extraño en sus miradas y además nadie se acercaba a pedirnos un autógrafo. Anochecía ya y el entrenador dio una palmada: ‘Todos al autobús, nos vamos’. Por alguna razón, yo fui el último en subir. En el estribo, miré hacia atrás y se me heló el corazón. Los paisanos se abalanzaron con ansiedad sobre los restos de nuestros platos. Comprendí la España en que vivía. Aquella imagen me hizo ser más solidario y mejor persona”.)

VIERNES, 23 DE JULIO

Hermano lector, lectora, ya sé, vivimos tiempos desquiciados pero llega agosto y te invito a vivirlo líricamente; a sacudir los demonios que te habitan; tal vez a salir a los caminos con el espíritu intrépido; o quizás a sentarte pensativo bajo un olivo hospitalario. Recuerda al griego Teóclito: “Lo que hoy falta, llegará mañana”.

Y hermano, hermana, nos reencontramos en septiembre.

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