Opinión

Levántate y baila

VIERNES, 18 DE JUNIO

Esperábamos la llegada de Javier y los suyos allá en el monumental Pazo de San Damián, donde íbamos a celebrar la comida. Mientras esperaba, caminaba pensativo entre los árboles y meditaba sobre este hombre valiente, combativo y creador a manos llenas. Uno de los mejores guitarristas europeos. Qué digo, del mundo. Su compadre, Carlos Santana, con el que trabaja con frecuencia, suele decir que es su guitarrista favorito. Para mí también lo es. Un bluesman pura sangre que recorre las autopistas del mundo. “Créeme, Jaime, a veces tengo que atarme como Ulises al mástil del barco para no caer de bruces en este mundo extraño y lleno de minas”. Le doy unas palmadas y le digo: “Javier, tú eres un hombre con ‘baraka”, entonces él sonríe. Bajan del furgón y, al abrazarnos, me dice: “Es inevitable, sigo cautivo del blues, ay, el blues… que es como esa mujer que tú amas y ella te hiere sin compasión”. Se ríe: “Es más, es capaz de llevarse hasta tu corazón en llamas”.

Conque ahí baja con los suyos, un grupo pintoresco, multicultural y bien avenido: Luis Mayo, el borgeano y culto bajista bonaerense; Peter Kunst, el batería holandés de Rotterdam, que me recordó vagamente al inolvidable Peer Wyboris; Bobby Alexander, el cantante del sur de los Estados Unidos, al que sus abuelos le contaron cómo había sido la Gran Marcha sobre Washington de 1963 para escuchar al mítico Martin Luther King, y el “poseído” percusionista colombiano Toni Montana.

Qué día emotivo pasamos. Como dijo Vargas desde el escenario, y no es por baboseo, nuestro periódico nos trae aliviantes actuaciones de grandes artistas a la ciudad. Tenía que ser así, la guitarra de Javier sonó estremecedora. Ya había comentado: “Vengo como un león que acaba de salir de su jaula”. A veces sonó casi desesperadamente. Hubo momentos en que nos llevó a las mismas puertas del cielo con Jimi Hendrix y el estribillo que cantó Mayo, “Excúsenme que bese el cielo”. El concierto pudo ser como una nana que cantan los hados en las noches de insomnio.ilustracion_alba_noguerol.jpg_web

Pero te cuento, hermano y hermana lectora. Inevitablemente, en la comida las conversaciones derivaron sobre nuestros viejos tiempos en Madrid, allá en el 79 cuando nos conocimos. Entonces, mi piso en la calle Piamonte 25 era como una parada obligatoria de muchos artistas. Quizás te suene a la batalla del abuelo, pero en el 81 yo le leía textos de mi libro “Extraños en el escaparate”, y mientras escuchaba, sacaba concentrado los primeros riffs de la canción. Después, como sabrás, fue el título del décimo disco de Ríos. Recuerdo bien, no dábamos con el final y él tiró un zapato sobre el espejo y dijo: “Hay que romper el espejo del escaparate”. Y así terminó el tema con un riff bestial. Te invito, lector, lectora, si tienes oportunidad, a que escuches este tema contra el control a que nos someten y que pienso tan vigente.

No sé por qué, en la comida salió el tema del fallecido guitarrista Manolo Tena. Me cuenta Javier: “Me lo encontré en los noventa en un oscuro tugurio de Malasaña, solo, muy perdido y a la deriva. Como éramos amigos, me senté a su lado. ‘Manolo, tienes que regresar, tomar de nuevo tu guitarra, salir a los caminos. ¿Qué tienes por ahí?’ De su bolso me sacó un largo poema que me lo llevé a casa. Me encerré, saqué unos cuantos versos del texto, la inspiración llegó pronto y tres o cuatro días después le entregué completo el tema ‘Sangre española’. Fue una gran alegría para mí que entrara de nuevo en las listas y comenzase sus giras”. Fue también mi amigo desde los tiempos de Cucharada. Murió joven, sí, como tantos se fue por el camino de la perdición, pero nos dejó un puñado de canciones hermosas.

A los postres, vino a mi mente Carmelia, aquella cantante de blues neoyorquina que nos tenía a todos enamorados. La veo ahora, su larga melena, sus perturbadores ojos azules, el hechizo que rondaba cuando interpretaba un blues. Javier se queda pensativo, por fin me dice: “Ay, Carmelia, Carmelia… Tiene el problema de algunas mujeres, no soporta la madurez, ni las primeras arrugas en su rostro y se fue a vivir a un pueblo de la sierra de Madrid. Ya hace tiempo que fui a visitarla para que pusiese la voz en uno de mis temas. Su casa estaba alejada del pueblo. Tardó mucho en abrirme. Por fin me abrió la puerta en silencio. Entré. Todo estaba muy oscuro, no vi ni un espejo en la casa. ‘No quiero nada con el mundo, no salgo más que para comprar comida y a veces me la traen’. Yo ya sabía que ella recibía con frecuencia un misterioso cheque. En su tocadiscos prehistórico tenía un montón de vinilos, sobre todo de música francesa. Te juro que sonó Édith Piaf. Me obsequió con unos pasteles caseros, los comimos en silencio, nos abrazamos y me fui, hasta hoy”.

(Qué te diré del concierto de anoche. Fue chamánico, blues puro. Pura medicina para el alma. Ay, la obligación de estar sentados. La guitarra de Javier y la voz encendida de Bobby Alexander parecían decirte la bíblica frase: “Levántate y anda. Baila”. No pudo ser, pero muchos de nosotros te confieso que levitamos. Cuando el blues suena así, demoledor, es como si una mano sanadora se posase en tu frente y espantase tus males.)

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