Opinión

Por qué lloras, Jaimito

Viernes, 23 de abril 

(Ay, hermano, hermana, ayer escuché decir a un fulano con voz despectiva: “Los libros son una manera muy primitiva de aprender y la lectura es una forma obsoleta del saber”. Hay que joderse, me dije, aquí está la jauja de los mediocres y la tiranía del analfabeto. Qué esfuerzo, tomar un libro en las manos, cuando toco una tecla y me suministran sin interrupción entretenimientos… embrutecedores. De aquí a poco seremos testigos de una babélica hoguera en que arderán todos los libros del mundo.

Después habrá una oración fúnebre cibernética. No valdrá que ruegues y digas que la filosofía sirve para curar los males del alma. Que la literatura te enseñará a reflexionar y a conocer otros mundos. Que en ella están las grandes preguntas y muchas de las grandes respuestas. Que la vida vale en la medida que seas capaz de arriesgarla. Y te enseña a tomar posesión de ti mismo. No, no valdrá de nada. El populacho enfebrecido con grandes antorchas incendiarias entrará en un éxtasis colectivo, en un festín tan grande que “los siglos venideros no verán”. Al grito de “¡La libertad te tortura!” festejarán la liquidación de todos tus derechos. No valdrán tus ruegos: “No voy a dejar de ser tu amigo porque no pienses como yo”. Que no quede rastro de esa enseñanza caduca que dice: “No pienso como tú, pero lucharé para que te expreses así”. Vendrá una fiebre y el gran sacerdote concluirá: “Y quemad lentamente ese libro odioso, ‘Don Quijote de la Mancha”).ilustracion_alba_noguerol_resultado

Perdone el hermano lector y lectora este desbarre. Pero hoy es 23 de abril y festejamos a Miguel de Cervantes Saavedra, el autor de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Ese hombre que escribió: “Por la libertad y la honra se puede y se debe apostar la vida”.

Tendría yo diez años cuando en aquel colegio, los Hermanos de la Salle de Verín, pusieron en mis manos como libro de lectura el Quijote. Ay, les perdono todos los himnos que canté, aquel de “Montañas nevadas”; su sumisión a los hijos de los poderosos, y la no tanta estima a los niños de las aldeas que llegaban mojados en bicicleta. A mediodía, comían su pan con tocino los más y con magras de jamón los menos en un cobertizo cercano a unas apestosas letrinas, refugiados de la lluvia. Digamos que este colegio tuvo sus luces y sus sombras. Enseñaron urbanidad, juegos y alfabetizaron gratuitamente a diferentes generaciones de toda la comarca en aquellos duros años de posguerra. Al fin, castellanos ellos, tenían que hacer esfuerzos para empatizar con el alma “raiota”, labriega y galaica.

Lo tengo guardado como un tesoro, ahora mismo lo tengo entre mis manos, es una pulcra edición del Quijote con dibujos de Doré. Está lleno de tachaduras, frases subrayadas, algún lamento y algunos lamparones. En la portada está escrito mi nombre con las letras elegantes y cuidadas que ellos nos enseñaron.

Te juro, hermano, hermana, que este libro fue el mejor regalo de mi infancia. Ah, siempre lo llevaba conmigo en mi zurrón. Cierto, lo leía con una pasión voraz y mi alma ingenua sufría con tantos varapalos del Caballero de la Triste Figura. Créeme, buscaba con ansiedad enfermiza un capítulo, una aventura en que saliese vencedor. Ah, pocas veces sucedía. Resbalaban lágrimas por mis candorosas mejillas y a veces quedaba tan triste que mi madre, alarmada, preguntaba: “¿Qué te pasa, Jaimito?”. No respondía, guardaba para mí aquel dolor secreto por los diabólicos reveses de mi héroe.

Paso páginas y veo subrayada con letras rojas su inmortal frase: “Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete”. Cuánto me dolía que el cura y el barbero lo quisieran sacar de sus delirios. Su destino era ir por el mundo “desfaziendo entuertos”. Si hago un esfuerzo, casi recuerdo de memoria el final del capítulo 8 y el comienzo del 9. Cuántas veces leí con alborozo esos párrafos: cuando el caballero y el “gallardo” vizcaíno pelean con fuerza. El vizcaíno cae herido en un lanceo. Don Quijote alza la espada para darle muerte, pero la misteriosa dama que va en el carruaje le pide que le perdone la vida. Don Quijote la mira conmovido y dice al vencido: “Os perdonaré la vida si prometéis ir al Toboso para narrarle esta hazaña a mi Dulcinea”. Cielo santo, a quién no conmueve un pasaje así.

Van pasando las hojas del libro y ya al final me paro en una llena de lamparones. Yo pensaba que un hombre así debía tener una protección mágica y arrancaría la suerte de las manos a la Fortuna. En ella se cuenta cómo fue vencido por el Caballero de la Blanca Luna. Seguro recuerda el lector que era Sansón Carrasco disfrazado. Releo con resignada tristeza cómo cae vencido el Caballero de la Triste Figura de los lomos de su fiel Rocinante. Sancho escucha muy dolido a su amo: “Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra y un hombre sin honra es peor que un muerto”.

(Hoy, día 23 de abril, conmemoramos a Cervantes. Literariamente hablando, yo creo que ningún español debe morir sin leer al menos un capítulo de esta obra universal. Sin duda, ayuda a darle poesía a la vida y a no tener miedo a gastarla.

Ay, no me avergüenza decirlo. En la última página, el dibujo de Doré del Caballero de la Blanca Luna está lleno de cruces y tachaduras, y sospecho que algunos lamparones son el resto de mis lágrimas inocentes.)

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