Opinión

Madre mía

MARTES, 2 DE NOVIEMBRE

Es media noche y la calle del Paseo está desierta, llovizna y sólo hay un único paseante. Ahí viene caminando, un poco cargado de sí mismo, un ilustre de la ciudad, Juan Ignacio Fonseca Moretón. Cierto, tiene la bonhomía de los de Nós. Su inevitable puro que toma entre las manos, justo como el Che Guevara cuando tomó Santa Clara. Cómo te diría, trae la mirada humilde del caminante que busca la utopía quizás en su herida, que es Ourense.

En una ocasión le escuché decir: “Ourense es mi pasión pero también mi castigo”. Me pregunto por qué Auria hiere tanto a quienes la aman. Ay, a los que la cantan. En un flash viene a mi mente uno de los grandes poetas del siglo, Valente, que escribió aquel verso helado: “Pequeña ciudad s2021-11-07 ANGULO INVERSO Ilust.jpg_webórdida, perdida, municipal, oscura/ por la que pasan largos trenes sin destino”.

Ahí viene caminando Juan Ignacio, culto, un guerrillero de la luz, tantas décadas el rostro visible del Liceo. Cuántos escritores y artistas presentó en la zona noble del viejo caserón. Ay, más de un día pasó vergüenza cuando se dio cuenta de que el protagonista y conferenciante que presentaba repetía el mismo y largo texto que había leído años atrás justamente allí.

Me acerco, nos saludamos y sin más le espeto: “¿Por qué esa tristeza, ese plus de tristeza que hoy tienes en los ojos?” Da una larga bocanada al puro: “Siempre he estado en contra de la política de subvenciones con que te compran los poderosos; nunca fue de nuestra cuerda en el Liceo el presidente de la Diputación. Y ¿sabes? los míos, mis compañeros directivos se han bajado los pantalones. Van y le entregan la medalla de oro del Liceo en agradecimiento. Siempre hemos tenido dignidad y mantuvimos nuestra independencia”.

Le tomo del brazo y trato de desdramatizar: “¿Cómo te asombras de eso si hasta los Stones han aceptado mansamente la censura y no volverán a cantar en directo ‘Brown Sugar’? El mundo se ha tornado amoral y, hermano, la ética es sólo una antigualla”. Entramos en el bar, él bebe lo suyo y yo me empujo un buen copazo de vodka haciendo caso a los rusos que afirman que este licor abre las puertas del alma. Le hago reír: “A este paso vamos a quedar tú y yo solos como rebeldes oficiales. Un día de estos nos juntamos y paseamos con una pancarta y un megáfono: ‘Nosotros no nos vendemos”. Él responde: “La Xeración Nós jamás dobló la cerviz ante el poder, pero, ¡ay!, algunos pintores y escultores de las últimas generaciones sí han ido mansamente detrás del hombre de los caramelos”. Así que le digo: “Tú jamás paras, ¿en qué andas, hermano?”. Él le da las últimas chupadas al puro y observo que de una caja saca otro made in La Habana. “Pues que sepas que estoy a punto de cumplir mi sueño de niño cuando contemplaba el paso marcial de las bandas de música con su arrogante director delante; entonces abundaban en todos los pueblos. Siempre amé la flauta y desde hace tiempo asisto a los ensayos de una banda de un concello cercano. Así que pronto me verás desfilar con mi banda por las calles de Ourense”. Suena su móvil, lo apaga. “Ya sabes, me he jubilado y nunca creí que el mundo iría por estos caminos. Bueno, lo tengo muy difícil con mi hijo que cumplió 13 años. El otro día le dije: ‘¿Qué sucederá si te apago el móvil por la semana?’. Me miró muy serio y me dijo: ‘Si lo haces, me mato”. Le digo: “Estamos ya en una mutación inesperada. Ya venden por ahí ordenadores que escriben lo que piensas. Escuché ayer a un sociólogo que matizó: ‘Los jóvenes no quieren libertad de expresión, se limitan a negarse a oír los discursos que dañan sus sentimientos”. “Se acabó la cultura académica, estamos en la del adoctrinamiento. A los colegios y universidades llegó el desguace de la educación”.

(Después, bebimos en silencio mientras el barman nos contemplaba con sabiduría.)

VIERNES, 5 DE NOVIEMBRE

Hoy he leído la frase terrible que decían nuestros soldados cuando estaban cautivos de los rifeños allá en nuestros grandes desastres de la guerra con Marruecos.

Te cuento. Allá en los setenta hice mi primer viaje a Marruecos con una pintora alemana que quería plasmar los “zocos” y yo escribir sobre la época en que fue tierra española. Allí, en Larache, nos hospedamos en el Hotel España, del que escribí alguna vez. Un hotel de los años veinte, muy decadente y desvencijado del que después supe por Daniel Bouzo que sus propietarios habían sido ourensanos. De aquellas no había turismo en Marruecos, por poco más de cien pesetas alquilabas una casa al lado del mar. Pero que no se me vaya la olla. Allí entré en un cafetín lleno de musulmanes que fumaban pacíficos sus largas pipas de kif. Mi amiga y yo pedimos, como es costumbre, el clásico té moruno. Enseguida se nos acercó un musulmán muy anciano, que en un correcto español nos ofreció su pipa.

Nos contó que había estado en las tropas españolas pero, como muchos rifeños, desertó y se pasó al bando de los suyos. “Me destinaron a un campamento de prisioneros custodiando oficiales y soldados españoles que después cambiábamos por grandes sumas de dinero. Es bien cierto que el rifeño es muy cruel con el vencido. Allí vi muchas torturas, y muchos, cuando estaban al límite, decían esta frase “Madre mía”. Yo no entendía, pensaba que era una oración hasta que alguien me explicó que era el recuerdo de su madre. Desde ese día traté de no hacer mucho daño a los paisas”.

Recuerdo que el humo del kif me atontó un poco, pero aun así le dije que había leído cómo con las gumías degollaban, mutilaban los testículos, las orejas, sacaban las tripas, algo espantoso. El viejo moro Abdul no se inmutó, me miró fijo y me soltó: “Tengo una sobrina ciega, todavía nacen criaturas deformadas, el cáncer abunda. Aquí he visto esas películas del Vietnam cuando rocían con gas mostaza todo lo que está vivo. Aquí pasó lo mismo allá en los años veinte. Los aviones no paraban de bombardear con gas nuestras cabilas. Ahora su gobierno reconoce esa masacre”.

(El viejo moro Abdul me ofrece pacífico su pipa y dice: “Madre mía”.)

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