Opinión

El ángulo inverso: "Mañana, mañana"

Acabo de salir de la exposición sobre los Rolling Stones en el Marcos Valcárcel. Salgo mascando la nostalgia, flashes recorren mi mente y sin más, me pongo a escribir.
Te cuento. No me vayas a tener envidia, hermano lector, o tú mi querido Mariano Muniesa, que escribiste el domingo dos espléndidas páginas sobre la banda. Pero el 15 de octubre de 1973 vi a los Rolling Stones en el inmenso Palacio de Deportes de Amberes. No eran todavía malos tiempos, quedaban los restos del mayo del 68 y a las puertas del estadio había protestas por la guerra de Vietnam. Qué ingenua generación, creíamos que los bancos suizos iban a mutar en breve en bancos de alimentos. Hermano, aquellos eran los Stones verdaderos. Jóvenes, su sonido muy crudo, y se entregaban como feroces guerreros. Cómo te diría, los habitaba una salvaje autenticidad. Los vi algunas veces más pero en ninguna actuación me hicieron sentir aquel hechizo.

Cómo son las cosas, Muniesa, tú escribiste con fervor del concierto de Bruselas del 17 de octubre. Dos días antes, yo los veía actuar en Amberes. Presiento que fue mejor concierto el mío porque no tenían la presión de grabar en directo el "Goats Head Soup" que después de tantos años acaba de salir en vinilo.

Qué tiempos, aquí mandaba el general ferrolano y en los veranos había que salir hacia Europa para limpiar los ojos y sacudir la represión. Lo recuerdo bien, iba yo con mi tienda de campaña por una calle de Ámsterdam, me senté en un pequeño parque. Se me acerca muy sonriente un policía y me dice “puede usted instalar ahí su tienda”. Cielos, venía de un país donde no podías sentarte en la hierba y allí podías instalarte en cualquier parque por pequeño que fuese. Aquel verano me busqué la vida vendimiando en Francia cuando vi un cartel anunciando a los Stones en Amberes. Entonces, la banda estaba prohibida en el país galo por los turbios asuntos de Keith Richards. Por lo que decidieron hacer otro concierto en Bruselas, ya más al sur, para sus seguidores franceses.

Fluyen ahora imágenes veloces por mi mente. Veo Amberes tomada por los ángeles del infierno, todos con su Harley-Davidson. Alrededor del estadio sólo había Volkswagen escarabajos y aquellas míticas furgonetas que quedaron como símbolo de una época de flores y paz. Había una oficina al aire libre de "Magic Bus", pagabas la gasolina y un poco más y en tres o cuatro días llegabas a Katmandú. Yo viajé en una hasta Mauritania y pocas veces fui tan feliz. Ya sabes cómo son los conciertos de los Rolling, te descongelan el cerebro y "sientes que no estás muerto". Cascos de caballo hieren el suelo. Aquella lejana noche estaba también en el escenario Billy Preston, se movía de tal manera que le robaba el protagonismo a Jagger. A Billy le llamaron siempre el quinto Rolling. Un fulano con tal magia que incluso le llamaron para actuar los propios Beatles. Ay, flashes, Jagger muy flaco, ya arrugado, desafiante y burlón. Al lado, con gesto depravado y carcelario, Keith Richards. Al fondo Charlie Watts inmutable, hizo su solo y yo vi como si espectros de soldados muertos cubriesen el escenario.

Terminó el concierto y yo estaba allí inmóvil, solo, alucinado y perdido, pero esa noche tal vez tuve la simpatía del diablo. Alguien me llamaba desde la pista de madera de ciclismo, escuchaba en un español confuso “Ey, Mañana, Mañana. Ey, Mañana…” Me acerco y veo con sorpresa a dos chicas belgas que había conocido en Ibiza. Ellas eran de Amberes. Qué cosas pasan en la vida. En la isla había convivido con ellas y me pusieron de nombre "Mañana" porque decían que los españolitos todo lo aplazan y dicen “mañana, mañana”. Créeme, fueron como mis hadas madrinas los días que me acogieron en su casa. Me da un poco de vergüenza escribirlo, pero así fue: como españolito reprimido creo que cumplí con creces en mi primer trío sexual. Finalizaba octubre, hacía un frío del carajo, yo no sabía qué hacer de mi vida porque me quedaban colgadas tres o cuatro asignaturas de la escuela de periodismo. Pero lo que me abrumó fue una llamada de mi madre “Hijo, en el buzón hay una carta del ministerio del ejército. Has agotado todas las prórrogas. Tienes que cumplir con la patria”. Cielo santo, no me atreví a decirle que mi patria eran los brazos de Judith y Nathalie que me acogían. Sabía que muchos insumisos españoles andaban por París. No dejaba de agobiarme. Recordé a Mayakovski cuando dudaba “¿A dónde voy yo con mis dos metros de apéndice de corazón?”. Pero, hermano, no se puede desoír la llamada de una madre. Me despedí. Cogí mi mochila, las besé y les dije con decisión “Adiós, regreso a Itaca”. El nombre de Itaca las hizo sonreir. Nathalie me tomó del brazo y me dijo “Venga, ‘Mañana’, te llevo a la estación”. Yo no tenía un franco, ella lo presintió. Te parecerá un cuento de hadas, hermano lector, pero así fue, me subió a su coche y me sacó un billete a Madrid. En primera.

(Por el ventanal del tren cuando arrancaba, me visitó el rostro del Stone maldito. El que más amé. Qué cabrones, Keith y Jagger jamás hablan de él. Pero Brian Jones fue líder, fundador y brilló por encima de Jagger. Tantos años desde aquel fatal 3 de julio de 1969 en que murió. Cielo santo, he de hacerlo, algún día cumpliré mi promesa. Recitaré un poema ante su tumba en Cheltenham. Quizás le copie su epitafio “No me juzguéis demasiado duramente”).

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