Opinión

Un mero acto de terror

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VIERNES, 12 DE NOVIEMBRE

Llegó el profesor a la tertulia muy hablador. Nos cuenta: “Tengo en mi clase dos alumnos alemanes que vienen becados como Erasmus”. Me mira el profesor y me dice: “No te envanezcas, Jaime, pero a veces hacemos un ejercicio literario con tu artículo ‘El ángulo inverso’. En la última clase, hablamos de tu último artículo que trataba sobre las masacres españolas en Marruecos con gas mostaza allá por los años veinte en adelante.

“Al terminar la clase, todavía estaba en mi mesa, cuando se me acercó Ben, un chico muy rubio, un poco gordo, alemán, que ya se maneja en un buen español. Me dijo: ‘Profesor, dígame dónde está Guernica’. Me quedé sorprendido y le dibujé un mapa señalándole el lugar aproximado de esta ciudad símbolo de los fueros vascos. El joven habló muy serio: ‘Leí el artículo sobre los bombardeos con el gas mostaza y, ¿sabe?, me conmovió mucho porque yo nací en Dresde, ya sabe, la ciudad más cruelmente bombardeada en la Segunda Guerra Mundial. Ocurrió un 13 de febrero de 1945, cuando la ciudad sacudía sus penas en un jolgorio porque allí hay mucha tradición y2021-11-14 ANGULO INVERSO Ilustra.jpg_web celebramos con mucha alegría el carnaval.

“Lo miro y le cuento: ‘Tienes razón, Guernica también fue aniquilada atrozmente aquel triste 26 de abril de 1937 en que en la ciudad había una multitud porque era día feriado’. Ben dice: ‘Ayer estuve buscando datos en internet y estoy como avergonzado porque los alemanes tenemos una deuda pendiente, ya que fue la sanguinaria Legión Cóndor la que apoyó al dictador Franco. La que tomó aquel bombardeo como un ensayo para lo que después sería la terrible Segunda Guerra Mundial”.

“Los que hemos nacido en Dresde llevamos como un poso la herida de aquellos dos días en que mi ciudad fue destruida y más de cuarenta mil ciudadanos fallecieron”.

“Conque salimos caminando del aula, y el joven alemán, te juro que me habla un poco como afligido: ‘No hubo muchos supervivientes, pero tuve la suerte de que un hermano de mi abuelo sobrevivió porque estaba en una casa de campo próxima. Quedó muy marcado. Solía repetir que los pilotos eran asesinos sanguinarios voluntarios que empachados de anfetaminas alucinaban mientras caían las bombas de racimo, que iluminaban la tragedia de la ciudad. Los nuestros, de la Luftwaffe, eran igual, terroríficos. Le dolía mucho contar que encima, al día siguiente, cuando la ciudad era el infierno, regresaron y remataron sin piedad su cruel tarea. Siempre sostuvo que los bombardeos eran verdaderos crímenes de guerra. A veces se enervaba y se preguntaba por qué los aliados, los pilotos americanos e ingleses, no lanzaron sus bombas sobre Auschwitz y los campos de concentración donde gaseaban a los judíos”.

El profesor se empuja su segundo gintonic y sostiene: “Los aviadores quizás no fueran asesinos sanguinarios, pero he leído que se presentaron voluntarios porque creían que era la forma más adecuada de poner fin a la guerra. Como dice el historiador Sinclair McKay: ‘Estamos hablando de hombres que leían poesía, estudiaban Historia, personas sensibles e inteligentes que sabían que cincuenta mil de sus compañeros habían muerto en misiones de bombardeo’. Interviene rápido Ben: ‘Le escuché decir a mi tío abuelo: los aviadores afirmaban que recibían órdenes, pero ese es un argumento que esgrimieron también los nazis de los campos de exterminio”. El profesor nos sigue contando: “Yo le repliqué: ‘Es muy peligroso comparar los aliados con los nazis, porque éstos estaban en una dimensión distinta y puede ser aprovechado por la extrema derecha. Mirándolo de otra forma, los pilotos no eran asesinos, sino que eran el medio para vencer’. Ben me mira: ‘Ya sabe lo que dijo Churchill a sus generales sobre el bombardeo en nuestra ciudad, está escrito en un documento: sólo fue un mero acto de terror.

“También es cierta esta anécdota, profesor: el general Harris, llamado el Carnicero, iba en su coche por Londres a gran velocidad para hablar con Churchill. Un agente lo detuvo: ‘Va usted muy rápido, va a matar a alguien’. Harris bajó la ventanilla y sólo dijo: ‘Señor agente, yo mato a miles cada noche”.

“Cuando termine mi Erasmus, antes de regresar a Dresde, visitaré Guernica y rezaré una plegaria en recuerdo de mi tío abuelo, que me dijo: ‘Ben, no olvides nunca”.

(Los tertulianos, hermano lector, lectora, escuchamos conmovidos a nuestro amigo profesor. Ya van tres rondas de gintonic. Hubo un silencio. Mis amigos, como yo, aman el jazz. Por alguna razón, vino a mi mente Peer Wyboris, aquel batería berlinés que tocaba con el genial Tete Montoliu y solía guiarle por las calles. Vino con Tete un puñado de veces al Latino, que ya era como su casa. Al terminar el show, cerraba el local y siempre quedábamos dentro Jose el eterno barman, Wyboris, algún aficionado y yo. A veces, la charla se prolongaba hasta muy tarde. Tal vez lo haya contado ya, pero no está de más recordarlo. Hubo un momento en que se ensombreció el rostro del batería: “Nací en Berlín. Tenía yo cinco o seis años, aquel día está muy grabado en mí, era el 23 de abril de 1945. Aún pude ver a los enormes bombarderos de cuatro motores, los Lancaster, lanzando las últimas bombas sobre mi ciudad. Yo era un niño que corría desesperado entre las ruinas. Las mujeres también corrían a esconderse. Vi correr a los ávidos rusos, y no es leyenda, apenas quedó una mujer berlinesa sin violar. Todavía me pregunto hoy cómo sobreviví. Después, el destino me llevó a Barcelona. Allí el jazz y mi hermano, Tete Montoliu, me salvaron”.)

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