Opinión

Metedura de pata

Aveces, uno comete errores. Vaya metedura de pata la mía, hermano lector. Cierto, un poco extraña. Encima no anduve bien de reflejos y me quedé paralizado, casi boquiabierto. 

Porque no es frecuente que alguien a quien estás presentando en público intervenga y te proteste. Pues eso me sucedió a mí este martes en el propio Liceo ante un nutrido grupo de asistentes. 

Te cuento. Inaugurábamos una exposición de pintura de la Asociación Cultural Amigos del Arte, que lidera Basalo. Tal vez lo conozcas. Es artista total, sus retratos son conmovedores. Poseen todos un pálido fulgor. Tiene alma socrática y ama rodearse de discípulos, ayudarles a empujar sus manos sobre el lienzo. 

El martes presentó sus cuadros y los de cinco alumnas que ahora en la vejez descubren el arte. No crean, sus cuadros parecen pintados por artistas expertos. Están llenos de color y trazos certeros. Su máxima: embellecer el mundo. 

Pero vayamos a la metedura de pata de la que te hablé. Allí estaba yo, micrófono en mano, contando mi historia y presentándolos. Ay, amigo, me faltó elegancia personal y dije literalmente: “Estos cuadros son de mujeres ‘muy mayores’ que vienen trabajando con él desde hace años”. Enrojecí, hermano. Una de las pintoras me interrumpe: “Oiga, no se pase. Eso de ‘muy’ sobra, no somos tan mayores”. 

Se armó un alboroto del carajo. Después, los asistentes lo tomaron con humor y hubo risas. Por fin pude terminar mi discurso. Bueno, andaba por allí el alcalde y cuando le tocó hablar, cómplice, me echó una mano: “Aclaremos, el introductor se olvidó del adjetivo: él no quiso decir ‘muy mayores’, quiso decir ‘muy guapas”. 

Después conversé con la pintora sobre el ensañamiento demoledor que hay contra los viejos. Antes, cuando la vejez enseñaba su triste rostro, la persona la asumía naturalmente como parte de la vida. El otro día conté cómo mi abuelo Claudio se abrazaba a los árboles y visitaba los pueblos para despedirse de ellos. 

Hasta el siglo pasado, los ancianos eran venerados en las aldeas y en las ciudades. Yo todavía escuché en boca de uno una historia de aparecidos al lado del fuego. 

Ahora vivimos tiempos en que los que diseñan el mundo, nos manipulan y nos envilecen, han decidido: “Es obligatorio ser joven”. Si eres viejo, eres un apestado y encima, compras poco. Como mucho “anda abuelo, vete por ahí, lleva a los nietos al parque”. 

Ay, en tertulia alguien cuenta entristecido: “Estábamos en una cafetería céntrica. A mi lado dos individuos discutían de temas deportivos. Se fueron calentando. Llegaron los insultos, ya sabes, ‘mi equipo es mejor que el tuyo’. De pronto, uno de los dos mira con acritud y espeta: ‘Eres un viejo’. Créeme, fue como si en el vudú alguien le clavase un alfilerazo. De súbito, el fulano le echó las manos al cuello y hubo que separarlos”. 

Los tiempos sentencian: “Eres viejo. Por lo tanto culpable”. 
“Abuelo, no tengo tiempo para escuchar tus cuitas en la batalla del Ebro”. Nadie cumple: “Te visitaré cada semana en la residencia. Firma este papel del banco”.

Lord Byron escribe: “Y si la ancianidad se va acercando,/ y las nubes cubren el crepúsculo de nuestras vidas,/ los hijos nos dejan solos naturalmente,/ mas no del todo:/ con la buena compañía de la artrosis o la gota”. 
 (La pintora del “lío” de mi metedura de pata se acerca. Me hace un guiño y se despide sonriente y rebelde: “Siempre es pronto para declararse vencido”.)

Anteriormente han ilustrado esta serie los pintores Alexandro y César Prada, y el ilustrador Xoan G. Baltar. Este nuevo año lo iniciamos con la creativa Alba Fernández.

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