Opinión

Mira sus dientes...

Ojalá la hubieses visto. Me conmoví tanto con la película ‘Papusza’: narra la épica gitana y la malograda vida de la poeta romaní. Tanto, que decidí ir a ver a mi amigo el viejo gitano que vive en las afueras de Ribadavia con sus caballos, pollinos, mulos y canes.) Salazar andará por los ochenta. Erguido como un árbol, inevitable bastón: ojos acuosos en los que lees toda la trágica historia de su raza. “Mi madre me contó que cuando nací y la gitana más anciana me tuvo en sus brazos, sólo dijo: ‘Tendrá tres hijos, rodará por el mundo, será rico y también desgraciado”.

Salazar trae una botella de vino dulce y me dice, tal si estuviese indefenso ante los dioses: “Aquella mujer con la que crecí, acertó en todo. Los 50 fueron años duros, íbamos de aquí para allá, en las tres carretas de mi familia. Para los payos éramos una especie a extinguir. Acampábamos a las afueras de los pueblos, un gran puchero, grandes hogueras en invierno y, con frecuencia, las temidas batidas de aquellos hombres de capas y tricornios, los culatazos y los lloros de los churumbeles.

Hoy, la Guardia Civil es otra cosa y nos respetan. Pero, allá en los 50, nos perseguían con saña. Mira, soy analfabeto pero un maestro de escuela nos leyó los poemas de Lorca. Pues igual que en el poema, lo recuerdo bien, la nieve cubría nuestro pequeño campamento. Bajó una docena de civiles, olían a coñac y se reían. Nos apalearon y destrozaron las carretas. Alguien nos acusó de robar un reloj. Venían tan embriagados, que al día siguiente les llevamos al cuartel dos capas y un fusil”.

Le pregunto por sus leyes crueles: “Conocí a una gitana sin un brazo; supe que se lo habían cortado por hacer el cosido de una virginidad perdida”. Él me mira serio: “Hoy ya no es así, ellas trabajan en los mercados y jamás seremos como vosotros que dejáis a los ancianos en los asilos”.

Le pregunto si fue cierto que se hizo rico tal predijo la gitana. Me miró grave: “Cometimos tremendos errores. Yo, como muchos, me instalé en un poblado de la gran ciudad. Un día llegó un gitano de otras tierras: ‘Deja la chatarra, toma, vende esto y hazte rico’. Así lo hice. Al principio no sabíamos bien que era aquel ‘polvillo’. Los ansiosos payos hacían cola en mi chabola. A los pocos meses tenía un BMW. Tardé en darme cuenta de la maldición. Aquel dinero olía a azufre. Tenía sacos de plástico llenos de ‘parné’ escondidos.

Mis hijos comenzaron a vender, después empezaron a engancharse. La sobredosis y la muerte cubrieron nuestro campamento. No hay nada más triste que perder a un hijo”.

(“Decidí volver al carromato. Después, me instalé en esta finca abandonada. Ya ves, tengo animales y hago cestas con mis manos. A veces, me llaman para curar caballos, lo sé todo sobre ellos. Voy todos los días al culto”. De pronto le digo: “¿Cuánto quieres por este pollino?”; me responde: “Están, caros, hay pocos; por menos de seiscientos euros no te lo doy, ven, mira sus dientes…”)

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