Opinión

Cuando calla la vida

Jueves, 10 de junio

Estoy sentado en las escaleras de la catedral. Baja una pareja, dos hombres de mediana edad. Caminan sonrientes, cogidos de la mano, algunas carantoñas, sin dar el cante. La calle está solitaria.

Mi olfato periodístico me hace seguirlos. Ah, en esta herida ciudad pocas veces se ve una pareja gay que camine feliz. En este caso presiento que tienen una relación de años.

Lo presentí y sucedió. De pronto, desembocan en una plaza donde hay una terraza llena de personas que beben y charlan. Perdón, beben sí, pero charlan poco, pegados a sus móviles.

_2021-06-13_angulo_inverso_ilustra_resultado

ALBA FERNÁNDEZ

La pareja llega a la plaza y en un gesto casi eléctrico se detienen. Las risas se apagan. Las manos se desenlazan. Todo sucede en segundos. Crece una frontera entre ellos. Caminan como si de pronto los poseyeran todos los miedos de este trozo de mundo.

Seguro, en sus mentes habita la repugnante pregunta “¿Qué dirán?” Sí, caminan como ciudadanos con todos los certificados de buena conducta. Tremenda es la represión. Más tremenda es la autorrepresión. Dice el poeta griego “Ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios demonios”. Estoy a punto de acercarme y preguntarles por su cambio de actitud. No lo hago, me temo que dirían que la ciudad está llena de minas.

Estamos en 2021. Está a llegar el día del orgullo gay. Confesémoslo, mi generación creció rotundamente heterosexual. Tiempos del macho español. En el fondo de nuestros corazones quedan restos de homofobia.

Recordemos Ourense allá en el 2006, España se asombra, la primera boda gay, nada menos se casaba el edil de cultura en el salón de plenos del ayuntamiento. Fue un espectáculo, cadenas de televisión se desplazaron para cubrir el enlace. Los periódicos titulaban “Ourense, la ciudad más tolerante”. Pensamos, de esta todos los ourensanos van a salir del armario. Qué va, sólo fue una anécdota en el camino.

Tomo un café muy amargo, le cuento al barman que me dice “No te extrañe, somos un pueblo, cada vez más pueblo y más palurdos”. Insiste “Desde detrás de la barra observo cómo en esta ciudad abundan lesbianas y gays, y con frecuencia observo en el local citas a ciegas. Si fuese buen negocio, montaría el primer local gay a todo ten pero mi socio me previno “Sería un fracaso, aquí todo es a escondidas y oscuro”. ‘Tantos siglos de ofensas y olvido crean anticuerpos de fracaso y culpa’ escribió el poeta maldito Lois Pereiro.

Un cliente entra en la conversación. “Miren, soy hombre de vejiga frágil y utilizo mucho los servicios públicos del centro, no se imagina usted lo concurridos que están algunos días para encuentros anónimos y fugaces”. Cierto es, en la sociología de esta ciudad, como en muchos lugares, el homosexual fue muy perseguido, centro de burlas e incluso palizas. Hasta no hace tanto, allá, en el fondo de la Alameda, entonces poco iluminada, era el lugar de encuentro de los homosexuales de esta ciudad. Ay, lo contó con tristeza Blanco Amor “Cruel ciudad, hoy me han llamado maricón en el Paseo”.

No podía ser de otra manera, en el imaginario colectivo de tantas generaciones está la pregunta turbadora en el confesionario “¿Lo hiciste solo o con otro?”. Ahora que sale a la luz la pederastia en el clero. Ahora que cardenales y obispos son acusados por fieles que arrastran culpas y espectros de la infancia. Ay, digo yo, si hablasen esas moles de piedra de los colegios de maestros de alas negras, los internados, como cuando en la noche, manos huesudas y húmedas buscaban los muslos de los adolescentes.

Ahora que se hacen homenajes aquí y allá, también está en el imaginario colectivo de décadas pasadas aquel joven inocente, mágico, con su sonrisa lisérgica y actitud solidaria. La leyenda cuenta que, buen nadador, salvó a más de uno de ser engullido en el traicionero río Miño. Seguro recuerdas su nombre, Toñito Patata, que fue un homosexual y travesti que iluminó la ciudad. Vestido de bailarina, cantando aquí y allá, donde él estaba se instalaba la alegría.

Tal vez Toñito fue el último cantor. Ya sabes, la poetisa dijo “Si se calla el cantor, calla la vida y muere la rosa”.

En breve, será el día del orgullo gay. No estará de más, hermano lector, lectora, que visites la galería Visol, la numantina sala de exposiciones que todavía resiste. Allí, el certero fotógrafo Plácido L. Rodríguez expone las fascinantes fotos que sacó a lo largo de estos años en el día del orgullo gay en Madrid.

(Estoy en tertulia con el escritor y catedrático López Barxas, visitante frecuente de la ciudad. Hablamos de Ourense, le pregunto cómo percibe este trozo de mundo. Responde lúcido y certero "¿Recuerdas el comienzo de la novela La Regenta? ‘La ciudad heroica dormía la siesta’. Pues eso.”)

Te puede interesar