Opinión

Ningún "bis"

Así que tomé mi vieja ‘chupa’ de cuero claveteada, ay, con la que asistí a tantos conciertos. Allá me fui, al Derrame Rock, lleno de orgullo por mi generación. Ah, todos los músicos, sí, eran de mi generación. Todos. 

La edad es un espacio mental. El rock, un elixir de juventud. Ahí van, ya, hacia América, mis ‘papás’, los Rolling Stones, alguno cercano a los 80. Al fin, el país de las quimeras es el único digno de ser vivido.

Qué sorpresa. Una lágrima resbaló por mi rostro. En el escenario estaba el literalmente mítico guitarrista Michael Schenker y su banda. Me dije, cumplirán y se irán. Es difícil llegar más lejos de Scorpions. Han recorrido todos los caminos y recibido todos los aplausos. Tocaron aquí y allá, alguna vez para multitudes bíblicas.

Cómo es posible que se emocionara como un novato en esta ciudad olvidada. Cierto, hubo un espontáneo júbilo colectivo. Todo estaba programado, 50 minutos y ningún ‘bis’. Yo estaba a unos metros. Sentí que tenían 20 años, humildes como Cristo. Supe que conocían la cita del clásico: “Sólo es artista el que da”. Nos largaron una balada: los viejos tigres brincaron dentro de mí. 

Hacía un calor del demonio, pero el frío subió por mi vértebra: Burning. Tantas turbias noches en Madrid. Tantos muertos en el camino. Aquel octubre del 81, Santiago: presentaba mi libro “Extraños en el escaparate”. Ellos estuvieron a mi lado. Inolvidable: “Qué hace una chica como tú en un lugar como éste”.

Rosendo. Aquel viaje a Vitoria en el 80. Nadie nos reconoció. El coche tenía matrícula de Madrid. De repente, un grupo de ‘abertzales’ intenta volcar nuestro 124 Sport. Te juro, después la ciudad ardió con el concierto.

Los de Siniestro Total son un poco cabroncetes. Siempre me han jodido un poco. Qué fácil, coges un ‘número uno’ americano y le encajas la patriótica y llorona “Miña terra galega”. Qué morro. Y ahora “El chico de ayer”. Me niego a escucharla, colegas.

(Se despidieron Los Suaves. Nadie faltó a la cita. Yosi estuvo generoso como un dios. La banda, demoledora embestida. Hubo hechizo, nos ahuyentó el mal de ojo.

Me contó: “La vieja gitana dijo, es el momento. El hombre que lee en las entrañas del gallo, también. El I Ching confirmó: ‘Yo me iré y seguirán los pájaros cantando”. Fuimos cómplices del ‘adiós’. 

Regresé caminando solitario, feliz y alado. En el callejón había alguien. Tenía el torso desnudo y se tapaba el rostro con la imagen de Los Suaves. “Se van. Siento lo mismo que cuando se fue ella. Mi cama estará fría”. Quise hacer de buen samaritano y él me espetó: “¡Lárgate!”)

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